Laicos y ultraortodoxos de Israel pugnan en torno al papel de la mujer en la sociedad
ANA GARRALDA
Jerusalén 19 ENE 2012 - 23:35 CET
Cantar o bailar son las últimas armas de las féminas en Israel. Así les
plantan cara a los ultraortodoxos radicales que se lo prohíben porque afirman
que va en contra de la ley judía. Reclaman sus derechos frente a una comunidad
que las excluye y quiere borrarlas de los espacios públicos. La sociedad israelí
comienza a mirarse el ombligo. Con las negociaciones árabe-israelíes estancadas
y sin conflictos bélicos activos sobre los que proyectar la atención nacional,
los israelíes giran la cabeza hacia lo que hasta ahora no han querido ver: el
enorme poder adquirido por la incómoda comunidad ultra ortodoxa, integrada en
el complejo entramado político del país y ávida de imponer sus férreos códigos
a los sectores más moderados de una sociedad segregada.
La brecha entre religiosos y laicos es profunda. Unos y otros enarbolan
consignas sobre cuál debe ser el espacio público otorgado a las mujeres, sin
desearlo, en el centro de la fricción. Muchas se sienten cada vez más
acorraladas por el empuje del radicalismo religioso de los ultraortodoxos, que
pretenden controlar su forma de vestir, el lugar de la calle por donde caminan
o si cantan o bailan en lugares públicos o bodas. Incluso estas cuestiones se
debaten con una curiosa petulancia política en el Parlamento la actual jefa de
la oposición, Tzipi Livni, ha llegado a decir: “parece imposible que en pleno
siglo XXI en Israel estemos aún discutiendo en qué lugar de un autobús tiene
que sentarse una mujer por el mero hecho de serlo”.
Cuanto menos es sorprendente que esto suceda en el mismo país que hasta
hace muy poco solía definirse como la “única democracia de Oriente Próximo”, la
nación con mayor número de empresas high-tech por habitante o una en la que más
artículos científicos se publican. En contraste, también es el único Estado
occidental donde una pediatra no recogía un premio hace unos meses en un centro
universitario jerosolimitano de referencia por el único motivo de su género y
quien tuvo además que observar cómo lo hacía su marido, coautor del trabajo
galardonado, porque así lo requería el protocolo del evento, presidido por un
ultra conservador Ministro de Educación.
Más recientemente, un grupo de jóvenes extremistas religiosos escupía a una
niña de 8 años por no ir vestida de acuerdo a sus cánones estéticos. “Es el
extremismo más exacerbado pero esto está pasando en Jerusalén y en Israel”,
aseguraba Uri Ayalon, un rabino liberal y uno de los fundadores de Yerushalmin,
grupo integrado por religiosos y laicos, que esta semana organizaba en pleno
centro comercial de Jerusalén una coreografía con unas cien mujeres. Así
quisieron llamar la atención sobre la creciente segregación de género en la
ciudad. “Hemos venido para decir muy alto que estamos aquí y que no nos vamos a
callar”, decía Inbar Atmon, otra de las organizadoras del evento.
Con la música y el baile como únicas armas, estas mujeres desafiaban
comportamientos como el de los nueve soldados que en septiembre se negaron a
permanecer en un programa de entrenamiento porque durante su ejecución algunas
mujeres cantaban, lo que según ellos, contradecía los dictados de la Torah
(cuatro fueron expulsados del programa aunque uno fue aceptado nuevamente en
las filas) “En el judaísmo no se dice que las mujeres no puedan cantar o
bailar, sólo lo hacen los extremistas” añadía el Uri Ayalon.
Por el mismo motivo dimitía hace unos días el rabino jefe de la Fuerza
Aérea israelí tras una orden dada por el Jefe de las Fuerzas Armadas, Benny
Gantz, que obligaba a los soldados religiosos a acudir a todos los actos
oficiales sin importar si las mujeres cantaban o pronunciaban discursos. Varias
decenas de jóvenes religiosos ya han amenazado con no alistarse en el ejército
hasta que no se resuelva esta situación, una amenaza intolerable para gran
parte de la vieja guardia del ejército israelí, curtida en los principios del
nacionalismo laico, el mismo sobre el que se fundó en 1948 el Estado de Israel.
Mientras, las mujeres alzan su voz y asisten a
concentraciones auspiciadas por otras organizaciones como la norteamericana
“Fondo del Nuevo Israel” que aboga por la democracia y la igualdad de todos los
israelíes. En los últimos días ha distribuido pancartas con eslóganes como “las
mujeres tienen que ser vistas y oídas” y ya prepara, junto a otras
organizaciones no gubernamentales, nuevos eventos en varias ciudades del país.
Su objetivo, combatir a los sectores más extremistas del millón de ultra
ortodoxos que viven en el Estado (de una población total de casi 8 millones);
los mismos que rechazan su misma existencia pero con cuyos representantes sí
pactan a cambio de votos y subvenciones.
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