martes, 14 de xaneiro de 2014

Acuarelas de una juventud rota


Tyto Alba dibuja en ‘Los niños invisibles’ la vida en un orfanato en Guatemala
El cómic ganó el I Concurso de Novela Gráfica Social Divina Pastora

Todo es negro. El cielo, la casa, la cama, las sábanas. El propio protagonista del dibujo se retrata del mismo color, en un mundo que no parece prever ningún otro matiz. Pero difícilmente Darwin, el niño autor de las viñetas, podría ver la vida desde una perspectiva menos oscura: a sus ocho años, ya perdió una pierna al ser atropellado por un coche, espera a que su padre salga de la cárcel y fue abandonado por su madre. “Se marchó a las tres de la madrugada y ya no regresó. Tal vez se fue a beber”, cuenta Darwin en una serie de dibujos. Mezclando los desconcertantes diseños del pequeño y sus desafortunados compañeros, las historias que le contaban y más en general su viaje a Guatemala para conocer la realidad de un orfanato, Tyto Alba realizó el tebeo Los niños invisbles, que ganó el I Concurso de Novela Gráfica Social Divina Pastora y que ahora se puede descargar en la web de EL PAÍS.
Dos semanas estuvo el autor en Guatemala, conviviendo con huérfanos, niños víctimas de abusos, en riesgo de exclusión social o niñas madres y realizando con ellos talleres de dibujo animado y creación artística. Contrastes y contradicciones, dramas y alegrías, paisajes e historias personales se trasladaron luego a la acuarela, el hábitat favorito de Alba, junto con sus propias dudas.
“¿Hasta qué punto nos importa realmente la situación de estos críos? Si tanto me importa ser sincero, ¿para qué hago además este cómic?”, se plantea el autor en un momento del tebeo, mientras subido a una furgoneta se dirige al hogar solidario Virgen de la Esperanza. “Siempre termino preguntándome hasta qué punto domina el ego nuestras vidas y hasta qué punto son nuestros intereses personales los que se esconden debajo de nuestras acciones. Por otro lado soy consciente de que no todo el mundo tiene la oportunidad de conocer un orfanato en Guatemala y enterarse de cómo funcionan las cosas allí y que puede ser de interés para los demás”, aclara Alba en un correo electrónico.
Aunque el interés es tan solo una de las sensaciones que suscitan las historias sobrecogedoras que relata Los niños invisibles. Como la de Romelia, que a los cuatro años perdió a su madre y acabó en casa de una tía suya que la pegaba y la obligaba a hacer todas las tareas domésticas. O como una vivencia igual o más trágica que las demás, que finalmente Alba no incluyó en el cómic: “Era sobre un padre seropositivo, que había sido ladrón etc., y que abusaba de sus hijos. Me pareció demasiado morboso y oportunista meterme en eso, creo que solo mencionando que algunos de esos niños han pasado por ese tipo de trauma ya es suficiente”.
Y basta también con ver los monstruos humanos que pueblan las últimas viñetas del cómic para entender uno de los mensajes de Los niños invisibles. “Volvemos a nuestra realidad, rodeados de pijos y ‘licenciados’ que parecen hechos en molde, con su gomina en el pelo, sus trajes y sus raquetas de tenis”, escribe el dibujante sobre su regreso al hotel. Alrededor, risueños tiburones de la finanza, cadavéricas señoras en bikini, locos del gimnasio y carteles electorales agresivos acompañan las palabras de Alba. Si no fuera por el riesgo de faltarle al respeto a Darwin, diría uno que es un mundo muy negro.

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