Moscú y Bruselas compiten por atraer a Moldavia a su
esfera de influencia y del resultado depende el destino del Transdniéster
PILAR BONET
Chisinau / Tiráspol 5 NOV 2012 - 16:49 CET
Menguan las esperanzas de resolver el conflicto territorial legado por la
Unión Soviética en el Transdniéster, en la ribera izquierda del río Dniéster.
Esta región, reconocida como parte del Estado de Moldavia por la comunidad
internacional (incluida Rusia), se autoproclamó independiente en 1990 y, 22
años después, está atrapada en una trasnochada guerra fría y es rehén de la
pugna entre dos proyectos estratégicos en Europa.
Moscú y Bruselas compiten por atraer a Moldavia a su esfera de influencia y
del resultado depende el destino del Transdniéster, que durante siglos fue
tierra de cosacos y campo de batalla de tres imperios, el otomano, el ruso y la
mancomunidad de Polonia y Lituania. De Chisinau, la capital de Moldavia, a
Tiraspol, la capital del Transdniéster, hay unos 87 kilómetros, pero esa
distancia, que muchos recorren todos los días, separa dos mundos y dos
historias.
Chisinau se orienta hacia Bruselas y Tiraspol se orientó hacia Moscú en
tiempos del tozudo y autoritario Igor Smirnov, líder del Transdniéster durante
más de dos décadas. Rusia ofrece gas a buen precio a Moldavia, si este país
acepta un lugar junto a Kazajistán y Bielorrusia en la Unión Aduanera. La UE le
ofrece una perspectiva real de ingreso tras un tratado de asociación y una zona
de libre comercio en 2013.
Yevgueni
Shevchuk fue elegido presidente del Transdniéster a fines de 2011.
Con él, llegó el relevo generacional y el deshielo en un conflicto congelado
desde 1992 cuando el general ruso Alexandr Lébed impidió que Moldavia sometiera
por las armas a los secesionistas. Desde entonces, la OSCE supervisa la zona de
seguridad entre ambas riberas con ayuda de observadores ucranios y
pacificadores militares (rusos, moldavos y del Transdniéster con un máximo de
500 personas por parte). Además, Rusia tiene aquí una agrupación militar
formada por los restos del 14 Ejército, unos mil soldados responsables de
viejos depósitos de municiones de la URSS. Pese a sus compromisos con la OSCE,
Moscú interrumpió la retirada de esas municiones.
Shevchuk inició una política de “pequeños pasos” hacia Chisinau e incluso
fue al santuario ortodoxo del monte Athos, en Grecia, para rezar en compañía
del el jefe de Gobierno de Moldavia, Vlad Filat. Cuando el acercamiento fue
evidente, el Transdniéster comenzó a retroceder, alegando que Moldavia no había
respondido a sus gestos de apertura.
El Transdniéster carece de frontera con Rusia y sus comunicaciones aéreas
están interrumpidas. Así que los militares rusos tienen que transportar su
equipo y efectivos por el territorio colindante de Ucrania. Por allí les han
llegado hace poco 20 camiones nuevos y, antes, el ministro de Defensa ruso, Anatoli
Serdiukov, vino y se fue vía Odessa, sin pasar por Chisinau. Moldavia se ha
quejado discretamente a Kiev, afirman fuentes gubernamentales moldavas, según
las cuales Rusia ha enviado a la región lanzagranadas, aparatos de visión
nocturna, fusiles para francotiradores, además de organizar ejercicios de
desembarco en el Dniéster. "Para superar el conflicto, hay que
desmilitarizar la zona y no modernizar los restos del 14 Ejército, que
lógicamente debería retirarse”, dice Iurie Leanca, el ministro de Exteriores
moldavo.
En Tiráspol, las autoridades admiten que se está reparando el aeropuerto
local. Por voluntad de Moldavia, este aeródromo dejó de funcionar a principios
de la pasada década. El motivo fue que los secesionistas impedían a los
servicios de aduanas y los guardafronteras moldavos “controlar el despegue,
aterrizaje y carga de los aviones militares rusos”, explica un portavoz de
Exteriores en Chisinau. Shevchuk ha dicho que se van a reanudar los vuelos, y
los moldavos han advertido que el aeropuerto sólo volverá a funcionar bajo su
control.
Los halcones de la política exterior rusa ven el Transdniéster como
una cuña contra el avance de la OTAN en Europa. Parece ciencia ficción imaginar
que estos parajes podrían albergar misiles rusos en respuesta al despliegue de
elementos del escudo antimisiles norteamericano en Rumania. No obstante,
Aleksandr Gutsul, oficial del ministerio del Interior del Transdniéster,
recuerda que la URSS emplazó una brigada de misiles de alcance medio y táctico
en la fortaleza de Bendery, que fue construida por los turcos junto al Dniéster
en el siglo XVI. “Los misiles, que se comenzaron a instalar en 1962, apuntaban
hacia Europa Occidental y Turquía, por eso esta fortaleza ha sido poco
estudiada por los arqueólogos”, puntualiza Gutsul, jefe de la sección histórica
del ministerio.
Moscú no quiere que Moldavia obtenga gratis el Transdniéster. Así que en
vez de subrayar lo que une ambas regiones los representantes rusos buscan lo
que las separa. La ribera derecha del río es parte de la antigua Besarabia
rumana, que la URSS ocupó en virtud del pacto germano-soviético de 1939. La
ribera izquierda, en cambio, fue conquistada por los rusos en el siglo XVIII y,
en 1924 se convirtió en una autonomía subordinada a la Ucrania soviética, hasta
que en 1940 Stalin la unió a Besarabia para formar la Moldavia soviética (una
de las 15 repúblicas federadas en la URSS que fueron reconocidas como Estados
en 1991-92).
La industrial Trandsniéster y la agrícola Besarabia, permanecieron juntas
hasta la perestroika, cuando los moldavos, en busca de sus raíces, se
proclamaron independientes de la URSS, restablecieron el alfabeto latino (en
vez del cirílico) y quisieron unirse a Rumania. El Transdniéster, de mayoría
poblacional eslava (rusa y ucraniana), reaccionó proclamando su propia
independencia en 1990.
Las pasiones y la intolerancia entre las dos riberas se han suavizado con
el tiempo. En el Transdniéster saben que el “moldavo” con caracteres cirílicos
que allí enseñan es en realidad el rumano. En Moldavia, el ruso se habla en la
calle, se usa en los medios de comunicación y hay centenares de escuelas donde
se imparte como lengua imprescindible para los emigrantes que parten hacia el
Este. Por su constitución, Moldavia es hoy un país neutral, donde los sectores
unionistas prorumanos no pasan del 10%, y con una élite que aspira a su propio
Estado dentro de la UE. Aunque el tratado de fronteras entre Chisinau y
Bucarest está en proceso de ratificación, Moscú insiste en que el
“expansionismo” rumano amenaza a Moldavia e incluso Ucrania. Con su presencia
militar en el Transdniéster, Moscú quiere asegurarse de que Moldavia no huirá
hacia Rumania y la OTAN, tras incorporar el territorio secesionista.
Los defensores de la orientación prorusa temen que Shevchuk, por
inexperiencia o convicción, avance de forma irreversible hacia la fusión con
Moldavia. El analista Andréi Safónov opina que “la política de pequeños pasos
del presidente se ha traducido en concesiones unilaterales y dificulta el logro
de la independencia real”. “Lo mejor es renunciar a este rumbo y congelar de
nuevo el conflicto”, dice.
La falta de frontera con Rusia dificulta en la práctica la orientación
prorusa avalada por diversos referendos locales (el último en 2006). Pese a la
posición oficial de Moscú a favor de la integridad territorial de Moldavia,
funcionarios rusos de alto nivel han comenzado a considerar el reconocimiento
del Transdniéster como Estado si Moldavia abandona su neutralidad. Semejantes
duplicidades tienen precedentes. Rusia decía respetar la integridad territorial
de Georgia hasta que acabó por reconocer como Estados a los territorios
secesionistas de Osetia del Sur y Abjazia después de que Occidente reconociera
Kosovo y las tropas rusas se enfrentaran a las georgianas en agosto de 2008.
Con Shevchuk en la presidencia, las ONG europeas tienen más facilidades
para trabajar en el Transdniéster. La UE ha incrementado la financiación de
medidas de confianza entre las dos riberas, de 12 millones de euros en 2012 a
28 millones, en 2013. Rusia, por su parte, complementa las exiguas pensiones
locales y no exige a Tiráspol que le pague la factura del gas (más de 3.600
millones de dólares anuales). Bruselas y Moscú aseguran la supervivencia, pero
no el desarrollo de la región.
Los habitantes del Transdniéster esperaban una mejora económica que no se
ha producido. La emigración se ha disparado hasta el punto de que resulta
difícil encontrar trabajadores para la industria local. En cambio, han llegado
más actores internacionales, funcionarios de los servicios de inteligencia militares
de Rusia y representantes de las ONG occidentales especializadas en sociedad
civil, aseguran fuentes en Tiráspol, donde se ha inaugurado un centro de
información norteamericano y va a abrirse otro europeo. En instituciones
administrativas del Transdniéster han aparecido asesores rusos. En varias
ocasiones, los negociadores de la región, incluida la ministra de exteriores,
Nina Shtanski, han rectificado sus posiciones tras consultar con los rusos,
dicen medios informados.
Si el conflicto del Transdniéster se congela de nuevo, la cuestión es saber
a quien beneficia la hibernación. El monopolio de la exportación de gas ruso,
Gazprom, controla la empresa distribuidora de gas de Moldavia y los gasoductos
de tránsito. Como prueba de que reconoce la integridad territorial de este país
Además, como “prueba” de que reconocen la integridad
territorial de Moldavia, los rusos quieren cobrar a Chisinau el gas que
suministran al Transdniéster, donde los grandes consumidores – y deudores--de
este combustible-- la central generadora de electricidad y la fábrica
metalúrgica-- son empresas pertenecientes a los rusos. ”Somos pequeños, pero no
tontos”, dice el ministro Leanca.
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