por Sergio Bang
Borondo es uno de los artistas urbanos más personales
y comprometidos de la escena española del arte urbano. Sus trabajos
encierran a menudo una crítica contra los desmanes de los gobernantes.
Con un estilo sobrio y misterioso, convierte las paredes en las que
interviene en verdaderos poemas visuales.
Madrid oculta figuras de espectros en
actitud serena e intensa. Figuras monocromas, ralladas en los cristales,
pintadas en las esquinas o pegadas en papel en las alturas. Sin estridencias.
Todas ellas, obra de Borondo
(Segovia, 1989), uno de los artistas más destacados y brillantes del arte
urbano, que en 2009 decidió salir a las calles definitivamente para mostrar su
forma de entender el mundo.
A primera vista, la obra de Borondo se
presenta bajo una emoción devastadora pero discreta, apta para pasar
desapercibida entre la ola de estímulos visuales que inundan las ciudades.
Pero, como siempre, los buenos artistas nunca resultan obvios; al contrario,
cuando se descubren, tienen un misterio que primero es capaz de intrigar al
espectador y luego fascinarle. Así, el aparente desconsuelo de los personajes
del joven artista oculta una protesta firme ante la injusticia, ante las
ciudades inhabitables y ante el acoso al ciudadano por sus gobernantes.
La calle ha sido el espacio donde
Borondo se ha dado a conocer. El lugar donde ha ido tomando forma su estilo
en una evolución constante que los habitantes de Lavapiés, primero, y los de
Roma -donde ha estudiado dos años- después, han podido vivir entusiasmados y de
primera mano. Desde las primeras plantas semihumanas que pintaba escondidas en
las esquinas de la Plaza de Cabestreros en Madrid, hasta sus
impresionantes figuras ralladas de los cristales en el centro de Roma o Madrid
han pasado cinco años de permanente crecimiento artístico. Y los que aún
quedan: su juventud augura sorpresa, su maestría confirma que será uno de los
grandes. Que es uno de los grandes.
Borondo ha sabido aprovechar
magistralmente el deterioro y el olvido de las calles para convertirlas en un
lienzo. El decidido estilo de su forma de trabajar ha dado lugar a un número
muy importante de intervenciones en solitario o junto a otros artistas. Como él
mismo ha comentado: “El arte urbano es la forma más democrática y
directa para comunicarse”.
Su experiencia le ha hecho darse cuenta
también de la ferocidad de las multas al intervenir la ciudad con sus piezas.
De hecho, la técnica del rallado de pintura que caracteriza su estilo nace de
la estrategia para evitar ser sancionado. No existe motivo legal para detener a
alguien que quita pintura. Esto permite a Borondo trabajar sin prisas y, sobre
todo, sin temor a represalias.
Su última pieza, en Madrid, podría ser
un buen ejemplo del cambio de mentalidad a este respecto. Es, quizás, también
la forma de narrar una historia absurda. Hace tres años, Borondo fue multado
por el Ayuntamiento de Madrid con 3.000 euros por pintar en los muros de un
edificio abandonado. Una construcción en ruinas que fue demolida a los pocos
días. Un golpe económico de una dureza desproporcionada. Tres años después, el Ayuntamiento
de Madrid, el mismo que le sancionó, se puso en contacto con él para
invitarle a participar en su proyecto de rehabilitación del Barrio de Tetuán
con una de sus piezas.
Borondo aceptó la propuesta. El
verdadero arte nunca existe sin generosidad. Y decidió plasmar en su pieza una
de las constantes más destacadas en los últimos tiempos para el ciudadano de la
capital: la represión de las fuerzas de la autoridad en cumplimiento de las
novedosas leyes de “seguridad ciudadana”. De esta forma, en el número 52 de la
calle Marqués de Viana, en el barrio de
Tetuán, se pueden ver dos figuras titánicas de un hombre y una
mujer de espaldas, con las manos atadas por una soga invisible y la mirada
ladeada en posición de desaliento.
El misterio
envuelve las piezas de Borondo. Los espectadores encuentran diferentes
emociones en las figuras representadas en las paredes y en los cristales.
Melancolía, desidia, tristeza, rabia. El sentimiento en estado puro. La
narración descarnada de lo que vivimos, lo que estamos sufriendo, aquello que
nos ha llevado adonde estamos. Engullidos por un sistema que nos hace
prisioneros sin que apenas nos demos cuenta. Bien amarrados con esas cuerdas
invisibles que tan bien ha sabido representar Borondo. Con la mirada perdida
antes del derrumbe final.
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