Dos años después del desmantelamiento del campamento de protesta, 24
activistas permanecen en prisión cerca de Rabat
EDUARDO MURIEL Salé (Marruecos) 17/11/2012
"No
voy a volver a El Aiún hasta que lo haga con mi hijo". Éste fue el juramento
que pronunció cuando llegó a Salé, hace ya un año y medio, la madre del
activista saharaui Ahmed Mjayad, preso tras el desmantelamiento de Gdeim Izik.
Su hijo llevaba seis meses encarcelado, pero su familia no sabía de su
paradero. Ahmed había sido detenido en el Sáhara ocupado y puesto en
régimen de incomunicación.
Ella ha
cumplido su promesa en parte: nunca volverá a El Aiún, ya que murió el
pasado junio, al no recibir tratamiento médico para una enfermedad grave
que padecía. Su hermana, Mbarka Mjayad, lo recuerda sin poder reprimir el
llanto. "A mi hermano lo atraparon porque era muy activo en la lucha por
la autodeterminación, y siempre había en su casa activistas españoles y
europeos solidarios", cuenta.
Tras su
detención, la familia no supo del paradero de Ahmed hasta seis meses después.
"Vinimos a Salé porque vimos que más familias saharauis estaban
acercándose aquí", explica Mjayad. A su lado, una decena de mujeres
—madres, primas, hijas, hermanas de los presos—, comparten espacio en un
pequeño apartamento a pocas calles de distancia de la cárcel de Salé. Una de
ellas prepara té saharaui mientras otra esparce incienso por el piso. El resto,
sentadas sobre los cojines que cubren todo el suelo, se escuchan las unas a las
otras, se dan ánimos y buscan la manera de ayudar a sus familiares.
Han pasado
dos años desde que la policía marroquí arrasara las 6.500 tiendas de campaña
que formaban el campamento de Gdeim Izik. Este hecho, que estudiosos como Noam
Chomsky consideran el verdadero inicio de la Primavera Árabe, sirvió
para que los saharauis mostraran de forma pacífica su descontento con la
situación económica y, sobre todo, su reivindicación principal: el derecho a la
autodeterminación del Sáhara Occidental.
Sin embargo,
la policía marroquí usó el lenguaje de la fuerza. Las semanas siguientes, se
desencadenaron detenciones selectivas y arbitrarias. Decenas de activistas
fueron sorprendidos en plena noche en sus casas y detenidos sin dar información
alguna a las familias. Dos años después, 24 presos políticos continúan en la
prisión de Salé, junto a Rabat, a la espera de un juicio militar que no deja de
retrasarse.
Junto a
Mbarka, sobre los cojines dispuestos en el suelo por toda la sala, Mainmnin
Laaroussi, madre de otro preso, explica que organizaron el campamento de Gdeim
Izik porque necesitaban expresar la indignación acumulada. "Salimos
al desierto para reclamar nuestros derechos, ya que no tenemos trabajo, ni
nuestros hijos, y además queremos la autodeterminación", asegura.
"España
tiene la culpa, era nuestro gobierno, así que es responsable de habernos
abandonado; ahora nuestros hijos están siendo torturados y estamos
sufriendo mucho, por eso pedimos al resto de países que nos protejan",
lamenta. "Tenemos recursos naturales, como el fosfato o la pesca, y
queremos participar de los beneficios que nos da nuestra tierra".
Secuestro y
tortura
El activista
por los derechos humanos Dafi Daich fue detenido a medianoche a mediados de
diciembre de 2010. En Salé, fue víctima de maltrato y duras torturas los
primeros días. Como en el resto de casos, su familia no sabía dónde estaba
hasta que llegaron noticias, seis meses después, de que se encontraba en una
cárcel cerca de Rabat.
Elkouria
Daich, su hermana, cuenta las duras condiciones en las que se encuentra.
"En la cárcel sufre tortura, los trabajadores de la prisión le
maltratan, le roban la comida, y cada vez que vamos a verle nos dicen que
estamos visitando a un criminal", explica. Las visitas son de cinco
minutos.
Dafi, igual
que otros compañeros saharauis, se ha puesto en varias ocasiones en huelga de
hambre para pedir que se realice un juicio. Una lucha que es respaldada
desde fuera, ya que las familias han hecho varias manifestaciones para que
la comparecencia ante el tribunal militar no se retrase más.
"Ahora,
a mi hermano le duelen los ojos y la cabeza debido a la tortura a la que
ha sido sometido, pero no tiene asistencia médica", lamenta
Elkouria. "Envié una carta a la dirección del centro reclamando un médico,
pero me respondieron que sólo le será concedido cuando llegue el juicio".
Pese
a todo el sufrimiento y las miserias diarias, estas mujeres no pierden el
objetivo de su lucha: la autodeterminación del pueblo saharaui. "Seguimos
luchando por nuestros presos políticos, por el dolor que pasamos todos los
días, y por la libertad de nuestro pueblo", zanja Elkouria.
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