domingo, 6 de novembro de 2011

El último aullido del hombre lobo


Varios estudios desvelan nuevos datos sobre Romasanta, el célebre licántropo de Allariz - "Fue el primer asesino en serie de la historia", afirma un investigador
PABLO TABOADA - Ourense - 03/11/2011
Algunos de los grandes criminales del siglo XIX terminaron su vida en lugares desconocidos o murieron en condiciones extrañas. Francisco Guerrero, el primer asesino en serie documentado de México, o Margaret Whites, una británica que mataba a niños, son dos ejemplos. En esa lista estaba, hasta el pasado sábado, Manuel Blanco Romasanta. Ha tenido que pasar siglo y medio para que se descubra dónde pasó su último día el hombre lobo de Allariz. Y lo sabemos gracias a la prensa de la época y al trabajo de dos investigadores. Romasanta murió el 14 de diciembre de 1863 entre las rejas de la prisión de Ceuta. Un cáncer de estómago puso fin a una vida salpicada de asesinatos, con trazas de ser licántropo y esquizofrénico paranoide. Y hasta de mercader, porque vendía los ropajes y la grasa que quitaba a las víctimas. Fue precisamente la ropa de una de ellas -que un familiar reconoció en otra persona-, lo que delató sus tropelías.
Dos investigadores acaban de revelar que no murió en la prisión del Castillo de San Antón de A Coruña, la teoría que reunía más puntos. Félix y Castor Castro Vicente son los autores de un trabajo presentado en las jornadas científicas y culturales sobre la figura de este personaje, desarrolladas el pasado fin de semana en Allariz. La primera pista sobre su traslado a Ceuta aparece en el semanario ilustrado El Periódico para todos, que el 11 de octubre de 1876 publicaba que fue conducido a Ceuta, en donde vivió "sin que diese muestras de padecer enajenaciones mentales, ni monomanías de ninguna especie".
Otros dos periódicos certifican su muerte en la ciudad africana. La Iberia, diario liberal, publicaba el 23 de diciembre de 1863 una nota breve y La Esperanza, Periódico Monárquico del lunes 21 de diciembre de 1863 lleva el asunto a primera página: "Escriben de Ceuta que Manuel Blanco Romasanta, conocido en toda España por el Hombre Lobo, por consecuencia de sus atrocidades y fechorías, y que, juzgado en La Coruña, fue condenado a presidio, falleció en aquella plaza el 14 del actual, a la edad de cincuenta años, siendo víctima de un cáncer de estómago". Ambas publicaciones eran de Madrid, lo que una vez más certifica la gran trascendencia que alcanzó la historia, ocupando decenas de portadas en diarios de toda Europa.
El lugar donde murió no fue la única novedad conocida en las jornadas. El jefe superior de Policía de Galicia, Luis García Mañá, afirmó que Romasanta pudo haber cometido sus crímenes bajo los efectos alucinógenos del cornezuelo, un hongo parásito del centeno que actualmente se usa para la elaboración de LSD, la popular droga líquida. "Durante esos años, el gobernador civil alertaba del riesgo de intoxicación por ingestión de alimentos en malas condiciones, en particular afectaciones de cornezuelo y él presentaba síntomas coincidentes con manifestaciones propias de la ingestión de este hongo", asegura García Mañá.
Las jornadas han servido para desmitificar al hombre lobo, dejando de lado la leyenda y colocándolo como un astuto criminal más. "Fue el primer asesino en serie de la historia moderna. Mató a unos 20 personas, pero solo lo condenaron por nueve, aunque él reconoció 13", afirma Castor Castro. Otras teorías apuntan a que nunca llegaron a producirse muertes. Lo cierto es que la práctica totalidad de testimonios de la época hablan de él como una persona dulce y culta, ya que sabía leer y escribir, algo poco habitual a mediados del siglo XIX. "Bajo aquel exterior de hombre honrado y pusilánime, se abrigaba un corazón de fiera, el alma de un malvado", decía El Periódico para todos en 1876. Esa apariencia dócil y la buena fama que tenía -sobre todo entre las vecinas- le permitía engatusar a sus víctimas. Con promesas de un buen empleo en otras zonas de España, las llevaba hasta bosques, donde las descuartizaba. Para sus familias, los muertos estaban trabajando, lejos de casa. Algunas incluso recibieron cartas falsificadas por el propio Romasanta.
Los cadáveres nunca fueron encontrados y Manuel justificó los crímenes asegurando que se convertía en lobo a causa una maldición. "Me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo", dijo durante el juicio. Incluso aludió a otros dos hombres que también se convertían: "Maté y comí a varias personas pero a algunos como Josefa, Benita y sus hijos, lo hice solo". Posteriormente cambió de versión y dijo que no sufría una maldición, sino una enfermedad. No consiguió engañar al juez y a los seis médicos que lo estudiaron. No estaba loco, por lo que le condenaron a morir en el garrote vil, algo que nunca pasó.
La reina Isabel II intercedió ante el tribunal y cambió la pena de muerte por la cadena perpetua, tras leer una carta de un hipnotizador francés que defendía que sufría licantropía. A partir de ese momento, poco más se supo de él. Dos psiquiatras, David Simón y Gerardo Flórez, manifestaban recientemente que Manuel padecía un trastorno antisocial de la personalidad. Ahora, tras escudriñar decenas de documentos en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, los hermanos Castro Vicente continúan su investigación en archivos de Ceuta. El próximo objetivo es saber dónde yace el cuerpo del Lobisome.

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