Eduardo Casado. 17 enero 2014 20minutos.es
Regresamos a la muy prolífica (en cuanto historias interesantes) época de
la II Guerra Mundial para hablar de uno de los mejores púgiles europeos de
todos los tiempos: Max Schmeling.
Finales de septiembre de 1905, Klein Luckow, Pomerania, Imperio Alemán.
Nace en esa ciudad, muy cercana a la frontera con Polonia, un niño llamado
Maximilian Adolf Otto Siegfried Schmeling. Siendo él pequeño, la familia se
traslada a Hamburgo, donde en 1921, el joven Max ve un combate de boxeo y
decide dedicarse a este deporte. Tres años después, Schmeling ya era campeón
amateur de Alemania de pesos semipesados, tras lo que se hizo profesional.
Empezó así una exitosa carrera que culminó en su primera etapa el 24 de agosto
de 1926, cuando se proclamó campeón de Alemania de los semipesados. Al año
siguiente se proclamó campeón de Europa ante Fernand Delarge y en 1928, ya en
la categoría de los pesados, se hizo con el título de campéon alemán. En
definitiva, una carrera meteórica.
Siendo un líder en Europa, decidió probar fortuna en los Estados Unidos,
adonde llegó el mismo 1928. Fue allí donde conoció a Joe Jacobs, un manager
estadounidense de origen judío que era un auténtico lince y que fue, sin duda,
uno de los lanzadores de la carrera de Schmeling. Una vez en Estados Unidos, el
alemán empezó a ganar combates (incluido uno ante el guipuzcoano Paulino
Uzcudun, que nunca pudo derrotar a Schmeling en los tres combates que
disputaron). En esas, el campeón de los pesados, Gene Tunney, se retiró
poseyendo el título, lo que permitió que los magnates del boxeo americano
organizaran para 1930 un combate entre Schmeling y Jack Sharkey para dilucidar
quién era el nuevo rey de los pesados en el mundo.
El combate no estuvo exento de polémica. Disputado en el mítico Yankee
Stadium de Nueva York, Schmeling ganó el combate gracias a la descalificaciónde
Sharkey. Se convertía así en el primer campeón del mundo de los pesados europeo
en 33 años, el primer alemán en conseguirlo y el primero en hacerlo por la
descalificación de su contrincante. Tras una defensa exitosa, se pactó otro
combate para 1932, de nuevo ante Sharkey, con el título en juego. Se quería así
despejar toda sombra de duda tras la descalificación, dos años antes, de
Sharkey. Pero de nuevo hubo polémica en el combate, en el que Sharkey ganó por
puntos. Los que estuvieron allí dicen que fue una decisión totalmente injusta y
que fue el alemán el que merecía ganar. Sea como fuere, Schmeling perdió el título
de campeón del mundo.
Llegan los nazis
En 1933 ocurre en Alemania un cambio político que agitará al mundo para
siempre. El Partido Nazi llega al poder. Su discurso antisemita llega a Estados
Unidos y Max Schmeling queda estigmatizado por su nacionalidad. En esas
nuestro héroe regresa a su país y ahí es reconocido como una estrella. Y como
ya sabemos cómo se las gastaban los nazis con los buenos deportistas, ocurrió
lo inevitable. Hitler, Goebbels y la maquinaria propagandística nazi quisieron
apropiarse de la figura de Schmeling (ahí tenía el Führer otro ejemplo
de super-hombre ario) y empezaron a aparecer fotografías de Max con el
dictador. Esto alimentó la imagen negativa que tenían de él en América, a pesar
de que en realidad, era todo muy distinto.
Schmeling, que estaba orgulloso de ser alemán, no quería saber nada de los
nazis. Rechazó afiliarse al NSDAP y rechazó desprenderse de su manager judío
en Estados Unidos, Joe Jacobs, a pesar de las presiones del ministro de
Propaganda, el infamous Joseph Goebbels. Todas estas cosas hicieron que
se ganara la desconfianza de los jerarcas nazis. Y de nuevo conviene recordar cómo
se las gastaban…
Los grandes duelos
Aparquemos la política para volver a hablar de boxeo. A mediados de los 30,
el campeón del mundo era James Braddock, más conocido como Cinderella Man
(sí, el de la peli). Había que dilucidar quién sería su desafiante y entonces
surgieron dos nombres: el de Max Schmeling, que no había bajado su nivel desde
su primera experiencia en América, y el del mítico por no decir mitológico Joe
Louis, la primera gran estrella negra, el clavo al que millones de
afroamericanos se agarraban para tener un futuro mejor. Así que se pactó un
combate entre ellos. El ganador se las vería con Braddock.
Joe Louis llegaba como indiscutible favorito. Había disputado hasta la fecha
23 combates y los había ganado todos. Mientras, Schmeling, con 30 años
cumplidos, estaba considerado como un buen boxeador pero ya en el declive de su
carrera. Así las cosas, Louis no se preparó el combate como debía y pasó más
tiempo jugando al golf, su otra gran pasión, que entrenando. Schmeling, en
cambio, se lo tomó muy a pecho. Estudió detenidamente el estilo de Louis
y sorprendió a todos cuando declaró que había encontrado el punto débil del de
Detroit. Los americanos no le tomaron en serio, pero Schmeling no mentía: Se
había dado cuenta de que Joe Louis, cada vez que lanzaba un directo, bajaba su
mano izquierda.
El 19 de junio de 1936, el Yankee Stadium de Nueva York estaba abarrotado.
Arbitraba el prestigioso Arthur Donovan y todos querían ver cómo el joven negro
de Detroit derrotaba al alemán antisemita nazi amigo del dictador loco llamado
Hitler. Arrancó el combate y Schmeling puso en práctica sus estudios. En los
tres primeros asaltos dejó desconcertado a Louis a base de golpes y en el
cuarto, sorprendentemente, tumbaba al joven estadounidense. Éste no sabía cómo
meterle mano a Schmeling y encima, tenía muy herido un ojo. Fue en el
decimosegundo asalto cuando Schmeling, con dos derechazos, tumbó
definitivamente a Louis. Era el primer KO en contra que recibía el
afroamericano. Sólo recibiría uno más en su carrera, ante Rocky Marciano, si
bien estaba ya en el declive de la misma.
Los americanos bautizaron este combate como la mayor decepción de la
historia de su deporte. Se dice que esa noche de junio eran decenas de
estadounidenses, sobre todo negros, los que lloraron amargamente por la derrota
de Louis.
Schmeling empezó a negociar entonces el combate contra Braddock, pero al
principio se retrasó, por una supuesta lesión de Cinderella Man y
posteriormente, se rompió, para el enfado de Max. El motivo era doble: en
primer lugar, porque los promotores querían que Braddock se enfrentara con
Louis, no con Schmeling. Y en segundo lugar, y vuelve la política, porque temían
que el alemán ganara y que los nazis se apropiaran del título. Así, un año
y tres días después de su derrota ante Schmeling, Joe Louis noqueó a Braddock.
Era campeón del mundo, pero él no lo consideraba así. Sólo lo sería cuando
derrotara a Max Schmeling.
El segundo combate
Así las cosas, se pactó una revancha entre Schmeling y Louis. La situación
política internacional estaba más que caliente. Los nazis se habían anexionado
Austria y eran ya omnipotentes. Decidieron apostar por Schmeling, a pesar de
que desconfiaban de él. Tanto, que le habían prohibido viajar con su mujer y su
madre, por temor a que desertara. Y en efecto, sus sospechas tenían algo de
veracidad, porque Max había recibido consejos en Estados Unidos para que se
nacionalizara americano. Sea como fuere, el Partido Nazi puso su maquinaria en
marcha y junto a Schmeling viajó a América un propagandista que calentó el
ambiente diciendo que era imposible que un negro derrotara a un alemán y
que los beneficios del combate se destinarían a la construcción de tanques en
Alemania. Por si fuera poco, Hitler permitió a los bares y restaurante de
Alemania abrir a las 3.00 de la madrugada para que el pueblo pudiera escuchar
el combate, que se celebraría en Nueva York.
El público estaba totalmente en contra del pobre Schmeling, ajeno a los
tejemanejes nazis, y hubo concentraciones ante su hotel y recibió cientos de
cartas con amenazas. Para echarle más leña al fuego, el mismísimo presidente de
Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, recibió a Louis y le dijo: “Joe,
necesitamos músculos como los tuyos para derrotar a Alemania”. El de
Detroit se lo tomó en serio y preparó el combate como no lo había hecho dos años
antes.
El 22 de junio de 1938 se disputó la tan esperada revancha. 70.000 personas
llenaban el Yankee Stadium, entre las que se encontraban personajes como Gregory
Peck, Clark Gable o Gary Cooper. Cuando Schmeling se dirigía hacia el ring,
le cayó de todo: ceniza, basura, colillas de cigarros. Era un preludio de lo
que se le venía encima. Nada más arrancar el combate, Joe Louis se lanzó a por
el alemán y dos minutos y cuatro segundos después del comienzo, en el primer
asalto, Max Schmeling estaba noqueado. Su esquina tiró la toalla y el alemán
pasó diez días en un hospital. Tenía varias vértebras rotas. Para que os hagáis
una idea, en esos 2:04 minutos, Joe Louis lanzó 41 golpes, 31 de los
cuales impactaron en Schmeling. El alemán sólo pudo lanzar dos.
El después
Tras el combate ante Louis, nada volvió a ser igual para Schmeling. Los
nazis le retiraron el apoyo y la II Guerra Mundial amenazaba a la vuelta de la
esquina. Encima, nuestro héroe seguía rechazando a sus líderes políticos y como
prueba de ello, en la trístemente famosa Noche de los Cristales Rotos (entre el
9 y el 10 de noviembre de 1938, en la que los nazis arrasaron con sinagogas y
comercios judíos por toda Alemania y Austria), Schmeling demostró qué clase de
persona era. Escondió en su apartamento del hotel Excelsior de Berlín a dos
chicos judíos, Henry y Werner Lewin, hijos de un amigo suyo. Los mantuvo a
buen recaudo hasta que varios días después, logró sacarlos del país y enviarlos
a Estados Unidos. Esta historia no se supo hasta 1989, cuando Henry Lewin, que
se convirtió en un hotelero en Las Vegas, invitó a Schmeling a visitarlo para
agradecerle que, una vez, le salvó la vida a él y a su hermano, y lo que es más,
arriesgando claramente la suya propia.
A pesar de que siguió compitiendo y de que se proclamó campeón de
Europa en 1939, la Guerra propició la gran venganza de Hitler contra Schmeling:
lo obligó a alistarse en el Fallschirmjäger o cuerpo de
paracaidistas de la Luftwaffe. El objetivo era introducirlo en misiones
suicidas. Cabe destacar que la animadversión de Hitler por Schmeling tenía
otras ramificaciones. El boxeador se había casado en 1932 con Anny Ondra,
una joven de origen checo que era una estrella de cine en la Alemania de su época.
Se sabe, gracias a los diarios recuperados tras el final de la Guerra, que la
prometida/mujer de Hitler, Eva Braun, le tenía unos celos enfermizos a la
rubia actriz, admirada por todos.
A pesar de participar en 15 combates, entre ellos el de Creta, Max
Schmeling sobrevivió a la Guerra, si bien con los tobillos rotos. Acabada la
Guerra, volvió a disputar algunos combates y gracias a sus contactos en Estados
Unidos, a principios de los 50 consiguió convertirse en el distribuidor
oficial de Coca-Cola en la Alemania de la reconstrucción, llegando a poseer
su propia planta embotelladora. Esto hizo de Schmeling un hombre de negocios de
éxito.
Años después de aquellos convulsos años, Max Schmeling cultivó una estrecha
amistad con Joe Louis. Tal es así que cuando el estadounidense sufrió serios
problemas de salud (cardíacos y psiquiátricos ocasionados por la cocaína), el
alemán le costeó parte de los tratamientos. Cuando Louis murió en 1981 en la
pobreza, Max Schmeling, que fue uno de los portadores del féretro del de
Detroit, pagó todo el funeral.
Y así pasó el resto de su vida este campeón, hasta que el 2 de febrero de
2005, a poco más de seis meses de cumplir 100 años y tras 17 años viudo, Max
Schmeling fallecía en Hamburgo. La República Federal Alemana le dedicó un
sello tras su muerte.
La fantástica historia de este excelente deportista y
gran ser humano ha sido llevada dos veces al cine (en dos películas para
televisión, si bien centradas en su rivalidad con Louis) y hace unos años se
estrenó una película biográfica alemana (que por supuesto no vimos en nuestros
cines).
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