Mujeres
que consiguieron apartarse de sus maltratadores relatan su lucha por la
supervivencia Solo 15 de las 60 víctimas de la violencia machista en 2011
habían presentado denuncia
En
casa de Rosalía Vicente las comidas eran algo terrorífico. “Las cosas volaban.
Él no paraba de lanzar la comida, los cuchillos...”, cuenta esta mujer de 60
años. No lo dice con amargura. Su voz y su rostro, aunque serio, muestran las
huellas de quien ha sobrevivido a una pesadilla. Ese ‘él’ de quien habla es su
exmarido. El hombre al que tanto quiso y que la agredió física y emocionalmente
hasta el punto de que, más de una vez, perdió las ganas de vivir. Borró su
sonrisa durante mucho tiempo, pero ahora la ha recuperado. Hace dos años que
denunció a su agresor. El maltratador ha sido condenado y ella rehace y
reconstruye su vida. Ha vuelto a empezar. Está contenta. Trabaja en lo que
puede. Tiene una nueva casa junto a sus dos hijos en un nuevo barrio. Es feliz.
“Mi marido me tenía en una urna y ahora la he roto y he salido”. Y sonríe.
Se
lo pensó muchas veces y finalmente tomó la decisión de denunciar. Para ello
tuvo que asumir que sufría malos tratos. “Me lo tuvieron que decir los
psiquiatras”, explica. Ocurrió en el último episodio violento, que acabó con la
policía en casa y su marido, al que no podían reducir, en la unidad de
psiquiatría de un hospital madrileño. “Me dijeron y me repitieron que él no
estaba mal, que no era un enfermo sino un maltratador. Ese día llamé al 016 (el
teléfono gratuito de ayuda a las mujeres que sufren violencia), hice la maleta
y me fui a una casa de acogida; estaba muerta de miedo”, relata. Tuvieron que
pasar años. Y muchas lágrimas.
Rosalía Vicente no cesa de decir que ha
merecido la pena. Pero el miedo del que habla paraliza a muchas mujeres. Actualmente,
unas 600.000 sufren agresiones de sus parejas o exparejas, según la última
encuesta de la Secretaría de Estado de Igualdad. Una bolsa de maltrato que no
termina de emerger. Los datos son preocupantes. La violencia machista ha
arrebatado la vida a 60 mujeres en 2011—y en este inicio de enero pueden ser ya
dos las víctimas mortales—. Solo 15 de ellas habían denunciado a sus
maltratadores. Algo que impide que la rueda de apoyo creada en torno a la Ley
Integral contra la Violencia de Género funcione. La primera víctima de 2012, una mujer de Girona,
tampoco había denunciado a su pareja. Un posible segundo caso es el de una mujer que ayer apareció sin vida en su casa
de Puig-reig (Berguedà), a unos 90 kilómetros de Barcelona. La policía
autonómica no descarta ninguna hipótesis y ayer buscaba al marido de la
víctima.
La
estadística, a pesar de las medidas de las instituciones y de las campañas, no
mejora. En 2010, que acabó con 73 mujeres asesinadas, las cifras eran
similares: tres de cada cuatro no acusó a sus verdugos. Tampoco lo hicieron sus
familiares y amigos. Las autoridades registran unas 130.000 denuncias por
violencia de género al año. Solo una de cada cuatro procede del entorno de la
maltratada (padres, hermanos, médicos). Aunque cada vez son más, según explica
el forense experto en violencia machista Miguel Lorente, hasta hace unos días
delegado del Gobierno contra la Violencia de Género. Las acusaciones que llegan
desde el entorno han subido más de un 10% en 2011. “El cerco al agresor y el
rechazo social hacia el machismo es cada vez mayor”, asegura.
Los
expertos insisten en que este es un punto crucial en la batalla contra la
violencia machista. “Muchas veces las mujeres no pueden tomar la iniciativa de
denunciar. Eso también nos corresponde al resto, como parte de la sociedad”,
reclama Consuelo Abril, abogada y miembro de la Comisión de Investigación de
Malos Tratos a Mujeres.
Porque
romper con todo, denunciar al que ha sido una parte fundamental de la vida
—muchas veces con hijos en común— no es fácil. Graci Prada, con 31 años de
malos tratos a sus espaldas, lo sabe bien. Esta andaluza de 46 años se
considera una superviviente, no una víctima. “Antes no tenía vida, ahora vuelvo
a tener sueños, a disfrutar. Nadie tiene que aguantar los malos tratos. Denunciar
da miedo porque no sabes lo que vas a encontrar, ni si te van a apoyar, pero
eso no puede ser un freno porque la vida fuera de esa cárcel es siempre mejor”,
dice. Ella salió hace dos años. “Con una mano delante y otra detrás. Y con dos
hijos. Quién iba a decirme que estaría tan bien ahora”, cuenta.
Prada
forma parte de la Fundación Ana Bella, que ofrece testimonios de
superación de la violencia machista que sirvan de ejemplo a las mujeres que la
sufren. “Ver los casos de asesinato, las agresiones... no siempre es un
aliciente para denunciar. Piensas que también te puede pasar a ti. Por eso es
importante que las mujeres sepan que los agresores son condenados, que dejarles
es lo mejor que pueden hacer”, incide Antonia Ávalos, una de las responsables
(junto a Ana Bella Estévez, la creadora) de la fundación. Esta organización
cuenta con varios pisos de apoyo y una empresa de catering solidario que
emplea a muchas mujeres que, como Ávalos —43 años y un hijo— han sobrevivido a
una lacra que ha sufrido alguna vez en su vida más de dos millones de mujeres
en España, y que en ocho años ha segado la vida de más de 600.
C.
L. cree que tal vez conocer historias como las de Vicente, Prada o Ávalos la
hubieran impulsado a dejar a su marido antes. Esta andaluza de 33 años prefiere
no dar su nombre porque está a la espera del juicio que ha emprendido contra el
hombre que la maltrató durante una década. “No pude más. Ni sé qué pasó en ese
momento. Solo sé que me levanté y pensé que no aguantaba más. Esperé a que se
fuera a trabajar cogí una maleta, metí a los niños en un autobús y me fui”,
cuenta. C. L., con tres hijos pequeños a cuestas, se cambió de región. Y cuando
logró recuperarse de algunas de sus heridas en el alma y coger aliento,
denunció al agresor.
Como
Vicente, estuvo unos días en un piso de los servicios sociales. Luego se
trasladó unos meses a una casa de acogida. Hasta que logró reubicarse por su
cuenta. No lo tuvo fácil. “Económicamente es complicado, pero terminas saliendo
adelante”, dice. Sin embargo, para hacer lo que ella ha hecho se necesitan
ayudas. “Hacen falta más recursos de atención a las mujeres”, advierte Ana María
Pérez del Campo, presidenta de la Asociación de Mujeres Separadas y
Divorciadas, con años de trayectoria en la lucha contra el machismo. Su
organización tiene varios centros en los que las mujeres tratan de rehacer sus
vidas y reciben apoyo psicológico y médico. “Hasta que ellas no sean
conscientes de que los agresores son condenados (se han dictado más de 150.000
sentencias condenatorias en seis años) y de que existen fórmulas para
ayudarlas, no van a denunciar”, sigue.
Porque
las razones por las que siguen en la espiral del maltrato son muchas. “Desde
fuera no siempre se entiende, pero estas mujeres llevan años sufriendo malos
tratos psicológicos, porque así se empieza, y suelen excusar a los agresores”,
analiza Abril. El 40% de los españoles las culpabiliza por permanecer con su
verdugo, según datos de Igualdad. “Pero muchas padecen también un maltrato
económico que las ata. Tienen pánico a quedarse en la calle con los niños. O
solas y sin nada”, explica la abogada. Y luego está la presión que el agresor
ejerce para ser perdonado. Las promesas de arrepentimiento que llevan a muchas
a volver a su lado. Y el cansancio (o el miedo) que las invade una vez que le
han dejado, y que las frena a la hora de tomar medidas legales. Motivos que
provocan que un 12% de las denuncias no sigan su curso.
Todas
han protagonizado historias de horror, golpes e insultos. “Recuerdo una vez que
una amiga me llamó para ver por qué no había ido a natación; habíamos hecho
buenas migas y ella sospechaba que me pasaba algo. Mi marido se puso hecho una
furia. ‘¿Quién es esa guarra que te llama?, ¿es que acaso sois novias?’, me
dijo. Me agarró del cuello. Creí que me ahogaba. Él no quería que tuviera
amigas, me aisló de mi familia y de todo…”, cuenta Rosalía Vicente.
Muchas veces las mujeres no pueden
tomar la iniciativa de denunciar. Eso también corresponde al resto"
Es
la historia de su vida —de sus vidas, porque el patrón es similar en todas—.
Pero de la anterior. Estas mujeres no quieren que lo ocurrido determine su
futuro. Acarrean una mochila llena de malos recuerdos, pero la usan para evitar
que a otras les pase lo mismo. “Los chicos de hoy son más despiertos, pero la
violencia no cesa. Por eso les hablo abiertamente a mis hijos de todo. No
quiero que caigan en lo mismo”, dice Graci Prada. Para ella, los malos tratos
—sobre todo psicológicos— comenzaron con 16 años, cuando se ennovió con el que
luego sería su marido. “Antes había muchos tapujos, creías que ciertas cosas eran
normales. Acabar con eso solo se consigue educando en igualdad, y alertando de
los riesgos”, pide. Es lo que reclaman todas estas supervivientes: que la
condena social impida que se sigan exterminando vidas.
“En
el último año, unos 840.000 menores han estado expuestos a situaciones de
violencia de género. El 60% de ellos no solo como testigos, sino que también
han sufrido violencia directa. Y es que los maltratadores utilizan muchas veces
a los niños para hacer daño a sus madres. Atacan siempre donde más duele, y
agredir o asustar a los hijos es una forma”, dice Consuelo Abril, abogada y
miembro de la Comisión de Investigación de los Malos Tratos. Es lo que se llama
violencia extendida, y se emplea también hacia otros seres queridos, como un
mecanismo correctivo.
Aunque
podría parecer lo contrario, las mujeres con hijos tardan el doble en salir de
la espiral del maltrato. Así lo muestra la última macroencuesta de la
Secretaría de Estado de Igualdad. “El miedo y la carga de la responsabilidad
pesan mucho, y no es lo mismo salir de una casa sola que con personas a su
cargo”, explica Abril. Pero estas situaciones terminan pasando una carísima
factura a estos niños. Y las secuelas son importantes. Se corre el riesgo,
advierten los expertos, de que al hacerse adultos repitan aquello que han visto
y han vivido en casa.
Una
de las intenciones del nuevo Gobierno es integrar a los menores en la ley de
violencia de género. El Ejecutivo del Partido Popular también se ha mostrado
partidario de modificar la normativa para incluir a las personas dependientes
que, afirman, también son víctimas de estas situaciones y contribuyen a que la
mujer no abandone al maltratador. Una iniciativa que no termina de gustar a las
asociaciones de mujeres, que creen que estos cambios contribuyen a diluir el
significado de la ley y a victimizar aún más a la mujer. “Extender la ley hacia
los menores y los dependientes vacía la ley de contenido de género”, dice
Abril. También lo haría, alertan, el cambio de terminología. De ahí la alarma
generada por las palabras de la nueva ministra de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad, Ana Mato, que inicialmente definió dos asesinatos machistas como
“violencia en el entorno familiar”, aunque anteayer rectificó el discurso y se
refirió a la “violencia de género”.
“No
podemos prescindir del concepto y significado de género. Violencia de género es
un término acuñado internacionalmente y España no puede dar un paso atrás en
esto”, alerta Abril. Pero no es lo único que las organizaciones piden al nuevo
Gobierno. “Las instituciones deben contar más con los hombres para construir
las políticas de igualdad. Esa es la gran tarea pendiente. Sin el compromiso de
esa mitad de la sociedad no se va a lograr el avance que necesitamos. Hay que
involucrar también a los hombres”, dice José Ángel Lozoya, de la asociación
Hombres por la Igualdad.
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