Un libro revisa el papel de Casares Quiroga antes y
después del 18 de julio
ÓSCAR IGLESIAS - Santiago - 18/01/2012
"En las actas del Colegio de Abogados y en
cuantos libros figure el nombre repugnante de Casares Quiroga deberá procederse
asimismo a borrarlo, en forma que las generaciones futuras no encuentren más
vestigio suyo que su ficha antropométrica de forajido". Corrigiendo las
faltas, en el dictado del gobernador civil de A Coruña, José María Arellano,
del "segundo año triunfal, 26 de noviembre de 1937", comenzaba la
mala suerte historiográfica de Santiago Casares Quiroga (A Coruña, 1884-París,
1950), jefe de Gobierno de la República bajo la presidencia de Manuel Azaña.
Dimite del cargo el 18 de julio de 1936 y poco antes
del final de la guerra se exilia en Francia. Esther Casares, la hija mayor,
casada con un capitán de Infantería, y su nieta Cuca fueron rehenes de Franco
en A Coruña hasta 1955, cinco años después de su muerte en París.
Recientemente publicado, tras dos años de trabajo, Santiago
Casares Quiroga. La forja de un líder (Eneida, editores Emilio Grandío y J.
Rodero) intenta arrojar luz sobre "el caso más grande de odio y
persecución a un político y a su familia", en palabras de Alfredo Somoza,
el que fuera diputado de Izquierda Republicana por A Coruña. De ese capítulo -Los
Casares: una familia perseguida- se ocupa el historiador Carlos Fernández,
autor en 2000 de Casares Quiroga: una pasión republicana. La mayor
biografía de un político que no dejó memorias, fuera del diagrama de flujo que
constituye todavía la voz de María Casares en Residente privilegiada.
En el libro de la hija que atravesó con él los
Pirineos -para convertirse en ciudadana francesa y sustento dramático de
Cocteau, Bresson y, sobre todo, Camus-, se sugiere la dificultad de dar voz a
un hombre de salud quebradiza, ausente de sí mismo: "Es como cuando,
basándose en diferentes informes, se consigue trazar detalle por detalle la
imagen robot de un bandido perseguido: terminado el retrato aparece una cara,
pero el hombre no está ahí".
Las imágenes de lo posible, con todo, aportan
prolijos análisis sobre las claves de su ascenso dentro del poder local coruñés
(Óscar Ares), su relación con el obrerismo cuando le tocó garantizar el orden
público (Eliseo Fernández y Mirta Núñez), la cuestión familiar y el exilio
(Esther Varela Casares, María Lopo e Isabel Gómez), difícil de seguir por su
alejamiento de la vida pública, las biografías paralelas "a distancia
aproximada" de Casares Quiroga y el centrista fonsagradino Manuel
Portela Valladares (su alter ego durante los primeros años de la
República en Galicia), el rumbo de la memoria documental de Casares Quiroga o
su papel durante el 18 de julio. Esta última revisión corre a cargo de Emilio
Grandío, que también se ocupa de lo que pudo ser el casarismo. Desde la
Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA), que fundó con Vilar Ponte en
1929 -cuando se celebra el plebiscito del Estatuto, el 28 de junio del 36, él
era jefe de Gobierno-, hasta desembocar con Marcelino Domingo y su amigo y
valedor Azaña, federalista de España será federal o no será, en
Izquierda Republicana.
"Novedades son casi todas", conviene
Grandío, particularmente interesado en desmenuzar los gestos y los hechos de
Casares Quiroga durante el fin de semana del 17 al 19 de julio de 1936. Las
críticas al excesivo personalismo del abogado coruñés, su supuesta desidia -la
tuberculosis le libró de enfrentarse como gobernante a la masacre de
anarquistas en Casas Viejas (1933)- y la historia de su inmediata dimisión
tras ser consciente de la dimensión de la asonada, duran tres cuartos de siglo.
Ninguno de estos adjetivos cuadra, por ejemplo, con
la actitud que mantuvo cuatro años antes, en la intentona golpista del general
Sanjurjo. Fue el único miembro de aquel gabinete ministerial contrario a la
indulgencia con el militar, con la diferencia de que la sanjurjada
fracasó. "En la decisión de no publicar sus opiniones, como sí hicieron
muchos de sus compañeros, influye sin duda la retención de su hija y nieta en A
Coruña", resume Grandío. Sigue habiendo quien lo atribuye a la magnitud de
sus errores.
El más repetido, no armar al
pueblo. En el libro de expresivo título, adjunta Grandío algunas explicaciones
-interpuestas- de Casares. Estas son extraídas de las memorias de Juan Simeón
Vidarte, vicesecretario general del PSOE entre 1932 y 1939: "Yo no puedo
dar órdenes de que se arme al pueblo. Es muy sencillo eso de repartir armas. Me
bastaría llamar ahora a los gobernadores y decir que las entreguen, ya que en
todos los gobiernos civiles las hay en abundancia, pero, ¿a quiénes van a ir a
parar esas armas?, ¿qué uso se va a hacer de ellas? [...] ¿Es que puede usted
asegurarse que toda España no se va a convertir en lo que fue Asturias en el
mes de octubre? Creo que ya les dije a ustedes que el Gobierno cuenta con
medios para dominar la sublevación sin necesidad de hacer locuras ni de que
arda el país; seguiremos hablando".
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