xoves, 5 de xaneiro de 2012

En recuerdo de Batya Gur: ultraortodoxos y mujeres en Israel


Por: Javier Valenzuela | 27 de diciembre de 2011
En la foto se ven unas mujeres atravesando un paso de peatones cubiertas de ropas luctuosas desde la coronilla a los tobillos. ¿Musulmanas? ¿De Afganistán, Arabia Saudí o Irán? Pues, no: las fotografiadas no son musulmanas, sino judías, y el paso de peatones pertenece a la localidad israelí de Beit Shemesh.
Situada al suroeste de Jerusalén, Beit Shemesh es conocida en Israel por la pujanza de sus fundamentalistas judíos, los  también llamados ultra-ortodoxos o haredim (temerosos de Dios). Esta semana, ese lugar está atrayendo la atención del planeta por la actitud misógina y beligerante de esa gente. El lunes 26 de diciembre hubo allí heridos y detenidos en enfrentamientos entre unos trescientos haredim –todos varones, por supuesto- y policías israelíes que pretendían quitar unas señales de tráfico piratas que los primeros habían colocado. Esas señales quieren hacer obligatorio que hombres y mujeres caminen por aceras diferentes. Los extremistas, según informa Haaretz, llamaron “nazis” a los policías.
Escribo poco antes de que hoy, martes 27, se celebre en Beit Shemesh una concentración de ciudadanos israelíes contra la segregación machista (en las escuelas, en los autobuses, en las calles) que pretende imponer en esa población los ultras del judaísmo. El mismo presidente, Shimon Peres, ha llamado a participar en la protesta. "Nadie tiene el derecho de levantar la mano contra una niña o una mujer”, ha dicho Peres. Y es que la semana anterior se supo que una chica de ocho años está siendo acosada fisicamente a diario por los locos de Dios de Beit Shemesh por vestir “indecentemente”.
Es tan tremenda la tragedia palestina que poco nos cuentan los medios de comunicación sobre la vida en Israel, uno de los países más vitalistas, complejos y con mayores contrastes del planeta. Allí se instalaron a lo largo del siglo XX millones de judíos laicos, religiosos y fundamentalistas, gente procedente de decenas de países con otras tantas lenguas y culturas de origen, personas de sensibilidades políticas e ideológicas muy diferentes. Cimentado por el recuerdo de las atrocidades del Holocausto y compartiendo una mentalidad de asedio, este puzle es tan fascinante como explosivo.
Así que es muy de lamentar que Batya Gur (1947-2005) ya no esté entre nosotros para seguir contándonos las interioridades de Israel a través de las aventuras del superintendente de la Policía Michael Ohayon. Nacida en Tel Aviv, descendiente de supervivientes del Holocausto, Gur fue doctora de Literatura en la Universidad Hebrea de Jerusalén, articulista del periódico Haaretz y, sobre todo, la Agatha Christie israelí. La media docena de novelas policiacas que, a partir de 1988, escribió con Ohayon como protagonista, son un estupendo retrato del país de la estrella de David.
Desde la primera entrega, El asesinato del sábado por la mañana, a la última, Asesinato en directo, pasando por la más conocida, Asesinato en el kibbut, Ohayon se enfrenta una y otra vez a submundos particularmente cerrados en el seno de la sociedad israelí (los psicoanalistas, un kibutz, un campus universitario, los musicólogos, los yemeníes, la televisión) y debe esforzarse por romper sus reglas de omertá. Relato tras relato, el investigador levanta acta de los recelos mutuos que subyacen entre los diversos grupos étnicos y culturales del variopinto Israel. Duro por fuera y tierno por dentro, culto y taciturno, el superintendente renuncia a pretender arreglar las flagrantes contradicciones su país y opta, modestamente, por intentar resolver los casos criminales concretos que se le van presentando.
Pero la tarea le resulta cada vez más difícil. En Un asesinato en directo, Ohayon termina descubriendo una verdad incómoda para la sociedad israelí en su conjunto. Entonces, su superior, el director Shorer, le pide que se la guarde para sí. He aquí el diálogo:
-No sé si podré callármelo -dijo Michael finalmente-. No sé cómo va a ser posible vivir con un secreto como este.
-¡Ya lo creo que va a ser posible! -le dijo Shorer, ahora con pena-. ¡Y de qué manera! No vas a decir una palabra -afirmó cada vez más apenado. Y tras un breve silencio añadió-: ¿No ves que estamos evolucionando? Cada vez somos capaces de callarnos más cosas.
Batya Gur pertenecía a la fecunda generación de novelistas negros mediterráneos de Manual Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri y Petros Márkaris. En julio de 2003, participó en la Semana Negra de Gijón. Venía de la mano de Siruela, la editorial que ha publicados en castellano todos los casos del superintendente Ohayon. En Gijón explicó que, para contar mejor los universos cerrados de la sociedad israelí, le funcionaba mejor las estructuras y las técnicas de la primitiva novela policiaca, la de misterios a lo Agatha Christie, que la renovación dura (hard boiled) del género de los Hammet, Chandler y Ellroy. 
La añorada escritora estuvo siempre del lado del Israel laico, progresista y partidario de una paz justa con los palestinos. Pero ese Israel, fuerte en la etapa fundacional, ha ido dando paso a otro cada vez más religioso, conservador y belicista. Hoy, pese a que los ultra-ortodoxos sean un 10 por ciento de la población -y subiendo, dadas sus altas tasas de natalidad- su actitud de votar como una piña les ha convertido en un grupo crecientemente influyente en Israel. Como es sabido, el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén, es su feudo primigenio. Y cabe añadir que el comportamiento misógino de esta comunidad, y en particular el de los haredim de Beit Shemesh, viene de antiguo.
Sí, amigos, en esto del machismo, en todas partes cuecen habas... y en no pocas, justificándolo con milenarios libros sagrados, a calderadas.

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