La Fundación Telefónica publica un libro con imágenes inéditas del inmenso
archivo del reportero gráfico de principios de siglo
PEIO H. RIAÑO Madrid 28/12/2011
O piloto Villar na carreira do Motoclub, 1916 |
Un fogonazo
y aparece Ricardo de la Cierva, lanzando una maqueta de avión en un concurso de
modelos de aeroplanos, en la Marañosa (Madrid), en 1933. En el cerro sopla y
los espectadores van abrigados hasta la cabeza. Las boinas son minoría frente a
los sombreros. España crece, quiere volar y disfruta con los avances tecnológicos,
cuando todavía el autogiro de Juan de la Cierva no ha cruzado los cielos.
Cuando lo haga, en 1934, el fotógrafo Luis Ramón Marín, que ya había estado
presente en las pruebas diez años antes, se subirá a otro para retratarle en
pleno vuelo. En 1927, Marín ya había cruzado España por los aires, de Madrid a
Barcelona, cámara (pesada) en brazos.
Un fogonazo
más y la luz imprime en la placa de cristal a Jules Vedrines, junto a su
aeroplano, en 1911. Un año antes, otro francés, Lucien Mamet, el 23 de marzo de
1910, organizó la primera prueba aérea en Madrid. Desde aquel día la aviación
se convirtió en un gran fenómeno, con concursos y espectáculos. La afición y la
curiosidad crecían y un numeroso público se acercóa ver la tercera y última
etapa del raid aéreo París-Madrid. El célebre aviador Vedrines fue el ganador
de la carrera, y Marín estaba allí para retratarle. Marínhizo del aviador la
viva imagen de la vanguardia parisina, con su jersey blanco de lana de cuello
vuelto, la chaqueta oscura, la gorra y el cigarrillo ladeado.
Cuatro años
después de la exposición que obligó a rehacer la historia de la fotografía
española, Rafael Levenfeld y Valentín Vallhonrat, comisarios y responsables del
tratamiento digital del fondo fotográfico de Marín (más de 18.000 negativos en
la Fundación Pablo Iglesias), amparado por la Fundación Telefónica, ponen el
foco sobre la atracción que sentía el reportero por las máquinas, con la
publicación del libro Máquinas (editado por Telefónica), en el que se
muestra su interés por la conquista de la tecnología, el vuelo, la velocidad,
por cielo, mar y tierra.
"Es un
documento visual realmente poco habitual. Las motos y los coches no eran los
deportes rey de la época", explica Levenfeld. De hecho, Marín fue
precursor entre los reporteros gráficos en adquirir una motocicleta (Indian)
para acudir con rapidez a la noticia. Marín registró el futuro en tiempo
presente, bajo el testimonio de la cámara. La novedad, la revolución técnica de
una sociedad que quería despegarse de las brumas del siglo XIX en la segunda
década del XX. La vanguardia y la modernización de una sociedad que se
desperezaba, que se aclaraba las legañas de regímenes atávicos y obsoletos,
llegaba a toda velocidad.
Un 2% de su
trabajo
De los más
de 18.000 negativos (la mayoría en placas) que han llegado hasta hoy, sólo han
visto la luz unos "300, aproximadamente un 2%" de su trabajo. La
mayoría de las fotografías que ahora se dan a conocer en el nuevo libro son
inéditas y corresponden a tomas que el fotógrafo hizo entre los años 1910 y
1934, cuando Marinetti proclama que su automóvil es "más hermoso que la
Victoria de Samotracia", Picabia pinta el Niño carburador, Faulkner
se inscribía en el Royal Flying Corps canadiense para participar en la guerra
europea, D'Annunzio firmaba la primera novela de aviadores Quizá sí, quizá
no y Saint-Exupéry declara que sólo desde el aire se verá la faz de la
Tierra. A Marín le gusta lo moderno. "Marín tenía un carácter valiente y
aventurero", dice Levenfeld.
Fogonazo y
aparece un hombre colgado de un cable que sujeta la carpa de un circo. Es un
autorretrato, es Marín. Nadie sabe cómo ha podido hacerse esa foto imposible,
pero él sonríe bajo el abrigo y gorra, con su alza en el pie izquierdo por una
leve disfunción. Un tipo intrépido, tan pionero como los sujetos a los que
retrataba.
El
trabajo de Marín busca la particularidad de caracteres de sus retratados.
"Él fotografió los sucesos con absoluta proximidad. Por ejemplo, Brangulí,
otro fotógrafo esencial para entender el paso del XIX al XX, lo hacía desde un
ángulo más distante. Cuando digo que Marín se implicaba me refiero a que lo
hacía emocionalmente", señala Levenfeld. A cada acontecimiento que se
acercaba retrataba con su cámara de placas a los intérpretes con minuciosidad y
complicidad. No era habitual. Pero Marín no era normal.
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