FOTOGRAFÍA 'POST MORTEM' EN
ESPAÑA
¿Le sacarías una foto a tu
abuelo en su lecho de muerte? Seguramente no, pero hasta hace unas décadas no
era una práctica tan extraña en los pueblos de España. Virginia de la Cruz ha
documentado esta tradición en el libro 'El retrato y la muerte' (Temporae), la
primera publicación sobre la fotografía 'post mortem' en nuestro país
La vida encierra una paradoja perfecta.
Es precisamente la muerte la que dota nuestras vidas de pasión y urgencia,
pero esta pasión por vivir es la que nos hace concebir la muerte como algo
triste. La mortalidad nos parece inevitable para los otros, pero a menudo se
nos antoja incomprensible para nosotros mismos o para nuestros seres queridos.
No en todas las culturas, por supuesto. Pero al menos en Occidente, el tema de
la muerte tiende a esconderse. Si no se habla de ello, no existe.
La tragedia parece pillarnos por
sorpresa cuando, en realidad, nos acompaña durante toda nuestra existencia. Sin
embargo, no siempre fue así. Hasta los años 80 era costumbre
fotografiar a los muertos en las zonas más rurales de España y,
además, de la manera más 'viva' posible. Cadáveres de niños vestidos con sus
mejores galas y sentados junto a sus hermanos; bebés que parecen dormidos en
brazos de sus padres; ancianos rodeados de flores en una cómoda cama... Son
ejemplos de fotografía 'post mortem', una forma de recordar que morirás ('Memento mori') y de recordar al que murió.
Virginia de la Cruz, profesora de Arte Contemporáneo y
Fotografía en la Universidad Francisco de Vitoria, publicó recientemente ‘El retrato y la muerte’ (Temporae), un libro
que documenta por primera vez en España esta tradición a través de 185
instantáneas y de la historia que las envuelve. En el catálogo, De la Cruz
insiste en la necesidad de hablar de la muerte y de cómo el hombre se relaciona
con ella: un vínculo que va desde la fascinación hasta la
repulsión y el ocultamiento. La profesora cita el texto 'La pornografía de
la muerte', del antropólogo y sociólogo Geoffrey Gorer, quien asegura que la sociedad occidental ha
desplazado la muerte desde el centro de la vida hacia sus límites, a las
cloacas, convirtiéndola en un tabú.
Si esto es así, cuesta comprender por
qué en determinadas zonas de España esta práctica se ha prolongado hasta la
década de los 80. «Si entendemos la fotografía como una forma de construir
la identidad a través de ella, entendemos no solo el origen, sino el sentido
de estas imágenes. Recordar quiénes fueron estas personas e, incluso,
poder enseñarle a futuros hijos o nietos quiénes eran sus abuelos o que
tuvieron hermanos que fallecieron nada más nacer», explica.
Virxilio Vieitez
La autora descubrió la fotografía 'post
mortem' mientras hacía su tesis doctoral sobre la obra del fotógrafo gallego Virxilio Vieitez
(1930-2008), así que tras tres años de investigación decidió cambiar el enfoque
y centrarse en los retratos de muertos. «A los que se dedicaban a esto no
les gustaba mucho hablar sobre el tema, no les agradaba. Eran trabajos por
encargo que hacían porque se cobraban algo más caros», apunta. «En el caso de
Virxilio Vieitez —con quien tuvo oportunidad de hablar—, me contó que él se
negaba a manipular el cuerpo. En la época en la que él fotografiaba, en los
años 50 y 60, era menos común, pero entre los años 20 y 40 sí se pedía muchas
veces que, por cuestiones técnicas, el fotógrafo moviese el cadáver para
colocarlo de otra manera», relata De la Cruz.
Cuando se observan estas imágenes llama
la atención la cuidada presentación de los cadáveres: buena iluminación,
cuerpos engalanados y, en ocasiones, posturas propias de alguien vivo. «Esta
preparación de la imagen responde a un deseo de mostrar al difunto de una
determinada manera», comenta De la Cruz. Si en vida se acudía al estudio
para inmortalizarse con un entorno, un decorado —un simulacro—, por qué no con
la muerte.
Etapa del rito funerario
Velorio en 1905, Joaquín Pintos |
Pero, ¿qué ocurre a finales del siglo
XX para que vayan desapareciendo estos testimonios gráficos? La migración a las
grandes ciudades, el menor protagonismo de la religión, el aumento de la
esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil, la aparición
de una 'industria funeraria' que se encarga de todo el proceso...
Además, la práctica
comienza a diluirse poco a poco en cuanto las familias comienzan a adquirir sus
propias cámaras. Ya no es
un trabajo ajeno, sino un acto íntimo. «Me ha llegado alguna historia de que en
los años 90 se hacían este tipo de fotografías, pero como un favor que se le
pedía a un amigo fotógrafo», señala De la Cruz. «Ahora, en algunos
hospitales se está volviendo a esta curiosa práctica. Un servicio 'extra' que
se da como terapia, para ayudar a superar una muerte de un bebé recién
fallecido o de una persona muy cercana», revela.
Virginia de
la Cruz es tajante respecto al 'morbo' que para algunos podría despertar su
trabajo: «Hay que entender a estas familias. Estas fotografías eran una
necesidad para ellas, una etapa más del rito funerario. Era útil para
afrontar esa muerte, ¿por qué rechazarlo? Se hacía con cariño».
Ningún comentario:
Publicar un comentario