mércores, 8 de xaneiro de 2014

1936, el año que casi fusilan a mi suegro


Sento revive la crónica del encarcelamiento de Pablo Uriel en 1936 en el cómic 'Un médico novato'
La obra ganó el Premio Internacional Fnac-Sins Entido de Novela Gráfica

En el sofocante julio de 1936 Pablo Uriel, joven licenciado en Medicina, sustituyó al médico de Rincón de Soto, un pequeño pueblo de La Rioja. Allí, en aquel lugar donde los únicos sobresaltos oscilaban entre la enfermedad crónica del cura y las pluripatologías de la señora Rosa, asistió al golpe militar del 18 de julio. El río donde antes practicaba piragüismo se llenó de cadáveres. Uriel fue movilizado y, casi simultáneamente, encerrado en una prisión militar de Zaragoza por pertenecer a esa categoría tan flexible llamada rojos.
La crónica carcelaria de Uriel es la espina dorsal de Un médico novato (Sins Entido), la obra con la que Sento ganó el Premio Internacional Fnac-Sins Entido de Novela Gráfica 2013. No solo es un cómic. Uriel era también el suegro de Sento. Por más que Vicent Llobell Bisbal (Valencia, 1953) sea un dibujante de larga trayectoria –comenzó en los ochenta–, se enfrentaba a una cuestión delicada. “Convertir a mi suegro en un personaje, en un ninot, era muy injusto. Todos tenemos muchas facetas. No había manera de encontrar el tono, esa era una de las claves. No sé si me habría atrevido a hacerlo con él delante”.
Pablo Uriel, que acabaría trabajando de radiólogo en A Coruña, falleció en el verano de 1990, mucho antes de convertirse en personaje literario y mucho después de convertirse en personaje histórico (secundario, pero personaje). Su yerno aprovechó el notable caudal de documentos que la familia conservó durante décadas para rehacer la narración. A diario el joven preso enviaba dos cartas a su padre y hermanas. “Ríete tú del Twitter. Tenían reparto desde la cárcel de mañana y de tarde”, bromea Sento.
Las misivas constituyen un testimonio emocionante de aquellos días de ritual macabro: ruidos de pasos y cerrojos que precedían la salida de quienes iban a ser fusilados. “Nos acaban de regalar un día y una noche”, afirma el compañero de la celda 14, una de esas noches en que la muerte pasó de largo. Solo los domingos les proporcionaban un respiro: el día del Señor no se liquidaba. La editorial Pre-Textos publicó en 2005 unas memorias de Pablo Uriel así tituladas: No se fusila en domingo.
Al final de la novela gráfica se reproducen algunas epístolas. En ellas se aprecian las rutinas carcelarias (las visitas, las salidas al trabajo…) y la pugna de Uriel por rodearse de la normalidad perdida. “La próxima vez me mandáis la almohada, el jersey si ya está acabado, la cuchara, y un libro que hay en la biblioteca, que se llama Cirugía Práctica de Nordmann, para que no se me olvide todo lo que sabía, que ya le debe faltar poco. No me mandéis nada de comestible”, relata el 16 de octubre. Sueña con empaparse bajo la lluvia el día de su liberación.
Conforme pasan los días y nuevos candidatos a la ejecución sustituyen a los ejecutados, la inquietud de Uriel sobre su destino crece. También la de su familia, que ya había recibido la noticia del asesinato de Antonio, hermano de Pablo, secretario del Ayuntamiento de Soria y militante de Izquierda Republicana. Un episodio mezquino, además de siniestro. Un capellán llamado Primitivo Sanz escribe a la familia Uriel en enero de 1937 para devolverle el reloj de bolsillo robado a Antonio el día de su fusilamiento. “Ambas cosas me han sido entregadas por mi carácter de párroco de la localidad y bajo secreto de confesión”, afirma. La familia, sin embargo, sospechó que se trataba del sacerdote que asistió al asesinato de Antonio y otros 15 compañeros en el bosque de Bayubas de Abajo el 1 de septiembre de 1936. Sus restos fueron exhumados el 6 de noviembre de 1971, cuando todavía la democracia no había alentado las aperturas de fosas. Un hecho excepcional que se refleja en fotografías incluidas al final del cómic.
Sento eligió una pátina desvaída para ambientar su historia y unos trazos esquemáticos. Pablo Uriel recuerda alguna vez al hombre que camina de Giacometti. No es obra para excesos. “Me repugnaba imaginarme esa historia con colores de Tintín, no lo veía, creo que le quitaba seriedad”, expone Sento, “mi intención inicial fue hacerlo en blanco y negro pero luego en la editorial me convencieron para darle un toque de color muy insinuado, descolorido como por el paso del tiempo”.

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