El comunismo casi lo mata. Pero una gran biografía, 'El
capital', en versión manga, y la recopilación de sus artículos periodísticos
recuperan al pensador alemán
En la Feria del Libro
de Madrid de 2012 el libro más vendido fue una edición ilustrada del
Manifiesto
comunista.
Apenas cinco años antes algo así hubiera sido impensable. Hoy el retorno de Marx (1818-1883) se ha
convertido en un tópico periodístico, pero durante mucho tiempo su legado
intelectual estuvo en cuarentena. Por ejemplo, en 2005 Jacques Attali comenzaba
su biografía de Marx justificando su interés por un pensador al que “casi nadie
estudia” y es considerado “responsable de algunos de los mayores crímenes de la
Historia”. En lo más crudo de la posmodernidad nadie pronunciaba la palabra
“materialismo” sin añadir el adjetivo “vulgar” para vacunarse contra las
sospechas de nostalgia metafísica. En un libro de 1995, Terry Eagleton tenía que
recurrir a toda su capacidad argumentativa para rehabilitar la noción de
ideología, que el posestructuralismo había expurgado del léxico político. Hoy
el filósofo vivo más conocido del mundo, Slavoj Zizek, es un
materialista dialéctico experto en ideología.
El retorno de Marx es, en el fondo, la venganza del siglo XX. Nuestro
paisaje político recuerda a un apocalipsis zombi. Problemas que imaginábamos
muertos y enterrados, como la lucha de clases, han resucitado con una violencia
salvaje. El siglo pasado lidió con estos conflictos a través de estrategias que
se entendieron a sí mismas como recepciones antagónicas del legado marxista.
Una versión espuria del pensamiento de Marx fue, literalmente, la filosofía
oficial de los países soviéticos. Mientras dictadores sanguinarios amparados
por Occidente justificaban sus crímenes como respuesta a la amenaza diabólica
del marxismo.
La propia recepción académica de la obra de Marx ha estado marcada por la
convulsa historia del siglo pasado. Según algunos análisis bibliométricos Marx
es el autor científico más influyente de la historia o, al menos, el más
citado. Sin embargo, la edición crítica de sus textos en alemán aún está en
curso. El Instituto Marx-Engels de Moscú inició el trabajo en 1922, pero Stalin lo paralizó y
fusiló a su director. Hubo que esperar a mediados de los años setenta para que
en la RDA comenzara un ambicioso proyecto de edición filológicamente rigurosa
de los textos originales de Marx. La implosión del bloque socialista volvió a
interrumpir el proceso de publicación, que se reanudó a finales de los años noventa
gracias al esfuerzo coordinado de institutos de investigación de Alemania,
Holanda y Rusia.
Estas limitaciones también han afectado a los estudios biográficos sobre
Marx. Contamos con un puñado de buenas biografías intelectuales, como la de
David McLellan, que indagan en la vida de Marx con el objeto de elucidar
cuestiones teóricas que han preocupado a sus herederos. Pero hasta ahora no
existía ninguna biografía de largo alcance historiográfico que relacionara
sistemáticamente los acontecimientos de su vida con su entorno cultural. Jonathan
Sperber ha venido a llenar esa laguna con una biografía destinada a convertirse
en un clásico. Karl Marx. Una
vida decimonónica se coloca, por así decirlo, a la espalda de Marx
tratando de evitar los sesgos retrospectivos.
Sperber nos presenta un Marx plenamente integrado en una época en la que el
capitalismo constituía una realidad económica pujante pero aún marginal, la
Revolución Francesa era un recuerdo reciente y muchas de las principales
disputas ideológicas tenían que ver con la religión. Se hace cargo de un amplio
elenco de investigaciones sobre su medioambiente social que le permiten refutar
bulos y malentendidos repetidos sistemáticamente en las biografías precedentes.
Además, reivindica el interés de algunos textos de Marx tradicionalmente
considerados triviales, como su libelo contra Karl Vogt o la Historia de la
diplomacia secreta en el siglo XVIII.
Seguramente la parte más novedosa e impactante de la biografía es la que se
ocupa del periodo continental de Marx, previo a su exilio londinense de 1849.
Sperber arroja nueva luz sobre su etapa universitaria, su relación con el
movimiento poshegeliano, su exilio en París y Bruselas y, sobre todo, el cénit
de su activismo político al calor de los alzamientos de 1848. Una vida
decimonónica nos muestra a un Marx jacobino cuyas tesis políticas maduras
se van acrisolando en la búsqueda de una repetición de la Revolución Francesa: una
segunda ronda de democratización que completara la de 1789 haciéndose cargo de
los conflictos de clase que quedaron pendientes entonces. Sperber subraya la
prolongada negociación que Marx realizó con sus posiciones políticas iniciales,
cercanas al liberalismo. El hilo rojo que recorre la obra marxiana es la
tensión entre la lealtad a los valores ilustrados y la búsqueda de nuevos
sujetos sociales capaces de superar la dictadura del mercado sobre las
instituciones políticas. Sperber hace un gran esfuerzo por evitar leer este
periplo a la luz de la historia política posterior. Por ejemplo, relativiza la
etapa leninista avant la lettre que Marx atraviesa en los años
cincuenta, interpretándola como la reacción amarga de un exiliado al que el
triunfo de la reacción ha expulsado del juego político.
Una vida decimonónica tiene un
corolario metodológico importante, pues cuestiona las interpretaciones de la
obra de Marx que cargan las tintas en su dimensión teórica o filosófica. Marx
fue, básicamente, un periodista. Publicó una enorme cantidad de artículos de
prensa que se cuentan entre sus textos más coherentes, claros, rigurosos y
populares. Sperber subraya, además, la centralidad de ese tipo de escritura en
el modelado del pensamiento de Marx. Fueron las intervenciones periodísticas,
entendidas en sentido amplio, las que lo impregnaron de la realidad social de
su tiempo y lo liberaron de la especulación huera. Lo que hoy conocemos como
teoría marxista surgió del desbrozado de un terreno virgen ubicado entre la
crónica, el panfleto, el análisis político y la reflexión abstracta. Ese
eclecticismo, tan típico del periodismo, convirtió a Marx en uno de los
fundadores de las ciencias sociales.
Seguramente las páginas menos convincentes de Una vida decimonónica
son las dedicadas a la teoría económica. Básicamente, reproducen la crítica que
la economía ortodoxa ha planteado a El capital durante todo el siglo XX:
Marx llegó tarde a la revolución marginalista, por eso se enfanga en problemas
periclitados, como la tendencia decreciente de la tasa de ganancia o la
relación entre valor y precio de producción. Pero la argumentación de Sperber
es demasiado taxativa, comete algunos errores de bulto —como atribuir a Marx la
idea absurda de que “las empresas menos mecanizadas eran las más rentables”— y,
en general, no está a la altura de un debate muy complejo que sigue vivo. De
hecho, el modo en que se distancia de sus propios planteamientos y examina la
teoría de Marx a la luz de la doctrina económica hoy hegemónica no deja de
arrojar sombras sobre su proyecto. Pues la principal limitación de esta gran
biografía es la sutil frontera que separa la crónica histórica rigurosa de la
desactivación política de un autor que muchos siguen considerando un intérprete
irremplazable de nuestra realidad política. Tal vez Marx forme parte de una
época que hemos superado, pero no menos que la utopía del mercado libre.
Karl Marx. Una vida decimonónica. Jonathan Sperber. Traducción de Laura Sales Gutiérrez.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2013. 622 páginas. 29,90
euros.
Literatura futurista
IVÁN DE LA NUEZ
Ese es, sencillamente, el título de este libro bajo
el cuidado editorial de Mario Espinoza Pino. Un detalle: el periodista que
firma esos artículos destinados a la prensa de su época es Karl Marx. Más de 40
entregas —entre unas 350 consultadas— no publicadas hasta ahora de manera
compacta.
En su introducción, Espinoza Pino recorre las
extremas circunstancias que marcaron la obra periodística de Marx en los 10
años que transcurren de 1852 a 1862. Una década tan pródiga como accidentada,
que dio como resultado su constante presencia en diarios alemanes, franceses,
británicos y norteamericanos. Es el Marx que empieza en la Gaceta Renana
y, una vez asentado como articulista, provoca con sus ideas políticas la
prohibición del diario por parte de la censura prusiana. Y es el mismo Marx que
emigra a Francia, de donde es expulsado, y de allí a Londres, en un peregrinaje
que le lleva a enrolarse en otras aventuras periodísticas: Anales
Franco-alemanes, ¡Adelante!, Gaceta Alemana de Bruselas, o el New York
Tribune, del que fue corresponsal europeo durante una década.
Este Marx periodista se sitúa entre el lenguaje
urgente del Manifiesto comunista y la densidad teórica de El capital.
Al mismo tiempo, sus artículos —brillantes y sarcásticos, documentados y
punzantes— aparecen en la cuerda estilística de Dickens o Brontë, dedicados a
cultivar una ficción que el filósofo consideraba mejor dotada para representar
el patetismo de la clase media inglesa que todos los moralistas de su tiempo.
En todo caso, la obra de Marx arrastra una serie de metáforas propias de la
transformación industrial —la revolución como “locomotora de la historia”—, muy
próximas a la literatura futurista del siglo XIX.
Las preocupaciones del periodista Marx abarcan la
cuestión colonial y la crisis financiera, las revoluciones y las revueltas, el
destino de Europa o la pena capital. Al mismo tiempo, deja constancia de lo que
hoy llamaríamos una inquietud geopolítica, que estira sus análisis de Hamburgo
a Indostán, de París a Persia, de Londres a China, de las guerras del opio al
intento de una revolución española… Casi nada humano le es ajeno. Y no conviene
olvidar que se trata de un intelectual europeo de su tiempo, con su carga
doctrinaria y para el que cualquier tribuna es válida para hablarle a un mundo
que pretende cambiar de manera radical. (Su meta consiste en derribar el
capitalismo, nada menos).
Asimismo, sus artículos, editoriales y trabajos de
fondo nos colocan ante un sujeto errante, en una diáspora perpetua que implica
dos exilios y la amenaza constante sobre su estabilidad económica, pese al trabajo
fijo para el New York Tribune.
De esa experiencia John F. Kennedy llegó a afirmar
que “si ese periódico capitalista de Nueva York lo hubiera tratado mejor, si
Marx hubiera seguido siendo sólo un corresponsal de prensa extranjero, la
historia habría podido ser diferente”. Aunque es una sospecha exagerada
—imaginar que una mejora en sus emolumentos y un poco de cariño empresarial
hubieran evitado la revolución mundial—, lo cierto es que todo nos lleva a
intuir que Marx no hubiera corrido mejor suerte con los periódicos de nuestros
días. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hablamos de un autor que trabaja en
profundidad y que no escribe para satisfacer a su secta sino para calibrar la
complejidad de los acontecimientos. En sus entregas, Marx se aleja, incluso, de
la Vulgata que, sobre él mismo, se nos hizo llegar más tarde y que atajó con
una de sus frases demoledoras: “Yo no soy marxista”. Por esa misma razón,
tampoco parece imaginable su presencia en los periódicos del socialismo real: Pravda
o Granma, pongamos por caso. Sus artículos, en cambio, sí tienen un
lugar en el presente. Enfocados como están en la crisis europea, el rescate
bancario con el dinero de todos, los desatinos privados pagados con fondos
públicos y ese “comunismo perfecto” que consiste en que las penalidades siempre
caigan de un mismo lado.
Publicados en la Europa de hace siglo y medio, estos
artículos parecen, muchas veces, escritos para hoy. Como si confirmaran que
también la crisis, ocurrida tantas veces en la historia como tragedia, ha
llegado al punto de repetirse, en nuestros días, como farsa.
Artículos periodísticos. Karl Marx. Traducción de Isabel Hernández y Amado
Diéguez. Alba Clásica. Barcelona, 2013. 400 páginas. 24 euros
Una historia de ascenso y
desencanto en cómic
ISIDORO REGUERA
De las 390 páginas de este manga, Marx solo aparece en las
10 últimas, de repente, cara y barba de profeta adusto, aro de santo a la
cabeza, mirada tremenda, bigotazos, interrumpiendo a Engels, que era el
encargado hasta entonces de explicar la segunda y tercera parte de El
capital. (La primera la ilustran por sí mismos los inicios dramáticos y
entrañables de la historia del ascenso y desencanto de un quesero humilde, que
cuenta este cómic). Una aparición magisterial y recapituladora, un tanto cómica
en su repente, sorprendiendo a Engels:
—Ma… ¿¡Marx!? ¿¡Qué haces aquí!?
—¡Puede que falleciera, pero no estoy muerto del
todo!
Marx no está muerto, es verdad que el comunismo casi
lo mata, pero puesto al día seguiría tronando en tiempos posdemocráticos como
estos. No es la misión de este cómic ponerlo al día, ya es bastante labor
explicar tan bien como lo hace los tres tomos de El capital en una
historia inteligente, instructiva, nunca aburrida, siempre interesante. No es
su misión, pero de algún modo la cumple al recordar conceptos que suenan viejos
nada más. Poniendo en relieve de historieta los mecanismos y contradicciones de
la sociedad capitalista, sobre todo el que la tasa de beneficio solo aumente de
verdad con la plusvalía, el capital variable, es decir, no por la modernización
del capital constante, los medios de producción, sino por la perenne
explotación de la fuerza de trabajo, o sea, de la mercancía humana. Y como es
justamente por esto por lo que todo el sistema no va al traste, al contrario:
esa explotación humana amplía el abismo entre pobres y ricos, en una dialéctica
irredenta de huida hacia delante, con la única salida posible de una crisis que
vuelven a pagar quienes no la crean. Cómo la sociedad capitalista medra entre
las sombras de la oferta y la demanda, en las que es mercancía cualquier cosa
que se pueda vender, y todo se puede vender: además de un disparate de
productos fatuos, que la novedad arrincona al instante, también el cuerpo,
partes del cuerpo, y el alma, la libertad e intimidad de vida, si uno se
descuida: además de explotados, alienados…
Sombras delimitadas por todos estos conceptos
antañones (los que se han apuntado nada más que porque suenen, y muchos otros),
pero que no dejan de impresionar hoy, la verdad. Sobre todo en inteligentes
bocadillos de viñetas ágiles de un manga como este, más que en bocas
atragantadas de Mega, si es que quedan.
Karl Marx. El
capital. El Manga. Herder. Barcelona, 2013. 392 páginas. 14,90
euros
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