Cuatro décadas después de la muerte de Jim Morrison, se
relanza 'L. A. Woman' con temas inéditos y una plétora de productos paralelos
DIEGO MANRIQUE - Madrid - 06/01/2012
"Es el Año de los Doors", proclama
orgulloso su mánager, Jeff Jampol. ¿Mánager? Sí, los Doors todavía funcionan
como potente máquina de hacer dinero y cuentan con un representante. El 3 de
julio de 2012 se cumplirán los 41 años de la nebulosa muerte de Jim Morrison en
París. Un mes antes, se editaba L. A. Woman, que sería el último elepé
de The Doors como cuarteto; los supervivientes aguantaron dos discos más en
formato de trío.
El relanzamiento de L. A. woman es la punta
de lanza de la campaña de Jampol. El 24 de enero, Rhino publica una edición
ampliada, que incluye un nuevo CD con tomas alternativas más un tema
desconocido, She smells so nice, y una recreación del clásico Rock me.
En esa misma fecha, Eagle Rock lanza un documental, Mr. Mojo risin': the
story of L. A. woman, donde desfilan los sospechosos habituales. Tres
semanas después, las alternativas y los inéditos se juntan en un vinilo doble, The
Workshop sessions. Ese título hace referencia a The Workshop, el angosto
local de ensayo donde el cuarteto grabó L. A. Woman entre diciembre de
1970 y enero de 1971.
En realidad, los Doors sí necesitan un mánager,
aunque solo sea para poner algo de paz en el grupo. John Densmore, el baterista
original, se opone radicalmente a que sus compañeros utilicen el nombre
sagrado; también hace valer su veto para rechazar ofertas tan extraordinarias
como 15 millones de dólares (11,6 millones de euros) por el uso del tema Break
on through en un anuncio de Cadillac. En el bando contrario están el
organista Ray Manzarek, el guitarrista Robby Krieger y los herederos de
Morrison, horrorizados al ver pasar por delante de sus narices cheques con muchos
ceros, ofrecidos por Apple y otras empresas ansiosas de rentabilizar
publicitariamente Light my fire.
Se trata de una de esas contiendas fraternales que
han llegado hasta los tribunales -con victoria para Densmore- y que tienen
difícil solución. Muy de vez en cuando, los tres músicos se juntan: el pasado
año aceptaron el reto de colaborar con Sonny Moore, productor de dubstep
conocido como Skrillex, y surgió una pieza titulada Breakin' a sweat,
que evidenciaba sus orígenes como combo de jazz ligero, con querencia por la
bossa nova.
Naturalmente, fue Jim Morrison quien les sumergió en
las aguas turbias del Misisipi: el blues proporcionó un vocabulario poético y
una lingua franca musical a la generación de los sesenta, para la que
los Doors ejercieron de profetas y provocadores, sobrepasando frecuentemente la
frontera de lo pretencioso. Sus dos últimos discos les muestran atrincherados,
concentrados en sus recursos esenciales: una ceñuda banda de Los Ángeles
encarando los demonios que andaban sueltos por el paraíso californiano.
Coppola y otros cineastas de Hollywood recurrieron a
los primeros Doors para retratar el impulso dionisiaco de la Década Prodigiosa,
en choque frontal con la mortífera realidad de Vietnam. Pero sus canciones
tardías reflejaban igualmente su tiempo: la fiesta perpetua del jipismo
interrumpida por las matanzas de Charles Manson, el taciturno reconocimiento de
que "el hermano de pelos largos" puede ser un enemigo. Eso sugiere Riders
on the storm, el tema que cierra L. A. woman. Unos ruidos de
tormenta nos introducen en la pesadilla: hay un asesino suelto y puede ser el
mismo narrador, como se explicita en la versión hablada que apareció en el
disco póstumo An american prayer, donde Morrison parece perdido en su
novela noir particular.
En 1991, la película de Oliver Stone mitificó a Jim
Morrison, pero la música de los Doors sigue siendo campo abierto para la
batalla cultural. Allí irrumpe ahora Greil Marcus, el ambicioso crítico musical
estadounidense, con su nuevo libro, The Doors: a lifetime of listening to
five mean years.
Abundan las biografías sobre
Morrison, generalmente sensacionalistas; Marcus prefiere explorar las
ambigüedades del personaje. Hijo de un almirante, rechazó todo lo que su padre
encarnaba. Era un anónimo estudiante de cine al que el rock transformó en
divinidad generacional. Vivió la fantasía de estrella omnipotente, aunque algo
le empujaba a pelearse con su público, a convertirse en parodia de la estrella
de rock ebria e insolente. Siguiendo la pista de la Generación Perdida, huyo
hacia París, pretendiendo quizás reinventarse como artista bohemio. Pero
llevaba la guerra en su corazón.
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