Por: Ángela Paloma Martín | 05 de
noviembre de 2012
En las últimas manifestaciones no dejamos de leer la frase “el peor enemigo
de un Gobierno corrupto es un pueblo culto”. Y eso es justo lo que va a sufrir
la precariedad en nuestro país: la cultura. Pero si ahora miles de personas
están luchando por mantener un derecho tan fundamental y necesario como es la
educación, a principios de siglo XX existieron personas que
marcaron un antes y un después…
Una de esas personas fue una mujer: Leonor Serrano
Pablo. Manchega, natural de un pueblecito lleno de cuestas y rodeado
del pasto dorado que caracteriza estas tierras: Hinojosas de Calatrava.
Cuestas que la hicieron fuerte para subir hacia donde ella quiso. O...
hasta donde la dejaron. Nació en 1890 y a los seis años se topó con la reina
Regente entre estas calles que la vieron nacer. No sabemos cuáles fueron los
motivos de la visita de la reina a Hinojosas, pero lo que sí sabemos es que se
quedó perpleja al observarla y decidió becarla. En 1898 viajó a Madrid y
estudió en la Escuela Superior de Magisterio. En 1914 viajó hasta Roma para dar
un paso más en el tema educativo y estudiar el método de la doctora María Montessori. En
Barcelona, donde poseía una plaza como inspectora de escuelas, insistió para
que el Ayuntamiento adoptase este método, el método
Montessori, con un objetivo claro: asegurar que los niños
preescolares empezaran su formación y ayudar a las madres a escapar de esas
cuatro paredes que las retienen en casa, ir más allá hacia una nueva cultura
donde se conciliase la vida familiar y la laboral.
Esta mujer supuso un punto clave en las investigaciones en la enseñanza de
párvulos y fue la que propuso ampliar la edad en la Escuela Obligatoria además
de apostar por la enseñanza en los adultos. Como mujer y feminista en su época
defendió el derecho al voto, el pecado mortal
de Clara Campoamor. Ese mismo derecho que no defendían muchos
diputados afirmando que las mujeres eran inferiores e incapaces
intelectualmente porque éramos diferentes “naturalmente”, o porque “las mujeres
tenían características negativas por naturaleza”*. Primero, decían, había que
culturizarnos, educarnos. Y después, “si eso”, poder votar. En el año 1900 era
una mujer la que estudiaba por cada 15.000. Y entre los años 1919 y 1920
ascendió al 2%.
Leonor Serrano llegó a ser pedagoga, jurista, abogada y escritora. Una
persona que luchó por muchos derechos, entre ellos la lucha en contra del
analfabetismo. Pero la Guerra Civil fue la cuesta que más dura se le hizo. Su
marido, Josep Xandri Pich, y su hijo Andreu fallecieron en los
bombardeos. Marchó a Francia, como tantos otros exiliados, y en 1939 viajó a
Madrid. Además de a su marido y a su hijo, le arrebataron también su sueldo y
su empleo. Pudo mal vivir el resto de sus días dando clase, aportando a la
sociedad de la época aquello que mejor sabía hacer: educar. Murió en 1942,
antes de que el Tribunal Militar la condenara.
* Las citas entrecomilladas y la información posterior en
relación al porcentaje de las mujeres que podían estudiar pertenecen a Ana Aguado, quién escribió
el artículo “Entre lo
público y lo privado: sufragio y divorcio en la Segunda República”.
Ayer 60/2005 (4) 105-134. ISSN: 1137-2227. Es más que recomendable esta lectura
para entender la educación entre dos aguas: la del voto femenino y la de la ley
del divorcio en 1932.
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