domingo, 26 de xaneiro de 2014

Borondo: La protesta escondida en las paredes



Borondo es uno de los artistas urbanos más personales y comprometidos de la escena española del arte urbano. Sus trabajos encierran a menudo una crítica contra los desmanes de los gobernantes. Con un estilo sobrio y misterioso, convierte las paredes en las que interviene en verdaderos poemas visuales.
Madrid oculta figuras de espectros en actitud serena e intensa. Figuras monocromas, ralladas en los cristales, pintadas en las esquinas o pegadas en papel en las alturas. Sin estridencias. Todas ellas, obra de Borondo (Segovia, 1989), uno de los artistas más destacados y brillantes del arte urbano, que en 2009 decidió salir a las calles definitivamente para mostrar su forma de entender el mundo.
A primera vista, la obra de Borondo se presenta bajo una emoción devastadora pero discreta, apta para pasar desapercibida entre la ola de estímulos visuales que inundan las ciudades. Pero, como siempre, los buenos artistas nunca resultan obvios; al contrario, cuando se descubren, tienen un misterio que primero es capaz de intrigar al espectador y luego fascinarle. Así, el aparente desconsuelo de los personajes del joven artista oculta una protesta firme ante la injusticia, ante las ciudades inhabitables y ante el acoso al ciudadano por sus gobernantes.
La calle ha sido el espacio donde Borondo se ha dado a conocer. El lugar donde ha ido tomando forma su estilo en una evolución constante que los habitantes de Lavapiés, primero, y los de Roma -donde ha estudiado dos años- después, han podido vivir entusiasmados y de primera mano. Desde las primeras plantas semihumanas que pintaba escondidas en las esquinas de la Plaza de Cabestreros en Madrid, hasta sus impresionantes figuras ralladas de los cristales en el centro de Roma o Madrid han pasado cinco años de permanente crecimiento artístico. Y los que aún quedan: su juventud augura sorpresa, su maestría confirma que será uno de los grandes. Que es uno de los grandes.
Borondo ha sabido aprovechar magistralmente el deterioro y el olvido de las calles para convertirlas en un lienzo. El decidido estilo de su forma de trabajar ha dado lugar a un número muy importante de intervenciones en solitario o junto a otros artistas. Como él mismo ha comentado: “El arte urbano es la forma más democrática y directa para comunicarse”.
Su experiencia le ha hecho darse cuenta también de la ferocidad de las multas al intervenir la ciudad con sus piezas. De hecho, la técnica del rallado de pintura que caracteriza su estilo nace de la estrategia para evitar ser sancionado. No existe motivo legal para detener a alguien que quita pintura. Esto permite a Borondo trabajar sin prisas y, sobre todo, sin temor a represalias.
Su última pieza, en Madrid, podría ser un buen ejemplo del cambio de mentalidad a este respecto. Es, quizás, también la forma de narrar una historia absurda. Hace tres años, Borondo fue multado por el Ayuntamiento de Madrid con 3.000 euros por pintar en los muros de un edificio abandonado. Una construcción en ruinas que fue demolida a los pocos días. Un golpe económico de una dureza desproporcionada. Tres años después, el Ayuntamiento de Madrid, el mismo que le sancionó, se puso en contacto con él para invitarle a participar en su proyecto de rehabilitación del Barrio de Tetuán con una de sus piezas.
Borondo aceptó la propuesta. El verdadero arte nunca existe sin generosidad. Y decidió plasmar en su pieza una de las constantes más destacadas en los últimos tiempos para el ciudadano de la capital: la represión de las fuerzas de la autoridad en cumplimiento de las novedosas leyes de “seguridad ciudadana”. De esta forma, en el número 52 de la calle Marqués de Viana, en el barrio de Tetuán, se pueden ver dos figuras titánicas de un hombre y una mujer de espaldas, con las manos atadas por una soga invisible y la mirada ladeada en posición de desaliento.
El misterio envuelve las piezas de Borondo. Los espectadores encuentran diferentes emociones en las figuras representadas en las paredes y en los cristales. Melancolía, desidia, tristeza, rabia. El sentimiento en estado puro. La narración descarnada de lo que vivimos, lo que estamos sufriendo, aquello que nos ha llevado adonde estamos. Engullidos por un sistema que nos hace prisioneros sin que apenas nos demos cuenta. Bien amarrados con esas cuerdas invisibles que tan bien ha sabido representar Borondo. Con la mirada perdida antes del derrumbe final.

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