Los republicanos creían entrar en territorio amigo y fueron tratados como
ganado, pese a ser ciudadanos civiles o soldados regulares de un gobierno
democrático reconocido por la comunidad internacional
Xavier Febrés 11/01/2014
– eldiario.es
Exiliados republicanos no campo de Amelie-Les-Bains |
Este mes de enero se cumplen 75 años del éxodo hacia la frontera pirenaica
franco-catalana de medio millón de refugiados republicanos, tanto civiles como
milicianos, empujados por el avance de las tropas de Franco. Constituyó uno de
los grandes dramas europeos del siglo XX, un naufragio masivo ante el que nada
fue previsto por las autoridades francesas, advertidas con anticipación sobre
la posible magnitud del alud humano. La actitud del país de la "Libertad,
Igualdad, Fraternidad" y la Declaración Universal de los Derechos del
Hombre y el Ciudadano se limitó a un gélido recibimiento estrictamente militar,
cargado de menosprecio moral y material, ignominioso y degradante para civiles
y militares españoles. Los republicanos creían entrar en territorio amigo y
fueron tratados como ganado, pese a ser ciudadanos civiles o soldados regulares
de un gobierno democrático en ejercicio, reconocido por la comunidad
internacional.
Unos 260.000 milicianos se vieron amontonados los primeros meses en los
campos de concentración de las playas de Argelés, Saint-Cyprien y Le Barcarés
sin ninguna instalación de abrigo. Casi la misma cifra de refugiados civiles
(mujeres, niños, ancianos) fueron dispersados obligatoriamente en el interior
de Francia mediante convoyes ferroviarios formados a menudo con vagones de
mercancías. Tres cuartas partes ya habían regresado a España a finales de 1939,
donde la suerte que les esperaba no era más halagüeña, como tampoco la de
quienes se quedaron en Francia en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y la
ocupación alemana.
Juego de coaliciones
El gobierno francés del Frente Popular, presidido por Léon Blum, prescindió
de simpatías ideológicaa y aplicó durante la Guerra Civil española una dura Política
de No Intervención para no contrariar al gobierno conservador inglés, con quien
necesitaba mantener la postura común ante el ascenso de Alemania ya dirigida
por Hitler. Léon Blum cedió la presidencia del gobierno en abril de 1938 al
radical Édouard Daladier, quien se coaligó esta vez con la derecha y puso fin
al gobierno de Frente Popular. Además de sepulturero del Frente Popular francés
y responsable del degradante recibimiento de los refugiados españoles, Daladier
era el "hombre de Munich", el reciente signatario junto con
Chamberlain, Hitler y Mussolini en setiembre de 1938 de la capitulación
franco-británica ante la anexión germánica de la región de los Sudetes
checoslovacos, tras haber anexionado Austria en marzo anterior. Para Neville
Chamberlain y Édouard Daladier era la culminación triunfal de su política de
“apaciguamiento" del ascenso germano-italiano...
La cifra de soldados republicanos encaminados en aquellos quince días de
crudo invierno comprendidos entre el 27 de enero y el 10 de febrero de 1939
hacia la divisoria francesa fue el previsible, en función de los contingentes
bien conocidos del Ejército del Este y el Ejército del Ebro. En cambio, no fue
así con respecto a los civiles. La magnitud de la marea humana se desbordó en
la frontera por la proporción de civiles fugitivos de las represalias contra el
tejido social "rojo" aplicada desde el primer día en las zonas
ocupadas por el ejército franquista contra los sospechosos de simpatías
republicanas o izquierdistas. En Cataluña se acumulaban desde mediados de 1938
un total de 700.000 civiles evacuados de otras zonas republicanas. A comienzos
de 1939 la cifra había aumentado hasta el millón.
El lunes 23 de enero las autoridades republicanas huyeron de Barcelona. La
capital catalana fue ocupada el jueves 26 sin resistencia militar ni civil,
mientras el gobierno republicano se instalaba en el castillo militar de Sant
Fernando, en Figueres, a un tiro de piedra de la frontera. La magnitud y la
rapidez de la retirada republicana sorprendió a Franco. Después de la batalla
del Ebro, en tan solo cincuenta días acorraló a medio millón de fugitivos
civiles y militares en la raya fronteriza. No hubo batallas ni enfrentamientos
de consideración tras la ocupación de Barcelona.
Cierre de la frontera
El mismo día 26 de enero el gobierno de París decidió cerrar la frontera
con España, excepto para las contadas personas provistas de pasaporte en regla
y visado consular francés. Se resistía a admitir la inexorable evidencia del
alud humano que se acercaba. Presionado por sus dimensiones, la noche del 27 al
28 de enero la abrió exclusivamente a mujeres, niños y ancianos, por miedo a
que la desesperación cundiera entre la gran cantidad de fugitivos y se
convirtiera en avalancha sin control. Más de un centenar de periodistas y
reporteros gráficos de varias nacionalidades se apostaban en los pasos
fronterizos franco-catalanes para narrar el nuevo episodio de la guerra española.
El lunes 30 de enero el diario local perpiñanés L'Indépendant calculaba que
eran 135 periodistas los destacados en la zona.
El gobierno francés esperó ocho inacabables días, hasta el domingo 5 de
febrero, para abrir a los contingentes militares el puesto de Cerbère y el
lunes 6 de febrero El Perthús, después del paso a Francia del presidente Azaña,
el presidente Companys, el lehendakari Aguirre y otras autoridades de la República.
Cuatro días más tarde, el jueves 9 de febrero las tropas franquistas alcanzaban
El Perthús, donde hasta pocos minutos antes se mantuvo el flujo apresurado de
fugitivos.
Hostilidad e indiferencia
La dirigente anarquista Federica Montseny (primera mujer ministro en la
historia de España, una década antes de que las hubiese en Francia), cruzó a
pie por El Perthús la noche del 27 al 28 de enero, pese a disponer de pasaporte
diplomático, y dejó un testimonio escalofriante en el libro Pasión y muerte
de los españoles en Francia sobre "la suma de hostilidad e
indiferencia aportadas por quienes representaban a la nación francesa en
aquellos momentos, agravando la situación de los vencidos y haciendo de
nosotros un rebaño de parias, una inmensa legión de esclavos sin ninguno de los
derechos reconocidos por el Estatuto Internacional del Derecho de Asilo a los
refugiados políticos y por todas las leyes que regulan universalmente la suerte
de los prisioneros de guerra".
Incluso después de la llegada de la marea humana, la lentitud en habilitar
cualquier tipo de instalación en las playas donde fue recluida era evitable y
tuvo como objetivo fomentar el retorno de los refugiados, las repatriaciones
voluntarias a España. El ministerio francés de Defensa se negó a abrir ninguno
de sus campos militares vacíos del sur del país, como los de La Valbonne
(departamento del Gard), Caylus (Tarn y Garona), Larzac (Dordoña) o La Courtine
(Creuse), habilitados para alojar tropas, con el argumento de que podían ser
necesarios en caso de súbita movilización de reservistas franceses ante a la
escalada militar alemana. El ejército más numeroso del continente europeo,
beneficiado los años anteriores con presupuestos extraordinarios frente el
agresivo rearme germano-italiano, no puso a disposición de los refugiados españoles
durante el primer mes del operativo ninguno de sus medios más indispensables
como tiendas de lona, literas, estufas, cocinas o letrinas de campaña. "Ni
una sola manta de sus reservas", escribía el Periódico Le Midi
Socialiste el 15 de febrero.
80.000 refugiados en Argelés
La población francesa presenció el éxodo como algo ajeno a su vida
cotidiana, casi imaginario, fruto de una guerra lejana disputada a escasos kilómetros
de sus casas. La propaganda conservadora se encargó de avivar la incomprensión
y el miedo ante los "rojos" españoles. El historiador Pierre Vilar
testificó que en verano de 1938 pasó unos días por motivos familiares en la
localidad fronteriza de Ceret y le sorprendió el escaso eco que
despertaba la lucha desatada en la otra vertiente de la montaña. George Orwell,
tras abandonar España aquel mismo año 1938, residió unos días en el municipio
costero rosellonés de Banyuls y escribió en el libro Homenaje a Cataluña:
"La pequeña ciudad parecía sólidamente profranquista".
El 3 de febrero solo había 300 refugiados en el campo de concentración de
la playa de Argelés. La cifra crecería a enorme velocidad: 20.000 el día 6,
75.000 tres días más tarde, 80.000 el 11 de febrero. Acto seguido lo ampliaron
a las playas siguientes de Saint-Cyprien y Le Barcarés. Durante los diez
primeros días, decenas de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos no
recibieron prácticamente alimentación caliente, ni tampoco atención médica los
heridos y enfermos. De vez en cuando un camión lanzaba chuscos de pan por
encima de la alambrada.
Desarme de las tropas republicanas
Las autoridades francesas no consideraron ni por un instante la propuesta
del jefe del Estado Mayor republicano, el general Vicente Rojo, para que las
unidades pudieran ser reconstruidas en territorio francés y repatriadas de
forma organizada a los frentes de combate que permanecían abiertos en las zonas
Centro-Sur y Levante españolas. El gobierno francés ordenó desarmarlas sobre la
misma raya fronteriza, desmembrarlas de sus mandos y encerrarlas en campos de
concentración improvisados sobre el arenal batido por el frío y el viento o en
los prados nevados de las zonas de montaña, mientras el emisario del gobierno
de París negociaba en Burgos con el general Franco su repatriación como
vencidos.
El único objetivo del recibimiento francés fue encerrarlos, y nada había
sido preparado ni tan siquiera para eso. Las "instalaciones" tuvieron
que ser construidas en las playas a marchas forzadas por los propios internos,
con los suministros proporcionados lentamente por las autoridades francesas las
semanas siguientes.
Un año después del éxodo español, Francia encajaba otro
de mayores proporciones todavía en su frontera norte, a raíz de la huida hacia
el centro y el sur del país de 10 a 12 millones de civiles holandeses, belgas y
franceses que escapaban de la invasión alemana y sus continuos bombardeos y
ametrallamientos en vuelos rasantes sobre las carreteras infestadas de
fugitivos. La mayoría regresaron a sus casas al cabo de unas semanas o pocos
meses. A nadie se le ocurrió encerrarlos en ningún campo de concentración.
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