Radio Nacional cumple 75 años con la vista puesta en la
era digital
R. G. GÓMEZ / I. GALLO - Madrid - 16/01/2012
Escoitando a radio na emigración, 1970 |
Nevaba en Salamanca la noche del 19 de enero de
1937, en plena Guerra Civil. Las tropas sublevadas, al mando de Franco, tenían
allí su cuartel general. Y en esa ciudad castellana nació hace 75 años Radio
Nacional como arma de propaganda. Habla España abría la emisión y la primera
voz que sonó fue la de Fernando Fernández de Córdoba. El sábado pasado, el
espacio Documentos rememoraba una entrevista en la que el actor narraba cómo se
enfrentó a aquel día: "Nervioso, fácil de comprender dadas las
circunstancias". No era para menos. En el locutorio, sentado en un
silloncito, envuelto en un capote del tercio con forro blanco, estaba el mismísimo
Franco.
Una pequeña emisora móvil que Hitler había utilizado
durante los Juegos de Berlín y que Joseph Goebbels, ministro de Propaganda,
regaló a Franco fue el germen. 75 años después, se escucha en todos los
rincones del mundo a través de Internet y es una cadena solvente y respetada.
De altavoz de Franco, RNE se convirtió con el
devenir de los años en un medio de servicio público, sobre todo a partir de la
Transición. Se acabaron entonces los tiempos en los que las privadas tenían
prohibidos los diarios hablados y estaban obligadas a conectar con el parte. La
información es ahora "plural, objetiva y sólida". Lo dice Eduardo
Sotillos, que no oculta su pasión por la radio. "Se lo debo todo",
dice. "Fui director de RNE, de Radio Exterior, corresponsal en Lisboa, he
retransmitido partidos de fútbol... y acabé haciendo un programa cultural, El
ojo crítico, que era lo que más me gustaba".
En la España de la pretransición, RNE "fue
pionera en la apertura informativa" y con la democracia "pasó a ser
un medio acreditado y solvente", apunta Sotillos, que evoca como el
momento más difícil aquel 23-F en el que los golpistas ocuparon la emisora y el
"coraje" del entonces director general de RTVE, Fernando Castedo.
Sotillos dejó aquel día el despacho y cogió el micrófono. Como todos. "La
gente se echó a la calle. Recuerdo a Luis de Benito en una unidad móvil.
Teníamos una línea microfónica abierta con el Congreso de los Diputados.
Sabíamos cómo iba cambiando la situación de los guardias civiles, pero no
podíamos utilizar esa información. Profesionalmente fue una gran
frustración". Solo cuando los Geo entraron en Prado del Rey respiró
tranquilo.
"En los tiempos de la Transición, RNE se
desencorsetó. Hizo una radio de altura, con programas como Contante y sonante,
en el que Lalo Azcona popularizó la economía, o Directo, directo, con Julio
César Iglesias. Había información y entretenimiento. Y eso lo ha mamado la
televisión, aunque abaratando el coste", cuenta Alicia Fernández Cobos, la
primera mujer que dirigió una emisora.
Empezó siendo la voz de las islas Canarias en
Protagonistas y en Estudio 15-17. Una voz que llegaba desde un palacete de Las
Palmas en el que apenas había un micrófono y un magnetófono. Trabajó con Andrés
Aberasturi, primero en las mañanas y más tarde en la noche. Era la época de El
último gato. "El mejor programa de radio. Muy divertido e imaginativo.
Estaban de guionistas Jesús Marchamalo y Mercedes Arancibia. Teníamos muy
buenas ideas, pero no teníamos audiencia. Era como un programa de La 2 pero en
Radio 1".
Durante su etapa como responsable de programas,
encomendó a Javier Sardá un espacio de tarde "que sin perder el rigor no
fuera aburrido". Y así nació La bisagra, con Sardá y un abuelete con el
que identificaban muchos españoles. Y como tantos oyentes, el entonces arzobispo
de Sevilla, Carlos Amigo, dudaba de que el señor Casamajor fuera de carne y
hueso. "Dígame la verdad: ¿existe?", le preguntó en un almuerzo el
arzobispo a Fernández Cobos. "Le dije la verdad. No podía mentirle a
monseñor".
Para Julio César Iglesias, RNE ha sido "el
principio de casi todo". "Por imposición política empezaron los
informativos, que se emitían en todas las cadenas, pero también por instinto
profesional comenzaron muchos géneros que hoy están vigentes, como los
magacines matinales", dice Iglesias, que reivindica el inicio de la
interactividad ya en los tiempos de Directo, directo. Aunque no existían las
redes sociales, los oyentes participaban de manera activa. Por ejemplo:
"En 1980, el día que se expropió Rumasa, el ministro de Economía, Carlos Solchaga,
estuvo durante dos horas hablando con los oyentes". Fue también precursora
de los desayunos televisivos. Nacieron en 1993, como un bloque preelectoral al
mando de Diego Carcedo, Antonio San José y el propio Iglesias. "Ramón
Colom, que era director de TVE, me propuso hacer los desayunos en televisión y
nos cedió un plató". Hasta ahora.
Ignacio Elguero lleva 15 años en RNE y es el
director del Canal Radio Nacional (antigua Radio 1) y del programa literario La
estación azul, que hace 12 años recibía como primer invitado a José Hierro.
"Nos pasó el testigo, pues él trabajó muchos años en RNE y dirigió el
programa de poesía Aula poética", cuenta. "Al llegar pidió un
güisqui. 'Pepe, ya sabes que en esta casa no tenemos alcohol', le dije. Y contestó:
'¿Cómo vamos a hablar de poesía a palo seco...". Tampoco olvida las
charlas con Tàpies, Seamus Heaney, Gonzalo Rojas o Cela. "Recuerdo que
Cela, con motivo de un programa especial sobre su vida me preguntó con ironía:
'¿Y van a hablar muchos mal de mí?".
Si el 23-F está en la memoria de Sotillos, a Elguero
le viene a la mente el 11-S. "Yo era subdirector de la tarde y nos tocó de
pleno. Fue un día inolvidable desde el punto de vista periodístico y humano.
Con Magín Revillo, Fran Sevilla y Rafa Bermejo moviendo información. He
aprendido mucho de los profesionales que había cuando yo llegué. Entonces, la
radio todavía era de bobinas y magnetofones, y creo que los más jóvenes, los de
la era digital, valoran a los veteranos".
Ahora corren otros vientos, los de
la era digital. Elguero, es de los que piensan que la multiplicación del
soporte da larga vida a la radio. "Y la pública", abunda, "tiene
que seguir apostando por la objetividad informativa y lo cultural". El
Gobierno y el Parlamento tienen la última palabra.
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