La Colección Bicentenario, una serie de libros escolares
que el Estado reparte en las escuelas públicas, reinventa el modo en que niños
y jóvenes estudian la historia reciente del país
ALFREDO MEZA
Caracas 26 DIC 2013 - 18:13 CET
En la contraportada está el manchón con los nombres que dieron vida a la Colección Bicentenario,
los libros de texto que el Gobierno de Venezuela entrega de forma
gratuita en las escuelas públicas. Arriba y a la izquierda el comandante
supremo de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías. A continuación su
delfín y actual presidente de la República, Nicolás Maduro. Luego vienen los
nombres de la ministra de Educación, de los viceministros y los encargados de
proponer una lectura acorde con la cosmovisión chavista de la historia
republicana de Venezuela. Esa donde la llamada revolución bolivariana rescata
la obra de los padres fundadores después de los intentos de continuar con el
proyecto independentista libertador Simón Bolívar.
En el libro Historia de Venezuela Contemporánea, una asignatura que se
imparte en el cuarto año de bachillerato (el penúltimo año de la escuela
secundaria), se lee en el primer capítulo de la primera unidad lo siguiente:
“Cuando entramos a la segunda mitad del siglo XIX ya podemos ir hablando de una
contemporaneidad venezolana, cuyas raíces las hemos encontrado en un estilo
americano que llegaba de Estados Unidos de América desde 1824. Avanzamos este
dato para que el lector esté pendiente de su reaparición más adelante en el
marco de las relaciones comerciales de Venezuela con el exterior”.
Esa sentencia marca el tono del texto de 272 páginas, publicado por primera
vez en 2011 y reeditado por tercera vez en 2013. Este libro es uno de los 70
encargados a los autores de la Colección Bicentenario, que abarcan desde la
educación inicial hasta el último año de educación media. No solo Estados
Unidos, al que en la página 169 se le compara con el III Reich, se convierte en
la gran bestia negra que impidió la consolidación de una república libre. Los
gobiernos anteriores al chavismo –el período de 40 años transcurrido entre
1958, cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y la victoria de Hugo
Chávez, en 1998- son a lo largo de la obra los principales responsables de la
tragedia nacional, contenida apenas por la aparición del comandante Chávez.
Construida a base de manipulaciones históricas, de protagonistas
desconocidos, la relectura de la historia que propone el Gobierno en las escuelas
del Estado promueve la adoración del líder y la satanización de todo aquello
que no comulgue con sus intereses. “Una primera observación es que los libros
no están adecuados ni al programa del año 1997 de Educación Básica ni al
currículum llamado bolivariano. En muchas oportunidades, las lecturas, los
ejercicios o los ejemplos son manipulaciones para ensalzar al actual régimen o
para hacer culto a la personalidad”, afirmó el profesor Mariano Herrera,
coordinador del área de Educación de la Mesa de la Unidad, en un artículo
publicado por el diario Tal Cual
en octubre.
La observación de Herrera recoge una preocupación de padres y
representantes que no comulgan con las interpretaciones del chavismo: la
inminente reforma del Currículo
Nacional Bolivariano propuesta por el Ministerio de Educación en
noviembre, pero cuyo contenido aún es un misterio.
Del Gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964) se ha elegido contar como
hecho principal la represión a la izquierda que eligió el camino de la lucha
armada inspirada en el ejemplo castrista y algunas de sus causas: la traición que
según esa cosmovisión significó la firma del Pacto de Punto Fijo –el acuerdo
mediante el cual los partidos políticos Acción Democrática, Unión Republicana
Democrática y socialcristiano Copei acordaron la estabilidad democrática
participando en el gabinete del gobierno elegido en 1959, un pacto que dejó por
fuera a un aliado en la lucha contra la dictadura como el Partido Comunista de
Venezuela-, el apoyo de Venezuela a la expulsión de Cuba de la Organización de
Estados Americanos en 1960 y las fricciones internas que esa decisión ocasionó
en la coalición de Gobierno. “Desde el año 1959, cuando se producen
manifestaciones en Ciudad Bolívar, con saldo de muertos y heridos, Betancourt
había dado órdenes de ‘disparar primero y averiguar después’ contra cualquier
intento de ‘desorden público’ contra la ‘democracia”.
Las comillas en la palabra democracia tienden un puente con las dudas que
en vida expresaba Chávez sobre el carácter del proceso iniciado en 1958: una
época según la cual se traicionó el espíritu unitario de la revuelta
cívico-militar que culminó con el derrocamiento del último dictador del siglo
XX, Marcos Pérez Jiménez. Todo el libro en realidad es un amplio ajuste de
cuentas con los gobiernos de lo que el chavismo ha bautizado como “democracia representativa”.
En sintonía con lo anterior, del período de Raúl Leoni (1964-1969) también
sobresale la continuación del combate de la lucha guerrillera, su apego
político a la Doctrina de Seguridad Nacional promovida por Estados Unidos, la
agudización de la política de secuestros, torturas y desapariciones forzadas
“cuya lista sería harto difícil citar aquí puesto que se trata de un evento”.
Las presidencias de Rafael Caldera (1969-1974), Carlos Andrés Pérez
(1974-1979), Luis Herrera Campins (1979-1984) y Jaime Lusinchi (1984-1989) son
despachadas con un prejuicio común: la idea de que encabezaron gobiernos
entreguistas que profundizaron la dependencia de Venezuela en todos los órdenes
y los manejos corruptos que derivaron en una impagable deuda externa y una
crónica crisis económica. De las segundas presidencias de Carlos Andrés Pérez
(1989-1993) y Rafael Caldera (1994-1999) destaca su presunta subordinación a
las ideas expresadas en el Consenso de Washington y la lectura del Caracazo de
1989 como el antecedente de los golpes de estado de febrero y noviembre de
1992, consagrados como rebeliones e insurrecciones que respondieron “a la
apertura económica, al desmantelamiento del Estado, al modelo privatizador y a
la corrupción como sistema”.
En realidad el texto de Historia de Venezuela Contemporánea es un memorial
de los errores que cometieron y la deliberada omisión de los logros. Toda la
obra de esos gobiernos, como, por ejemplo, la nacionalización de la industria
petrolera y la creación de la estatal Petróleos de Venezuela en 1976, es
analizada con una perspectiva crítica que parece ser el aperitivo que prepara
la entrada al proscenio de Hugo Chávez, a cuyos tres primeros años en la
presidencia (1999-2002) se dedican 60 páginas con un tono entre hagiográfico y
panegírico.
En una entrevista concedida al diario oficialista Correo del Orinoco el
pasado mes de octubre, la profesora América Bracho, coordinadora de los textos
de ciencias sociales de la Colección Bicentenario, aseguró en una entrevista
que no había nada que temer en los 35 millones de textos que distribuye
gratuitamente el Gobierno. “Con los libros se busca la libertad de
pensamiento”, asegura. Y más adelante afirma: “Aquí no impone nadie. Los puede
usar cualquier niña, niño o adolescente, sea cual sea la posición política de
su familia. Acá se dice lo que otros libros omiten: las verdades que no les
convienen”.
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