Tras pasar por ciudades como Pyongyang o Shenzhén, el dibujante Guy Delisle
entrega una guía de anécdotas absurdas por Jerusalén para recrear el fanatismo
religioso
PEIO H. RIAÑO Madrid 10/01/2012
Los últimos
coletazos de aquellos cazas que Guy Delisle y su amigo Nicolai veían volar
hacia Gaza mientras tomaban el sol en una playa de Jerusalén acabaron con 5.000
heridos y varios cientos de muertos, tras 22 días de masacre. El dibujante
canadiense ha demostrado en anteriores entregas autobiográficas, en ciudades
como Pyongyang (Corea del Norte), Shenzhén (China) o sus crónicas desde
Birmarnia que es capaz de todo el cinismo, sinceridad e impotencia al mismo
tiempo ante el mayor de los absurdos. Con Crónicas de Jerusalén
(Astiberri) vuelve a enfren-tarse al choque cultural y político, sin la vanidad
colonialista de anteriores trabajos (quizás por ser un país de hábitos
europeos), desde lo más insignificante en la construcción del relato histórico:
lo vulgar y cotidiano.
"Soy un
observador de lo cotidiano. Si hay un lugar peli-groso, donde explotan bombas,
está claro que no voy a ir. Cuando un periodista me propone ir a ver el ataque
sobre Gaza desde una colina, para ver lo que pasa al otro lado, donde se puede
ver lo que cae encima de los pobres habitantes de Gaza, prefiero no ir. En eso
mi método de trabajo es distinto al de un periodista: prefiero construir mi
relato a partir de pequeñas observaciones, a largo plazo. Un periodista no se
queda un año paseando por las calles de una ciudad como hice yo", explica
el autor a este periódico.
Su posición
ante este tipo de acontecimientos, falsamente ingenua, justifica una obra en
apariencia en el extremo opuesto de otras firmadas bajo el mismo género, voz y
lugar, como Palestina: en la franja de Gaza y Notas al pie de Gaza.
La comparación con Joe Sacco, autor de estas dos novelas gráficas citadas, es
tan inevitable como forzada, porque el propio Delisle se encarga de huir
explícitamente de la denuncia, no así de la verdad.
Mientras que
Sacco reconoce, como hizo a este periódico en una entrevista en 2010, que
"el cómic tiene una fuerza que no tiene ninguna otra forma de reportaje,
porque los lectores están ahí, en Gaza, y pueden sentir la atmósfera con
dibujos", Delisle prefiere contar a partir de hechos que no aparezcan en
los periódicos. Incluso, elige evitar Gaza. En el arranque del libro necesita
comprar pañales para su hija Alice, pero la pequeña tienda árabe está cerrada y
la única opción que le queda es comprar en el super-mercado y, sin embargo,
sería un gesto político incorrecto por tratarse de una colonia. Algo así como
apoyar a las colonias. Sin embargo, Delisle, padre con necesidades, se ve
atrapado en un cruce político irracional que le sirve para dibujar la vida real
de sus habitantes.
"Me
gusta contar a través de anécdotas lo que le gente vive allí, a lo que se tiene
que enfrentar, a lo político. Esto no se cuenta en los periódicos. Cuando hago
este tipo de libros no hay una intención de denunciar", porque, tal y como
expone, si alguien quiere tener mayor información de la que él incluye basta
con leer lo que se publica cada día en el periódico sobre Jerusalén o en Gaza,
aquel minúsculo territorio de 40 kilómetros de longitud por apenas 12 de ancho.
"No hay
nada nuevo en mi trabajo, no hay ninguna exclusiva. Mi trabajo no es
periodístico, para mí un periodista va a un lugar donde hay historias que
contar, tiene que volver con una información concreta. Va a sitios peligrosos
donde pasan cosas", reconoce. La propia editora del libro en caste-llano,
Héloïse Guerrier, asegura que "se centra más en la anécdota, en los
detalles cotidianos, que en datos exhaustivos o discursos vehementes".
Atascos y
expatriados
Cada mañana
lleva a su hijo Louis a la escuela, un privilegio que consiste en sumergirse en
"un atascazo" al salir del barrio de los colonos que van a trabajar a
Jerusalén. "Y empieza el juego de ver quién se pega más al culo para
adelantar a uno o dos coches cambiando de fila cuatro veces". Entre los
expatriados la charla ocurrente son los trucos para saltarse las filas
atascadas. El lunes para siempre en el barrio ultraortodoxo de Mea Shearim, el
más antiguo y famoso, y echa su bolsa de basura en un contenedor vacío (los de
los colonos no están tan atendidos). Hay un cartel en el que puede leer:
"Los grupos que visitan nuestro barrio ofenden enormemente a los
residentes. Dejen de hacerlo, por favor".
Pero hay
algo nuevo en este Guy Delisle distinto al resto de trabajos que relatan sus
expe-riencias en culturas ajenas, que le obliga a tomar partido, muy
sutilmente, contra la ocupación de territorios palestinos por parte de los
colonos israelíes. Reconoce que no es objetivo, pero que tampoco podría serlo.
Simplemente, ha tratado de ser "lo más preciso y justo posible, no contar
gilipolleces". Aprovecha hasta el último sorbo las facilidades de la
autobiografía. "Se entiende que tengo una sensibilidad más bien de
izquierdas. Cuando se ve a una población colonizada por otra, no va a decir uno
que todo está bien, que no hay problema", remata.
El autor
opta por no explicar que está mal que haya colo-nias. "Prefiero que se
entienda a través de una historia de 300 páginas en la que uno pasea, y que el
lector salga, como yo, con una impresión. No voy a decir que las colonias están
mal, tengo derecho a pensarlo, pero no me parece interesante hacerlo evidente
en el cómic, no es el efecto que estoy buscando. Lo que quiero es pasear con el
lector y enseñarle las cosas que me han parecido interesantes, divertidas, y de
las que se puede aprender algo", aclara.
En Crónicas
de Jerusalén, la apuesta habitual por el choque exótico de un extranjero
del dibujante canadiense se transforma en el contraste con lo insensato. Todo
está teñido por la religión, todo es fanatismo, y Delisle ha perdido la mirada
condescendiente, y equilibrado su humor. Mantiene sus guiños de guía turística
y pedagógica, pero ha madurado el relato con drama. "Pongo humor cuando se
puede", asegura. "Si mi trabajo pudiera ser sólo humorístico, lo
sería, porque es mi modo de contar historias. Pero me gusta que uno pueda reírse
durante tres páginas y que luego haya cosas más pedagógicas". Mide sus
ritmos, dice, tal y como llegan los flujos informativos en la vida real:
"Uno ve el telediario, con asuntos que te pueden chocar, y justo después
acuestas a tus hijos".
Pero
en este ejercicio de escapismo también logra huir de sí mismo y de una supuesta
heroicidad. "No tengo ganas de dar lecciones. No iba a levantar el puño al
cielo diciendo dejad de bombardear Gaza, sería ridículo", sentencia. Por
encima del barro y las bombas, Delisle se decanta por una visión que acentúa el
cinismo: "Quería mostrarle al lector lo absurdo de esta situación, en la
que se bombardea a gente encerrada, y tú puedes estar al lado pero lo ves en la
tele, como el resto del mundo". Él tampoco es de los que viajan a
Territorio Comanche a saber de primera mano, eso se lo deja a otros "A mí
me gusta Joe Sacco, pero no soy quién para decir qué nos diferencia".
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