Por: Javier Valenzuela | 27 de
diciembre de 2011
En la foto se ven unas mujeres atravesando un paso de peatones cubiertas de
ropas luctuosas desde la coronilla a los tobillos. ¿Musulmanas? ¿De Afganistán,
Arabia Saudí o Irán? Pues, no: las fotografiadas no son musulmanas, sino judías, y el paso de peatones
pertenece a la localidad israelí de Beit Shemesh.
Situada al suroeste de Jerusalén, Beit Shemesh es conocida en Israel por la
pujanza de sus fundamentalistas judíos, los también llamados
ultra-ortodoxos o haredim (temerosos de Dios). Esta semana, ese lugar
está atrayendo la atención del planeta por la actitud misógina y beligerante de
esa gente. El lunes 26 de diciembre hubo allí heridos y detenidos en
enfrentamientos entre unos trescientos haredim –todos varones, por
supuesto- y policías israelíes que pretendían quitar unas señales de tráfico
piratas que los primeros habían colocado. Esas señales quieren hacer obligatorio que hombres y
mujeres caminen por aceras diferentes. Los extremistas, según
informa Haaretz, llamaron “nazis” a los policías.
Escribo poco antes de que hoy, martes 27, se celebre en Beit Shemesh una
concentración de ciudadanos israelíes contra la segregación machista (en las
escuelas, en los autobuses, en las calles) que pretende imponer en esa población
los ultras del judaísmo. El mismo presidente, Shimon Peres, ha llamado a
participar en la protesta. "Nadie tiene el derecho de levantar la
mano contra una niña o una mujer”, ha dicho Peres. Y es que la semana anterior
se supo que una chica de ocho años está siendo acosada fisicamente a diario por
los locos de Dios de Beit Shemesh por vestir “indecentemente”.
Es tan tremenda la tragedia palestina que poco nos cuentan los medios de
comunicación sobre la vida en Israel, uno de los países más vitalistas,
complejos y con mayores contrastes del planeta. Allí se instalaron a lo largo
del siglo XX millones de judíos laicos, religiosos y fundamentalistas, gente
procedente de decenas de países con otras tantas lenguas y culturas de origen,
personas de sensibilidades políticas e ideológicas muy diferentes. Cimentado
por el recuerdo de las atrocidades del Holocausto y compartiendo una mentalidad
de asedio, este puzle es tan fascinante como explosivo.
Así que es muy de lamentar que Batya Gur (1947-2005) ya no esté entre
nosotros para seguir contándonos las interioridades de Israel a través de las
aventuras del superintendente de la Policía Michael Ohayon. Nacida en Tel Aviv,
descendiente de supervivientes del Holocausto, Gur fue doctora de Literatura en
la Universidad Hebrea de Jerusalén, articulista del periódico Haaretz y,
sobre todo, la Agatha Christie israelí. La media docena de novelas policiacas
que, a partir de 1988, escribió con Ohayon como protagonista, son un estupendo
retrato del país de la estrella de David.
Desde la primera entrega, El asesinato del sábado por la mañana, a
la última, Asesinato en directo, pasando por la más conocida, Asesinato
en el kibbut, Ohayon se enfrenta una y otra vez a submundos particularmente
cerrados en el seno de la sociedad israelí (los psicoanalistas, un kibutz, un
campus universitario, los musicólogos, los yemeníes, la televisión) y debe
esforzarse por romper sus reglas de omertá. Relato tras relato, el
investigador levanta acta de los recelos mutuos que subyacen entre los diversos
grupos étnicos y culturales del variopinto Israel. Duro por fuera y tierno por
dentro, culto y taciturno, el superintendente renuncia a pretender arreglar las
flagrantes contradicciones su país y opta, modestamente, por intentar resolver
los casos criminales concretos que se le van presentando.
Pero la tarea le resulta cada vez más difícil. En Un asesinato en
directo, Ohayon termina descubriendo una verdad incómoda para la sociedad
israelí en su conjunto. Entonces, su superior, el director Shorer, le pide que
se la guarde para sí. He aquí el diálogo:
-No sé si podré callármelo -dijo Michael finalmente-. No
sé cómo va a ser posible vivir con un secreto como este.
-¡Ya lo creo que va a ser posible! -le dijo Shorer, ahora
con pena-. ¡Y de qué manera! No vas a decir una palabra -afirmó cada vez más
apenado. Y tras un breve silencio añadió-: ¿No ves que estamos evolucionando?
Cada vez somos capaces de callarnos más cosas.
Batya Gur pertenecía a la fecunda generación de novelistas negros mediterráneos
de Manual Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri y Petros Márkaris. En julio de
2003, participó en la Semana Negra de Gijón. Venía de la mano de Siruela, la editorial que ha publicados en
castellano todos los casos del superintendente Ohayon. En Gijón explicó que,
para contar mejor los universos cerrados de la sociedad israelí, le funcionaba
mejor las estructuras y las técnicas de la primitiva novela policiaca, la de
misterios a lo Agatha Christie, que la renovación dura (hard boiled) del
género de los Hammet, Chandler y Ellroy.
La añorada escritora estuvo siempre del lado del Israel laico, progresista
y partidario de una paz justa con los palestinos. Pero ese Israel, fuerte en la
etapa fundacional, ha ido dando paso a otro cada vez más religioso, conservador
y belicista. Hoy, pese a que los ultra-ortodoxos sean un 10 por ciento de la
población -y subiendo, dadas sus altas tasas de natalidad- su actitud de votar
como una piña les ha convertido en un grupo crecientemente influyente en
Israel. Como es sabido, el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén, es su
feudo primigenio. Y cabe añadir que el comportamiento misógino de esta
comunidad, y en particular el de los haredim de Beit Shemesh, viene
de antiguo.
Sí, amigos, en esto del machismo, en todas partes cuecen
habas... y en no pocas, justificándolo con milenarios libros sagrados, a
calderadas.
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