Los nostálgicos de la URSS resucitan los fantasmas de la
era soviética
Las ONG pugnan por mantener vivo el recuerdo de las
víctimas del estalinismo
ELENA VICÉNS
Moscú 27 DIC 2013 - 17:45 CET
Enfermería ao aire libre nun campo de concentración do Gulag |
Dos centenares de personas se reunieron el pasado día 19 frente al número
26 de la avenida Kutúzuvski, una de las principales de Moscú, donde durante 30
años vivió el dirigente soviético, Leonid Bréznev, líder máximo de
la desaparecida URSS durante 18 años: desde 1964 hasta su muerte en
noviembre de 1982. El motivo era la recuperación de una placa conmemorativa,
desmontada de la fachada del edificio en 1991.
La ceremonia solemne se celebró gracias a la iniciativa de uno de los
diputados más polémicos de la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso),
Alexandr Jinshtein, quien promueve fervientemente la idea de recuperar todos
los monumentos de la época soviética, derribados o desmontados en los años
noventa. A Jinshtein se le ha vinculado con los servicios de seguridad debido a
la información que a veces maneja, por lo que no es de extrañar que entre sus
estatuas preferidas se encuentre la de Félix Dzherzhinski, fundador de la
Checa, organización precursora del KGB.
Su inmensa estatua, que antes de ser derribada por una multitud enfurecida en
1991 adornaba la plaza de la Lubianka, frente a la sede de la temida
institución secreta, se encuentra hoy en la exposición Museon de esculturas al
aire libre.
Jinshtein no es el único en sentir esa nostalgia por los "buenos
viejos tiempos soviéticos". Según un sondeo publicado recientemente por el
VTSIOM (Centro Ruso de Investigación de la Opinión Pública, por sus siglas
rusas), el 45% de los encuestados apoya la idea de volver a colocar el
monumento a Dzerzhinski en su ubicación anterior, y solo un 25% está en contra.
El jefe del Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Moscú, Serguéi
Kapkov, aseguró al abrir la ceremonia en la avenida Kutúzovski que el Gobierno
capitalino tiene la intención de recuperar todas las placas conmemorativas de
destacados políticos de la URSS que en su tiempo fueron desmontadas, y colocar
nuevas a quienes no las tenían, como los dirigentes comunistas Nikita Jrushchov o
Konstantín Chernenko.
La noticia motivó una de las muchas preguntas dirigidas al presidente ruso,
Vladímir Putin, durante su tradicional rueda de prensa de fin de año, también
el mismo jueves. Putin —aunque recalcó que la decisión de colocar monumentos y
placas correspondía a las autoridades locales y dijo no ver mayor diferencia
"entre Stalin y Cromwell"—, se mostró, como de costumbre, cauteloso y
pragmático, y dio a entender que, al menos de momento, era mejor abstenerse de
poner monumentos a personajes polémicos. "Hay que referirse a cada periodo
de nuestra historia con mucho cuidado porque nuestra sociedad reacciona muy
vivamente a esas cuestiones. Mejor no inquietar, no promover acciones
prematuras, que puedan escindir la sociedad", advirtió Putin.
Frente al edificio del KGB, pero no en la plaza donde antes se alzaba la
estatua de Dzerzhinski, sino en un jardín lateral, hay otro monumento mucho más
sencillo: una piedra procedente del campo de concentración de Solovkí, en el
norte de Rusia, colocada en recuerdo de las 11 millones de personas fallecidas
durante los años del terror soviético por Memorial. Esta organización, Premio
Sájarov a los derechos humanos del Parlamento Europeo, cumplirá en enero
próximo 25 años de investigaciones sobre la historia de las represiones en la
URSS.
A principios de diciembre, Memorial anunció su nuevo proyecto "La
última dirección", con el que quiere sacar del olvido a las víctimas de la
represión en la época soviética y recordar sus nombres en las calles de las
ciudades rusas. La idea consiste en colocar en las fachadas de las casas y
edificios que fueron la última vivienda de las víctimas unas placas
conmemorativas con el nombre y fechas de nacimiento y fallecimiento de la
persona que se recuerda.
"La idea proviene del proyecto Stolpersteine (Piedras de tropiezo),
iniciado por el artista alemán Günter Demnig en 1992 para recordar a quienes
fueron deportados y asesinados por el nazismo en los años del Holocausto",
explica Serguéi Parjómenko, periodista y editor, e impulsor del proyecto.
Demnig coloca piezas conmemorativas junto a las casas de judíos deportados
a los campos de concentración nazis. Cada pieza —un cubo de cemento de 10x10x10
centímetros— lleva incrustada en la parte superior una placa de metal con los
datos esenciales de la persona deportada. En 20 años ya se han colocado más de
40.000 piezas en 650 ciudades de Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Holanda,
Luxemburgo, Noruega y otros países.
A Parjómenko se le ocurrió que en Rusia podrían hacer un proyecto semejante
y cuando se lo comentó al director de Memorial, Arseni Roguinski, resultó que
ellos ya estaban reflexionando sobre cómo transformar en un monumento su enorme
archivo de casos personales de represaliados.
El proyecto se puede definir en una frase: "Un nombre, una vida, una
placa". Cada víctima tendrá su placa personal, que puede ser colocada por
iniciativa de los familiares del fallecido, de sus vecinos o de cualquiera otra
persona. Para ello basta con elegir el nombre de una persona en la lista de
víctimas del terror soviético que se encuentra en la página web de Memorial. En
esa base de datos hay actualmente más de 2.650.000 nombres.
"El grupo de colaboradores, compuesto por arquitectos, escultores y
diseñadores rusos, ha preparado un proyecto de la placa y dentro de poco
podremos presentarlo oficialmente al público", asegura Parjómenko. La
iniciativa necesita la aprobación de las autoridades urbanísticas municipales,
y para conseguirla es necesario reunir al menos un millar de solicitudes placas
con nombres concretos.
"Será imposible realizar el proyecto sin el apoyo, aunque sea formal,
de los municipios: no se trata de decenas, sino de miles y miles de placas, que
formarán un memorial único, y no podemos actuar clandestinamente. Cada día
recibimos decenas de solicitudes, y la primera reacción de las autoridades de
Moscú y San Petersburgo ha sido positiva", explica. "Tenemos que
reunir alrededor del proyecto a gente activa, dispuesta a aplicar todos sus
esfuerzos, pagar por la placa, llevar las negociaciones con cada municipio para
colocarla, hablar con los vecinos para que no estén en contra...".
Parjómenko y sus colegas esperan poder colocar las
primeras placas en Moscú y San Petersburgo en abril próximo. "Naturalmente,
habrá problemas de organización, pero hay otras, cuestiones históricos y
sociales mucho más graves. Lo que sucede es que, a diferencia del Holocausto,
en el que las víctimas no fueron ellas mismas organizadoras de crímenes, en la
historia de la represión estalinista hay muchas víctimas que fueron antes
verdugos y enviaron a miles de personas a la muerte antes de compartir el mismo
destino. Así que tendremos que decidir si podemos incluirlas a ellas también en
las listas de la memoria histórica y cómo hacerlo sin provocar una división en
la sociedad", concluye.
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