Por: David Alandete | 16 de noviembre de 2011
Preso do Camp 6, premiado con ir vestido de branco por boa conduta |
A uno de los 171 presos retenidos aquí en la prisión de Guantánamo, el saudí Mohammed al-Qahtani, se le sometió a una despiadada serie de interrogatorios entre noviembre de 2002 y enero de 2003. Algunos duraban 20 horas al día. Se le hacía quedarse, esposado de pies y manos, inmóvil, en una silla de metal durante horas. Se le despertaba a horas intempestivas y se le privaba de sus sentidos, para dejarle bien claro que él no era el dueño de su destino y de sus circunstancias.
En una ocasión se sacó a al-Qahtani al exterior de su celda, aquí en Camp Delta, un complejo de casuchas de madera y placas de metal, que arde aun ahora, en pleno noviembre, bajo un sol asfixiante. Según un informe secreto filtrado a los medios, se le llevó a ver a un grupo de jutías, un roedor propio del caribe. “Las jutías se movían en libertad, jugando, comiendo, cuidándose mutuamente”, dice el cable. “Al detenido se le comparó con la familia de jutías y se le hizo notar que los animales tenían más amor, libertad y cuidado mutuo que él. El detenido lloró”.
Bienvenidos a Guantánamo. Así es como la prisión más polémica del mundo se integra en su entorno, junto a un acantilado frente al mar Caribe, en un trozo de 116 kilómetros cuadrados en el sureste de la isla de Cuba. Bajo la brisa marina,entre cactus y largos días soleados, la alambrada de púas rodea y aisla al mundo de la detención sin fin, a los cautivos de la guerra contra el terror. Es cierto que las jutías, que están en peligro de extinción, tienen más libertad de movimiento que los detenidos. Al igual que las iguanas, como hizo notar en una visita aquí en 2006 mi compañera Yolanda Monge.
Las iguanas son un emblema de la Base de Guantánamo. Es imposible escapar de ellas. Entran y salen del recinto carcelario a su antojo. Atropellarlas se paga con una investigación y una posible multa de 10.000 dólares. El campo al que en su día se trasladó a los tres niños (de 10, 12 y 13 años) que pasaron por aquí como sospechosos de querer atentar contra EE UU, se llamaba y aun se llama Camp Iguana. Al otro lado de la valla, cuando los guardas acaban sus turnos de doce horas, tienen todo un pedazo de América del que disfrutar en la parte trasera de una isla comunista.
En la base de la Marina que alberga la prisión hay un restaurante MacDonald’s (cómo no) y una cafetería Starbucks. Hay hasta una radio, que emite música country y rock, y algunos programas de noticias en vivo. Su imagen corporativa la muestra esta camiseta: “Rock en el patio trasero de Fidel”.
Mientras, según me cuentan los guardas, a los presos se les colma con todo tipo de atenciones: gimnasio, televisión, dvd, consolas de videojuegos PSP y libros. Hay volúmenes literarios en 14 idiomas, desde el inglés o el francés al árabe, el pashto y el chino. Los libros se los censura previamente: los que contengan material polémico, que aliente el radicalismo, no se añaden a la biblioteca. Desde ese punto de vista, no es de extrañar que en un paseo por su biblioteca, lo primero que atrajera mi atención fuera este cómic: Superman en árabe.
Seguro que a esos presos no hay nada que les reconforte más que la idea de un héroe americano que pueda volar.
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