por Antonio García Maldonado eldiario.es
Secretos, traiciones, espionaje y contraespionaje, extorsiones, desertores,
sofisticados atentados, escalada nuclear. La guerra fría, el tenso equilibrio
en el planeta manteniéndose mutuamente a raya EE UU y la URSS, sigue ejerciendo
una incuestionable atracción sobre nosotros. Así lo demuestran las dos series y
dos películas que repasamos aquí.
En su mítico ensayo Los diplomáticos desaparecidos, Cyril Connolly
dejó escrito que “aquellos que se obsesionan con un misterio no son los más
adecuados para resolverlo”. Entonces él trataba de explicar la repentina fuga
de Guy Burgess y Donald Maclean, supuestos agentes soviéticos infiltrados en el
Foreign Office británico en 1951. Formaban parte de lo que, poco tiempo
después, comenzó a llamarse Los cinco de Cambridge, aludiendo a la
elitista universidad a la que habían acudido los mencionados, además de Kim
Philby, Anthony Blunt y John Cairncross, espías todos ellos al servicio de la
madre patria rusa.
El propio Connolly se obsesionó con el asunto y, contraviniendo su propia
sentencia, escribió un texto que mostraba con frialdad meticulosa la sorpresa
en la que se sumió la sociedad británica al ver cómo algunos de sus hijos más
privilegiados y brillantes, altos funcionarios del Estado, habían abrazado las
ideas del enemigo a principios de la guerra fría. Ya había decretado Churchill
que el Telón de Acero había caído sobre Europa, y atrás quedaban las amistades
y los cariños prodigados en Yalta o Postdam.
Comenzó el juego de espías, o el “gran juego”, como comenzaron a llamarlo
los agentes de la CIA. La URSS era el nuevo enemigo oficial, y lo fue hasta, al
menos, 1989, cuando cayó el muro de Berlín. Culminaba su ensayo con una frase
que, aunque referida en este caso a Burgess y Maclean, puede aplicarse a la
fascinación que sigue ejerciendo en todos nosotros este hiato histórico de
menos de medio siglo: “Y así durante muchos años se irán apareciendo hasta que
se resuelva el misterio, si es que llega a resolverse, hechizando las
atractivas ciudades del Viejo Mundo”. La proliferación de nuevas series,
películas y libros, o la reedición de antiguos, así lo atestigua.
‘The Americans’
“Esto no es una guerra fría; la violencia soterrada entre EE UU y la URSS
no tiene nada de fría”. Así de tajante se dirige el jefe de contraespionaje del
FBI en la década de 1980 a sus subordinados en la serie The Americans
(Fox, Cuatro, 2013). La serie, de la que solo conocemos su primera temporada,
es un interesante retrato de Estados Unidos bajo Reagan, más que un cuadro de
la guerra fría. Es la historia de un aparente matrimonio normal (los Jennings),
con hijos y buena posición, que son en realidad agentes del KGB, dependientes del
temible Directorio S, y cumplen misión tras misión en unos años en los que el
estrés de los soviéticos aumentó en la misma medida que lo hacía el gasto
militar de EE UU.
Aunque cae en todos los vicios narrativos propios de las series destinadas
a durar varias temporadas y que pretenden conseguir verosimilitud con baratijas
(sí, otra vez una hija adolescente y problemática que no soporta a sus padres y
es la rarita de la clase), The Americans se deja ver. Hay personajes
poderosos, buenos actores y buena producción, que se ponen más de manifiesto
cuando desaparece la acción y comienzan los juegos de espejos y cajas rusas:
dobles agentes, extorsiones, desertores, amantes espías. Esto no son tópicos;
fue así. Especialmente conseguido está el agente del FBI de la unidad de
contraespionaje, Stan Beeman, y su relación con la agente doble o triple de la
embajada soviética en Moscú, la atractivísima Nina.
‘The Company’
No obstante, en 2007 pasó desapercibida una pequeña obra maestra sobre la
guerra fría, la mini serie de tres capítulos The Company, adaptación del
best-seller del mismo nombre del escritor Robert Littell, y producida
por Ridley Scott. Tan buena es que incluso Michael Keaton está espléndido dando
vida a James Jesus Angleton, sempiterno jefe de contrainteligencia de la CIA.
Los tres episodios abarcan, a través de los mismos personajes, toda la
historia de la guerra fría: desde los primeros conflictos entre el NKVD y la
OSS (precursores respectivamente del KGB y la CIA) en el Berlín de la
posguerra, hasta el golpe de Estado contra Gorbachov en 1991, pasando por la
invasión soviética de la Hungría aperturista de Imre Nagy en 1956. El
mencionado Angleton en Langley, el veterano agente sobre el terreno Harvey
Torriti (un memorable Alfred Molina, sin duda uno de los mejores actores en
activo) y el pupilo de ambos, Jack McAuliffe (Chris Odonell), intentan dar con
un supuesto topo que, saben, hay infiltrado en la CIA. Una miniserie con una
producción mimada al extremo: espectaculares escenarios, cuidadas interpretaciones
y absorbente narración. ¡Y sin hijos adolescentes que odian a sus padres y lo
pasan mal en el instituto!
‘El topo’
Probablemente había pocas novelas de John Le Carré más difíciles de adaptar
que Tinker Tailor Soldier Spy (1974). Su estructura y su dispersión
geográfica así lo hacían pensar. Sin embargo, en 2011 el director Tomas
Alfredson presentó una de las mejores películas de la última década, El topo,
en la que un cáustico Gary Oldman da vida al agente del MI6 Smiley. Tras una
nefasta operación en la Hungría de la década de 1970, la cúpula del servicio de
inteligencia exterior británico cambia, y Smiley, junto al que fuera el
director del conocido como Circus (John Hurt), son apartados. Sin embargo, la
información de la presencia de un topo al servicio del KGB en la nueva cúpula
lleva a Smiley a aceptar el encargo del Gobierno para dar con él. Comienza
entonces un juego de espías sutil, lleno de matices (y de guiños a las poses y
actitudes de Los cinco de Cambridge), acompañado por una banda sonora
extraordinaria compuesta por Alberto Iglesias. Inolvidable final, con la voz de
Julio Iglesias cantando su particular versión de La mer de Charles
Trenet.
‘Fail Safe’
De vuelta en el mercado está, además, Fail Safe, la película con la
que Sidney Lumet lanzaría un poderoso alegato contra la guerra nuclear y sus
riesgos en 1964. Basada en la novela del mismo nombre de Eugene Burdick, Fail
Safe es un filme claustrofóbico protagonizado por Walter Matthau. Se
desarrolla en un centro de control de vuelos militares, donde un grupo de
congresistas ha acudido a que les vendan las maravillas de la tecnología sin
concurso del hombre aplicada a la seguridad, y que sin embargo son testigos del
drama total al que podía abocar la escalada nuclear mezclada con cierta sensación
de superioridad y suficiencia. Un final sorprendente y descorazonador.
La guerra fría destiló nuestras vidas y nuestras
obsesiones y los convirtió en arquetipos fácilmente reconocibles. La traición,
la amistad, los miedos, los secretos, las lealtades forman parte de nuestra
estructura básica, y la guerra fría era un gran espejo en el que todo el mundo
se veía reconocido en alguno de sus personajes. Aunque no conozcamos los planes
de construcción del escudo antimisiles, sí tenemos secretos, lealtades
quebradizas, dudas y miedos, y eso fue, en esencia, la guerra fría. Por eso
nuestra obsesión es imperecedera. Si la fijación por la Segunda Guerra Mundial
proviene de un extrañamiento absoluto fruto de la incomprensión, la guerra fría
nos atrae por una identificación absoluta con nuestras vidas. Eso sí, a otra
escala.
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