El peruano Lurgio Gavilán relata en un libro su vida en
Sendero Luminoso, en el Ejército y en un convento franciscano durante los años
de conflicto en su país
El antropólogo peruano Lurgio Gavilán, de 39 años, presentó en México el
pasado lunes su autobiografía, Memorias de un soldado desconocido:
autobiografía y antropología de la violencia, una historia que comenzó a escribir
en 1996 y que se ha demorado en publicar en su país por las sensibilidades
contrapuestas en torno al conflicto armado que enfrentó al Ejército con el grupo
terrorista Sendero Luminoso entre 1980 y 2000.
El autor nació en una comunidad campesina de Ayacucho, departamento
de la sierra sur donde surgió Sendero Luminoso en 1980. Esta región concentra
las mayores secuelas de la violencia. En la actualidad, Gavilán realiza un
doctorado en Antropología en la Universidad Iberoamericana de México, becado
por la Fundación Ford. Uno de los antropólogos peruanos más prominentes —y que
investigó la violencia de Sendero Luminoso—, Carlos Iván Degregori, leyó el
borrador inicial de su libro y recomendó su publicación. Cuando éste falleció
en 2011, la edición peruana quedó en suspenso. En México ha habido gran interés
por esta historia, explica el autor, quien ha vivido más de la mitad de su vida
en tres espacios clave de la historia contemporánea de su país: Sendero
Luminoso, el Ejército y la Iglesia Católica.
Siendo niño, en 1983, entró en Sendero Luminoso, tras los pasos de su
hermano mayor; dos años después, fue el único superviviente tras un combate con
el Ejército: “Me perdonaron la vida porque era un niño, escuálido, desnutrido”,
relató en una entrevista por Skype con EL PAÍS. Estos hechos ocurrieron durante
el Gobierno de Fernando Belaúnde, el período más mortífero a causa del
conflicto, según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Los
militares lo llevaron a un cuartel: detenido primero, acogido, después; al
cumplir la mayoría de edad hizo el servicio militar y se “reenganchó” dos años
hasta convertirse en sargento. Entonces combatió desde el otro flanco: “Antes
buscaba militares, luego buscaba a Sendero Luminoso”.
A la pregunta de si fue difícil adaptarse al cambio, responde: “Poco a poco
comenzó a educarme el Ejército, por eso me gustó. Lo he tomado como parte de mi
vida, nunca sentí que fuera tan difícil. No me obligaron a entrar en Sendero
Luminoso. Caí prisionero en el Ejército y me quedé. Siempre he vivido con mucho
gusto, tal vez los quechuas, los campesinos, vivimos de esa manera. En ese
momento era tan natural, y un poco mejor, porque cuando llegué al Ejército,
eran pobres pero había una taza de quáker (avena), había ropa, en el fondo
estaba agradecido”, explica con voz sosegada.
Mientras realizaba patrullas, unas religiosas que los acompañaban llevando
la comunión a las comunidades, lo animaron a ser sacerdote “para hacer el
bien”. Dejó el Ejército y se formó como fraile franciscano: “No me hicieron
preguntas sobre dónde había estado antes”, comentó. Estudió en el instituto de
los franciscanos en Lima y pasó un año en el convento de su orden en Puerto
Ocopa (Junín, selva central), una zona en la que Sendero Luminoso diezmó a la
etnia asháninka. “En el convento teníamos muchos momentos de silencio. Entre
1996 y 1998 empecé a escribir mi historia de vida para mí, por sugerencia de
una tutora”, refiere.
Cuatro años después de iniciado este nuevo camino, y habiendo aceptado ya
los hábitos de fraile, abandonó. “Es un poco difícil de contar, tuve problemas
familiares, terminé criando a mi hijo”. En el año 2000 empezó a estudiar
Antropología en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho. Después
ganó un concurso para ser profesor, y allí enseñó durante dos años. Gavilán
cuenta que sus exalumnos le preguntan cuándo va a dictar clases de nuevo, “pero
no conocen esta historia". "Uno de mis miedos es que me estigmaticen
como Sendero Luminoso. Mis familiares no conocen mucho de esto, con mi hijo
hablé poco, pero ya salió el libro”.
Una de las precauciones que ha tomado el autor ha sido cambiar el nombre de
su comunidad y de algunas personas, dado que referirse a los
actores del conflicto en Perú es delicado, no solo por las
dificultades de diálogo sobre el tema, sino por la imputación fácil de
“terrorista” a quien no lo es.
Perú vive las disputas de la memoria histórica acerca de la violencia de
Sendero Luminoso y del Estado entre 1980 y 2000, pero además, un remanente del
grupo terrorista fundado por Abimael Guzmán, en asociación con el narcotráfico,
sigue provocando muertes en una zona de la sierra sur. Por otro lado, expresos
de Sendero hacen propaganda y reclaman la amnistía de Guzmán a través de un
grupo que quisieron inscribir como partido político, el Movimiento por
la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef).
“Este libro no defiende a Sendero Luminoso, no defiende al Ejército, no
defiende al convento, es un poco imparcial. No sé cómo lo interpretarán en el
Perú, pero en México ha caído muy bien, les causa curiosidad que haya
sobrevivido a ese tipo de guerra, y preguntan cómo es posible que un quechua
venga a estudiar acá”, agrega. Gavilán cuenta que uno de los líderes del
movimiento político prosenderista Movadef, Alfredo Crespo, dio una conferencia
en una institución académica de México donde él acude a un curso. “Hablaba como
fanático, pedía la liberación de Guzmán. Muchas personas hicieron
preguntas". Él tenía su versión: "Conté que una vez en Aranguay,
Sendero Luminoso ató una soga al cuello de una campesina, la arrastraron hasta
la plaza de armas, llegó muerta. Dicen que luchan por los más pobres ¿y los
atan hasta matarlos?. Ni los animales se comportan así con sus semejantes”.
Gavilán hizo su tesis de maestría sobre las formas en que
la comunidad de Aranguay (Ayacucho) ha intentado recuperar su salud física y
mental después de las secuelas del conflicto.
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