'Si
quiero silbar, silbo' certifica el buen momento del cine social rumano con una
historia sobre los hijos de emigrantes
Silviu
es uno de esos jóvenes rumanos abandonados por unos padres que emigraron para
asegurarse de que sus hijos tuvieran una vida mejor. Pero el gesto tuvo un
efecto perverso: un sentimiento de abandono del que varias generaciones siguen
sin recuperarse. Esta paradoja se encuentra en el corazón de Si quiero silbar, silbo, nuevo ejemplo de
la vitalidad adquirida por el último cine rumano, que el viernes llega a la
cartelera tras haberse alzado con el Gran Premio del Jurado en la Berlinale
2011.
"Abandonados por sus padres,
muchos de esos jóvenes crecieron solos y terminaron en centros penitenciarios.
En Rumanía les llamamos niños fresa,
en referencia al trabajo desarrollado por sus padres en lugares como Italia o
España", cuenta el director Florin Serban.
El realizador se ha acabado
convirtiendo en una de las figuras de proa de esa nueva ola formada por nombres
como Cristi Puiu (La muerte del Señor
Lazarescu) o Cristian Mugiu (4
meses, 3 semanas, 2 días). Tal como sus correligionarios, Serban ha
apostado por un estilo naturalista, de cámara nerviosa y música inexistente,
para retratar la realidad de este joven delincuente retenido durante cuatro
años en un centro de menores. A poco más de una semana de su liberación, Silviu
descubre que su madre va a abandonar el país junto a su hermano pequeño. Para
impedirlo, cometerá un acto desesperado que pondrá en peligro a una de las
estudiantes que hacían prácticas en el centro.
Para el director resultaba
imprescindible trabajar con no profesionales para recrear con fidelidad un
universo que no quería embellecer. Dio con su magnético protagonista, George
Pistereanu, tras un exhaustivo casting de siete meses, durante el que
entrevistó a más de 3.000 aspirantes. Lo encontró en un centro muy parecido al
de la película. "Creo profundamente en las historias que cuentan nuestros
rostros. Cuando observas la cara de cualquiera de esos chicos, detectas años de
violencia, de ausencia de autoestima y de falta de amor. Ningún actor puede
interpretar eso", asegura Serban.
El cineasta trabajó durante meses
con un grupo de jóvenes internos, cuya situaciónn conocía sólo "por los
medios de comunicación y las películas estadounidenses". Jura que el
trabajo con los internos no fue nada difícil. "Pero ganarme su confianza
sí lo fue", apostilla. El proceso acabaría alterando la historia que
pretendía contar, inicialmente inspirada en una exitosa obra teatral que, comparada
con la textura rugosa de la realidad, le terminó pareciendo algo
"estereotipada".
Generación
huérfana
El título de la película traduce la
voluntad del protagonista de obedecer sólo al dictado de su libre albedrío. Sin
embargo, Silviu descubrirá muy pronto que su anhelada libertad podría ser un
simple espejismo. Serban dibuja a su personaje con una mirada semejante a la de
sus admirados hermanos Dardenne, que ya hace década y media que retratan a esa
misma generación de huérfanos.
Serban demuestra tener el mismo amor
por las nucas de sus protagonistas. Y acordar la misma importancia a los
afectos como antídoto a un determinismo social implacable. Pese a todo, el
director no se hace falsas ilusiones. "Al terminar el rodaje, seguimos
formando parte de mundos distintos. Pero esta película se había convertido en
un puente entre ambos", concluye.
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