EL PAÍS desempolva los diarios de Luis García Berlanga durante su estancia en el frente ruso - Son cuadernos repletos de escritos políticos, poemas y dibujos
GREGORIO BELINCHÓN - Madrid - 13/11/2011
Uno de los cuadernos ni siquiera tiene tapas y el hilo que cose las páginas vive sus últimos estertores. Es el más antiguo, porque en él están los apuntes del colegio y los poemas escritos aún en España, entre ellos el dedicado a Federico García Lorca. El otro, una libreta con las páginas pegadas por su borde superior, todavía conserva la contraportada. Le quedan algunas hojas en blanco y es menos abigarrado que el anterior. Además les acompañan unas hojas sueltas: un pequeño diploma para María García García del colegio Sagrado Corazón de Jesús, cuyo envés aprovechó su hermano para escribir, y un papel de carta en el que aparece impreso un membrete que dice: "Diputado republicano por Valencia". Recién sacados de la caja fuerte, y encima de una mesa para ser fotografiados, parecen papeles viejos sin más. Y sin embargo pueden ser considerados como una piedra Rosetta del cine español: son los diarios escritos por Luis García Berlanga durante su estancia en el frente ruso en la División Azul a sus 20 años. Tocarlos infunde temor y respeto: su autor los conservó durante 70 años. Por algo sería. En ellos está sus primeras berlangadas, sus escritos políticos marcados por una visión romántica de la Falange, críticas de cine, una novela, múltiples reflexiones, decenas de dibujos... y sobre todo poemas, muchos poemas, casi todos dedicados a su amor de juventud, Rosario Mendoza, una de las razones por las que Berlanga se alistó en la División Azul. "Porque, en el fondo, Luis quería ser poeta", cuenta Basilio Rodríguez, presidente del Pen Club en España, dueño de la editorial Sial, y responsable de la publicación de estos cuadernos. Hoy domingo se cumple un año del fallecimiento del cineasta español y es la primera vez que estos diarios salen a la luz pública.
"En mi familia no sabíamos ni que existían", asegura José Luis García-Berlanga, el primogénito del cineasta. "Hasta que un día me llamó Miguel Losada, me habló de un editor que los tenía y que quería publicarlos y me sobresalté: '¿Quién los tiene y por qué?'. Yo los tengo porque me los dio su padre, pero siempre tuve claro que no eran un regalo, sino que me los había entregado para su publicación", cuenta Rodríguez. En 2006, él era uno de los amigos más jóvenes de García Berlanga. "Nos juntábamos a comer en una trattoria italiana enfrente de su despacho en Madrid en unos encuentros muy informales. Entre los comensales estaban escritores como José Alcalá-Zamora, Luis Alberto de Cuenca o Andrés Aberasturi, y en ocasiones se unían las poetisas Beatriz Russo, Sol de Diego y Pura Salceda, chicas carnales que tocaban el tema del erotismo en su escritura como a Berlanga le gustaba. En uno de esos almuerzos Luis me dijo que tenía mucho material poético, y creo que fue en el tercer o cuarto encuentro cuando ya me confesó que deseaba publicarlo, pero que antes necesitaba corregirlos: no quería caer en el ridículo. Yo me ofrecí a transcribirlos, para que él después los editara. Colaboré con él en el primer premio de literatura erótica de Madrid, en otros actos parecidos y un día me llevó a su casa, me enseñó estos materiales, metidos en una caja en el altillo de su casa de Somosaguas, junto a otras cosas, como una espectacular colección de literatura y revistas eróticas, o un montón de zapatos femeninos, como gran fetichista".
José Luis García-Berlanga corrobora esa visión del editor. "En ese desván hay una colección fascinante, de primera calidad. A mi padre le conocían en las principales librerías europeas por su afán coleccionador. Hasta tenía un carné especial de la librería neoyorquina The Strand, con el que le dejaban subir al piso donde guardan el erotismo. Pero no creo que haya mucho material cinematográfico, salvo muchas revistas de cine y algún guion más. Todo está a la espera de que iniciemos una fundación Berlanga".
Rodríguez recibió los manuscritos. "Desde el primer momento tuve conciencia de su gran valor: es historia viva de él y de España. Los llevó en su zurrón y los guardó durante siete décadas. Pero cuando empezamos la labor, cuando empezó a hablar de los poemas que quería publicar, se rompió la cadera, se enclaustró en casa y se nos impidió a los amigos acceder hasta él. Nos cortaron la comunicación". Los originales acabaron en la caja fuerte del editor. "Yo no podía editarlos sin un consentimiento".
Aquí entra Miguel Losada, el responsable de la sección de cine del Ateneo de Madrid, poeta publicado por Rodríguez y experto en cine. Ambos planean sacar una colección cinematográfica, la Colección Lumière, para otra editorial de Rodríguez, Pigmalión. Deciden arrancarla con estos cuadernos y aguardar a que Berlanga mejore. Esperan dos años. Pero Luis García Berlanga fallece el 13 de noviembre de 2010. "Tras el lógico duelo, Miguel, que conoce a José Luis, habla con él. Sí, recibí varias ofertas económicas muy jugosas; sin embargo, siempre fui consciente de que no eran míos, que me los dejó en depósito". Tras la primera sorpresa, la familia Berlanga accede a su publicación. "Yo solo he visto los facsímiles, nunca el original", dice García-Berlanga, "pero me parece un material fundamental para entender a mi padre". El libro se presentará el próximo día 23 en un acto en la Academia de Cine, donde Rodríguez devolverá los cuadernos a los Berlanga. "He editado 500 libros; este es para mí como un hijo", confiesa su responsable. La edición, cuidada, tiene la transcripción casi completa de los diarios y muchas de sus páginas, estallidos de dibujos, de color y de textos comprimidos, se reproducen en formato facsímil.
Losada ha estado seis meses leyendo con lupa esas páginas, en realidad sus facsímiles, porque los originales estaban a buen recaudo en la caja fuerte, para hacer la transcripción. "Conocí a Berlanga hace como poco 15 años y he realizado mi labor con todo el cuidado del mundo. No es una edición crítica, se han respetado incluso algunos errores y dejado en blanco las palabras ilegibles, sino que queda en manos de los investigadores esa labor de reflexión. Yo he sido fiel a lo que está ahí". Y lo que está muestra a un fascinante Berlanga poeta, al chaval que se va a Rusia el 14 de julio de 1941 por dos razones: intentar que condonen la pena de muerte impuesta a su padre, diputado republicano del partido de Alejandro Lerroux, y hacer méritos delante de una chica, Rosario Mendoza. "Es curioso. Un familiar mío en Valencia me contaba que conocía a una mujer, su tía Charo, que decía que había sido medio novia de mi padre. Y ahora ato los cabos: ¡era cierto!", recuerda García-Berlanga. Desgraciadamente, Mendoza falleció el año pasado. Hay también mucha escritura de creación; el famoso Soneto a una pistola, el único poema publicado en vida de Berlanga; textos sobre los hermanos Marx, Josef von Stenberg o Paul Valéry; una escaleta para un posible guion; bastantes hai-kais, que es como se denominaban en esa época a los haikus; greguerías; fragmentos de una alocución; un texto que sería la base de su corto El circo; dibujos y más dibujos con autorretratos e incluso un perfil de Rosario Mendoza... Y un artículo laudatorio de José Antonio Primo de Rivera. "Es lógico. Tenía 20 años y su mejor amigo era José Luis Colina, falangista antifranquista, que le mete en vena esa visión romántica de Primo de Rivera", explica Losada. A la vuelta de la guerra, Colina se convertiría en su coguionista.
Una de las cartas que Berlanga esbozó en sus cuadernos está destinada a Colina. Arranca con En campaña, a 1 de enero de 1942 y escribe: "Estoy sentado solo en la habitación, hace escasamente dos horas que ha empezado el año y acabo de bajar del servicio". Aunque Berlanga no pegó un tiro, su servicio entrañaba cierto peligro. Día sí, día no, subía a una torre, un gigantesco depósito de agua, en Kritivischchi, cerca de Stalingrado, y desde allí oteaba con prismáticos a los rusos que se encontraban a unos 500 metros, al otro lado del río Wolchov. En un año, no vio gran cosa. Pero justo en su día de asueto, los soviéticos derribaron a cañonazos la torre, matando al otro vigía, el también valenciano Eduardo Molero.
Los cuadernos confirman que Berlanga era un gran escritor. Que el cine ganó un genio, pero que la poesía perdió a un artista. Tanto Losada como Rodríguez repiten: "Él quería haber sido considerado poeta". Ahora ya podemos leer por qué.
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