Una investigación descubre los profundos lazos del tesoro
artístico hallado en Múnich con las altas esferas nazis
FELIX BOHR /
LOTHAR GORRISEL 28 DIC 2013 -
22:05 CET
Soldados estadounidenses con cadros rescatados do castelo de Fussen |
Cuando en los últimos días de la II Guerra Mundial recibió la visita de los
soldados estadounidenses, Aschbach era una pequeña población de la región de la
Alta Franconia culminada por el castillo de los Pölnitz, familia de
aristócratas. Sus habitaciones fueron registradas por las tropas, que hicieron
prisionero al jefe local del partido nazi, el barón Gerhard von Pölnitz.
Encontraron también a un hombre llamado Karl Haberstock, que figuraba en una
lista de personas buscadas de la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora
de la CIA. Haberstock, marchante de arte, había vivido durante meses en el
castillo.
Al inspeccionar el lugar, los miembros de la brigada de los Monuments
Men, cuya labor de búsqueda de obras de arte robadas por los nazis será objeto
de una película con George Clooney como productor, director y protagonista
(está previsto que se estrene en el festival de cine de Berlín), encontraron un
gigantesco almacén de pinturas y esculturas del museo cercano a Bamberg y de
una pinacoteca de Kassel; sus directores habían intentado protegerlas de las
bombas aliadas. También descubrieron piezas de varios altos cargos del ejército
alemán. Y un monument man anotó: “Además, en el castillo se descubrieron
habitaciones que contenían cuadros, tapices, esculturas, mobiliario de valor y
documentos pertenecientes a dos conocidos marchantes de arte alemanes”. Eran
las colecciones de Karl Haberstock y de un tal Hildebrand Gurlitt, propietario
ilícito de un sensacional tesoro de 1.400 obras descubierto hace algo más de un
mes en Múnich en manos de su hijo, Cornelius. Hildebrand había residido en el
castillo con su familia desde que ardió su casa de Dresde.
En los años siguientes, los estudiosos estadounidenses del arte redactaron
cartas, memorandos, inventarios, informes y dosieres para esclarecer los
orígenes de esas obras. Con respecto a Haberstock, sentenciaron: “Es el
coleccionista de arte más célebre de Europa. Era el marchante privado de
Hitler, y durante años se adueñó de tesoros artísticos en Francia, Holanda,
Bélgica, e incluso en Suiza e Italia, utilizando métodos ilegales, sin
escrúpulos y hasta brutales”.
De Gurlitt decían que era “un coleccionista de Hamburgo con conexiones con
las altas esferas nazis. Actuaba en nombre de otros altos cargos nazis y
realizó muchos viajes a Francia, de donde se llevó a su país colecciones de
arte. Hay razones para pensar que esas colecciones privadas estaban formadas
por obras expoliadas de otros países”. Para los Monuments Men, Gurlitt era un
“marchante de arte del Führer”.
Entre las piezas halladas recientemente en un piso del barrio muniqués de
Schwabing, hay 380 pinturas retiradas de los museos por ser consideradas en
1937 como “arte degenerado”. El hallazgo incluía otras 590 obras que el régimen
nazi y sus secuaces posiblemente arrebataron a sus propietarios judíos. El
propietario del piso es el hijo de Gurlitt, Cornelius, actual heredero de la
colección, que al final de la guerra tenía 12 años y vivía en Aschbach.
Con el origen de las pinturas individuales aún por aclarar, un grupo de
trabajo nombrado por el Gobierno alemán está investigando la historia de cada
una de las obras. El empeño será largo. Una investigación periodística llevada
a cabo en lugares como los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores
francés y el Museo Nacional de Breslau, en Polonia, revela el considerable
alcance del tráfico de Gurlitt con el arte expoliado y sus despiadadas
prácticas.
Los monuments men interrogaron a Hildebrand en Aschbach en junio de
1945. Estaba “extremadamente nervioso”; no parecía decir la verdad. Fue
entonces cuando Gurlitt se creó una nueva identidad: la de víctima de los
nazis, la de un hombre que había salvado valiosas obras de arte de su
destrucción y que jamás había hecho mal a nadie. No todo lo que contó a los
estadounidenses era falso. Hizo hincapié en que los nazis lo habían clasificado
como “mestizo” a causa de su abuela judía. También, que después de 1933, había
temido por su vida, lo que le llevó a colaborar. Durante un interrogatorio de
tres días, Gurlitt declaró que, al ser lo que denominaban “cuarto de judío”, existía
el riesgo de que lo reclutasen para realizar trabajos forzados en la
Organización Todt, un grupo civil y militar de ingeniería del Tercer Reich.
Gurlitt también dijo: “Tuve que elegir entre la guerra y el trabajo para los
museos. Nunca compré una pintura que no me ofreciesen voluntariamente”.
Entonces, en Aschbach los delitos de Haberstock parecieron los más atroces.
Fue detenido en mayo de 1945, y en agosto fue trasladado a Altaussee, en
Austria, donde los grandes delincuentes relacionados con el arte fueron
requeridos para testificar cerca de una mina de sal llena de obras. A Gurlitt
se le permitió permanecer en Aschbach. Más tarde, Haberstock dijo a los
funcionarios alemanes que los estadounidenses habían subestimado el papel de
Gurlitt durante el periodo nazi.
Linz tenía que ser la sede del colosal Museo del Führer. Nunca se llegó a
construir, aun así los nazis compraron obras para llenar tres pinacotecas.
Hermann Voss estuvo al frente del programa de compra a partir de 1943. Desde
entonces, Gurlitt trabajó para Hitler a través de Voss, que hacía de
intermediario. También compró arte para los museos alemanes obligados por el
régimen a adoptar sus directrices, así como para ciudadanos privados.
En 1930, el historiador del arte Gurlitt había sido cesado de su puesto
como director del museo de la ciudad oriental de Zwickau por considerarlo un
abanderado del arte moderno. Se trasladó a Hamburgo, donde se hizo cargo de la
pinacoteca de la ciudad, hasta que volvieron a despedirlo debido a su
preferencia por la vanguardia, así como por sus antepasados judíos.
Permaneció en Hamburgo, se convirtió en marchante y abrió una galería. En
esa época, la clase de arte moderno que había apoyado había pasado a ser un
negocio arriesgado. Gurlitt compraba y vendía cada vez más piezas antiguas.
Tenía un don para los negocios, y trabó relaciones con destacados
coleccionistas. Al poco tiempo estaba comprando arte de personas perseguidas,
principalmente judíos, que vendían sus obras porque se veían obligados a huir
de Alemania, habían perdido sus trabajos y necesitaban dinero para alimentar a
sus familias, o se les exigía el pago del llamado “impuesto sobre el patrimonio
de los judíos”. Gurlitt compró también arte expoliado por la Gestapo. Se
convirtió en el marchante oficial de “arte degenerado”, obras que ya no se
consideraban aceptables en el Tercer Reich.
Hasta 1942, se quedó en Hamburgo. En los primeros años de la guerra, amplió
su territorio a Holanda, Bélgica y Francia. Cuando las bombas destruyeron su
galería, llevó a su mujer y a sus dos hijos a la casa de sus padres en Dresde.
Había realizado sus primeras compras en 1941, un año después de la invasión de
Francia. El hecho de que los cuadros llegaran del país ocupado incrementaba su
valor. Se confiscaron importantes colecciones, o sus propietarios fueron
obligados a venderlas a unos precios increíblemente bajos. Se rodeó de
personajes turbios del mundo del arte, incluidos representantes, informadores y
otros marchantes. Era un hombre muy solicitado, ya que disponía de millones de
marcos del Reich para gastar.
En aquellos años, el barón Gerhard von Pölnitz, dueño de la mansión de
Aschbach, estaba destinado en París como alto mando de las Fuerzas Aéreas
alemanas. En su tiempo libre trabajaba para Haberstock y Gurlitt, cerrando
acuerdos y ejerciendo de representante. Hay un informe del historiador del arte
Michel Martin sobre Gurlitt en los archivos del Ministerio de Asuntos
Exteriores de Francia. Durante el periodo de ocupación, Martin trabajó en el
departamento de pintura del Louvre, donde emitía permisos de exportación de las
obras. Gurlitt, escribía Martin, disponía de acceso a un “crédito en constante
expansión” y había adquirido obras por un valor total de “entre 400 y 500
millones de francos”. Según su versión, también adquirió en París obras para su
colección privada. “Cuando nos resistíamos a sus exportaciones de arte, cogía
piezas sin autorización”. Entre tanto, Hildebrand insistía en que era “un
simple funcionario” que cumplía órdenes.
Terminada la guerra, los estadounidenses sometieron a Gurlitt a arresto
domiciliario en Aschbach. Para ocupar el tiempo, daba charlas sobre Durero y
Barlach y sobre el kitsch en el arte religioso a la pequeña congregación
eclesiástica local. Escribía cartas en las que intentaba justificar sus compras
en Francia.
En una misiva enviada en 1947 a una historiadora francesa, insistía en que
había sido “un verdadero amigo de Francia y opositor del régimen nazi”, una
persona que “de palabra y por escrito” había “defendido siempre el arte
francés”. No mencionó su labor para el museo del Führer en Linz.
El arresto domiciliario de Gurlitt fue retirado y en enero de 1948 se
trasladó a Düsseldorf, donde se convirtió en director de su museo. Sus años en
Aschbach eran “el pasado”. En 1950, las obras le fueron devueltas por el
archivo de propiedades requisadas conocido como Punto de Recogida Central de
Wiesbaden. Había sido absuelto de todos los cargos. Los estadounidenses habían
confiscado un total de 140 obras. Pero Gurlitt también había ocultado parte de
su colección en un viejo molino de agua.
Volvió a ser un miembro respetado de la sociedad y se ganó el apoyo de los
industriales de Düsseldorf a base de incluir obras de estos en sus
exposiciones. Hasta empezó a mostrar de nuevo su colección con el probable
objetivo de saber si habría reclamaciones de los verdaderos propietarios. En
1956, año de su muerte, Gurlitt envió cuadros de su colección a Nueva York,
entre los que había obras de Beckmann y Kandinski. Escribió un perfil
autobiográfico para el catálogo, que nunca se publicó. En él, se describía como
un hombre valiente y atrevido, como un héroe cuyos negocios durante la guerra
fueron un “acto de malabarismo peligroso”.
Murió en un accidente de coche en 1956. Sus necrológicas
le ensalzaban como una figura importante en el mundo artístico de la posguerra
de Alemania Occidental. Su viuda, Helene, se trasladó a Múnich a principios de
la década de 1960, donde adquirió dos apartamentos caros en un edificio nuevo
en Schwabing. Los mismos en los que agentes de aduanas encontraron
recientemente un tesoro que ha vuelto a enfrentar a Alemania con su pasado.
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