CELIA AMORÓS 18/06/2011
La obra de la argelina Wassyla Tamzali y de la francesa Michèle le Doeuff esclarece la polémica sobre la indumentaria de las mujeres, "sobrecargadas de identidad"
El debate sobre el velo integral (burka, niqab) se ha convertido en un debate errático. Para contribuir a centrarlo es importante adoptar la perspectiva feminista, pues hacerlo pivotar, y más de forma exclusiva, sobre el tema del laicismo ha llevado a confusiones indeseables: el énfasis no se pone tanto en la libertad de conciencia como en el "respeto a todas las religiones" y por esa pendiente podemos deslizarnos a terrenos indeseables. En primer lugar, proponemos distinguir entre multiculturalidad y multiculturalismo, que se usan ordinariamente como sinónimos pero que en rigor no lo son. Al hablar de multiculturalidad hacemos referencia al hecho sociológico de que diferentes culturas coexistan en el mismo ámbito geográfico. Cuando usamos el término multiculturalismo estamos denotando una tesis normativa acerca del modo en que deberían coexistir las diferentes culturas y, por vía de implicación, cómo tendrían que gestionarse políticamente tales diferencias. El multiculturalismo tiene una concepción muy precisa acerca de las culturas de la que lógicamente se deriva cómo deben relacionarse entre sí. Una cultura sería una totalidad autorreferida cuyas prácticas solamente podrían ser interpretadas desde sus propios referentes de sentido y, por tanto, los parámetros de las diversas culturas serían inconmensurables. Nos hallaríamos frente a realidades estáticas y homogéneas. Pues bien: entendemos que una concepción tal de las culturas es una concepción reificada, inadecuada normativamente e insostenible empíricamente. Reificada porque las culturas cambian y fluyen: no son por siempre idénticas a sí mismas. Aun en el improbable supuesto de que alguna vez en el pasado hubiera sido así, es evidente que esta idea es inadecuada para las culturas de la era de la globalización, donde nos encontramos, por ejemplo, con antenas parabólicas en las mezquitas. Inadecuada normativamente porque no es cierto, como también lo quiere el comunitarismo, que solamente la propia comunidad de referencia sea la fuente de la que emanan las normas por las que ha de regirse la vida de los individuos. Es insostenible empíricamente porque constatamos, de hecho, que las diferentes culturas interactúan, que tienen lugar entre ellas préstamos, hibridaciones y apropiaciones selectivas, así como constantes "interpelaciones interculturales". Por su parte, los individuos no son meros reproductores de los códigos culturales, sino que en alguna medida los revisan y los modifican.
Por otra parte, el multiculturalismo no repara en el "subtexto de género" de la identidad cultural. Con ello nos referimos al hecho de que la identidad cultural no tienen que asumirla en la misma medida los varones que las mujeres. Como lo afirma Michèle le Doeuff, las mujeres tenemos "sobrecarga de identidad". Se nos endosa la función de asumir las presuntamente genuinas esencias de las culturas, sus núcleos simbólicos más duros. Las mujeres de muchas culturas han de representarlos en la vestimenta, de forma más o menos constrictiva. Y no es de extrañar, pues las mujeres no somos individuos. Ser un individuo es ser un quien, es algo que sólo se produce en los espacios de poder: "Usted no sabe con quién está hablando". "¿Sabe usted a quién me tengo que dirigir para tratar este asunto?". En los espacios en que no se juega poder la individualidad no emerge: no son espacios de pares sino de idénticos, como lo he dicho en otra parte. El caso de las mujeres sería el caso límite de esta identidad. Y, a su vez, el caso límite del límite sería la indiscernibilidad, la prescripción o asunción de un atuendo -el burka, el niqab...
- que incorpora la desindividuación más absoluta, el ninguneamiento más radical. Ataviada con esa prenda se escenifica -paradójicamente- que no se es nadie, que se está en las antípodas de un quien. El problema de la desidentificación en el espacio público por razones de seguridad es una consecuencia derivada a la vez de algo secundario en relación con este sádico despojo de todo lo que pueda significar en las mujeres un rasgo de individuación. Y el derecho a la individualidad, a ser un quien y representarlo como un quantum, aun mínimo, de potentia, de capacidad de incidir sobre el medio con cierta soltura mediante las dotaciones de nuestro cuerpo, a lo que podríamos llamar "el desencadenamiento corporal y vestimentario", debería ser considerado un derecho humano explícito.
El burka como excusa. Terrorismo intelectual, religioso y moral contra la libertad de las mujeres. Wassyla Tamzali. Traducción de José Miguel Marcén. Incluye un informe de Itziar Elizondo Iriarte. Saga Editorial. Barcelona, 2010. 144 páginas. 14,90 euros.
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