Tyto Alba dibuja en ‘Los niños invisibles’ la vida en un
orfanato en Guatemala
El cómic ganó el I Concurso de Novela Gráfica Social
Divina Pastora
Todo es negro. El cielo, la casa, la cama, las sábanas. El propio
protagonista del dibujo se retrata del mismo color, en un mundo que no parece
prever ningún otro matiz. Pero difícilmente Darwin, el niño autor de las
viñetas, podría ver la vida desde una perspectiva menos oscura: a sus ocho
años, ya perdió una pierna al ser atropellado por un coche, espera a que su
padre salga de la cárcel y fue abandonado por su madre. “Se marchó a las tres
de la madrugada y ya no regresó. Tal vez se fue a beber”, cuenta Darwin en una
serie de dibujos. Mezclando los desconcertantes diseños del pequeño y sus
desafortunados compañeros, las historias que le contaban y más en general su
viaje a Guatemala para conocer la realidad de un orfanato, Tyto Alba realizó el tebeo
Los niños invisbles, que ganó el I Concurso de
Novela Gráfica Social Divina Pastora y que ahora se puede descargar
en la web de EL PAÍS.
Dos semanas estuvo el autor en Guatemala, conviviendo con huérfanos, niños
víctimas de abusos, en riesgo de exclusión social o niñas madres y realizando
con ellos talleres de dibujo animado y creación artística. Contrastes y
contradicciones, dramas y alegrías, paisajes e historias personales se
trasladaron luego a la acuarela, el hábitat favorito de Alba, junto con sus
propias dudas.
“¿Hasta qué punto nos importa realmente la situación de estos críos? Si
tanto me importa ser sincero, ¿para qué hago además este cómic?”, se plantea el
autor en un momento del tebeo, mientras subido a una furgoneta se dirige al
hogar solidario Virgen de la Esperanza. “Siempre termino preguntándome hasta
qué punto domina el ego nuestras vidas y hasta qué punto son nuestros intereses
personales los que se esconden debajo de nuestras acciones. Por otro lado soy
consciente de que no todo el mundo tiene la oportunidad de conocer un orfanato
en Guatemala y enterarse de cómo funcionan las cosas allí y que puede ser de
interés para los demás”, aclara Alba en un correo electrónico.
Aunque el interés es tan solo una de las sensaciones que suscitan las
historias sobrecogedoras que relata Los niños invisibles. Como la de
Romelia, que a los cuatro años perdió a su madre y acabó en casa de una tía
suya que la pegaba y la obligaba a hacer todas las tareas domésticas. O como
una vivencia igual o más trágica que las demás, que finalmente Alba no incluyó
en el cómic: “Era sobre un padre seropositivo, que había sido ladrón etc., y
que abusaba de sus hijos. Me pareció demasiado morboso y oportunista meterme en
eso, creo que solo mencionando que algunos de esos niños han pasado por ese
tipo de trauma ya es suficiente”.
Y basta también con ver los monstruos humanos que
pueblan las últimas viñetas del cómic para entender uno de los mensajes de Los
niños invisibles. “Volvemos a nuestra realidad, rodeados de pijos y
‘licenciados’ que parecen hechos en molde, con su gomina en el pelo, sus trajes
y sus raquetas de tenis”, escribe el dibujante sobre su regreso al hotel.
Alrededor, risueños tiburones de la finanza, cadavéricas señoras en bikini,
locos del gimnasio y carteles electorales agresivos acompañan las palabras de
Alba. Si no fuera por el riesgo de faltarle al respeto a Darwin, diría uno que
es un mundo muy negro.
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