El poblado de Valborraz desaparece bajo un alud de pizarra de una escombrera
SILVIA R. PONTEVEDRA - El País - 09/02/2010
En Valdeorras, las pizarreras campan a sus anchas sin que el Gobierno gallego, ni el de ahora ni el de antes ni el de más allá, hiciera nada por salvar el paisaje. En Carballeda hacía tiempo que la escombrera de losa de una de estas empresas iba creciendo en la cima y amenazaba con desplomarse sobre el poblado minero de Valborraz, levantado por los belgas (y acaparado en la II Guerra por los nazis), sobre uno de los filones de wolframio más grandes de Europa. Todo el mundo lo sabía, pero nadie le puso remedio, y hace una semana se cumplió el presagio. Por el cauce del caborco de Valborraz, el arroyo que cruza el poblado, se precipitó una lengua inmensa de limo y rachóns de pizarra, empujada por las fuertes lluvias y la nieve. Se llevó por delante media docena de casas del conjunto minero, pero abajo, en la civilización, nadie se enteró. El estruendo de tan ruidoso sepelio no llegó a oírse ni en el pueblo más cercano, Casaio, a nueve kilómetros de distancia.
Ahora, en Carballeda, todo el mundo señala a la empresa Manada Vieja, pero la pizarrera declina hacer declaraciones, y la mina "dos alemáns", moribunda desde que en 1963 fue abandonada por completo, ha pasado a engrosar la lista de bienes de interés cultural difuntos. Adega habla de pedir responsabilidades medioambientales, y la alcaldesa independiente del municipio, María del Carmen González, afirma que la "pérdida emocional para todos los vecinos todavía es más grande". La mina de seis plantas conectadas por galerías de la que salía el wolframio endurecedor de armamento llevó "un progreso importante" a aquel lugar perdido del mapa.
Dio trabajo a mil personas, hombres y mujeres. Y en el lugar se formaron parejas y nacieron niños. También, durante 19 meses, entre 1942 y 1944, redimieron allí sus penas trabajando 463 presos republicanos de toda España. Cobraban ocho pesetas al día, aunque la comida les costaba dos. En el coto de Valborraz se movían en libertad pero, tras una fuga, la experiencia fue cortada en seco por el franquismo.
Había también gente que iba por libre, que buscaba por su cuenta en calicatas y cobraba diez duros por cada kilo de mineral que vendía a la sociedad Montes de Galicia, integrada en el consorcio Sofindus, participado en un 60% por alemanes. En sus inmediaciones, explica el mayor estudioso de la mina, el historiador Isidro García Tato, se instalaron dos distribuidores gallegos, Leoncio Fernández y Cachafeiro, que supuestamente trabajaban para los aliados. Estos exportadores pagaban el doble a los mineros por la misma cantidad, pero sacar el wolframio de España, para los estraperlistas, era casi imposible.
Su verdadera misión era "evitar que llegase a manos nazis el mayor volumen posible de wolframio, no enviarlo a Estados Unidos o Inglaterra". Lograban transportarlo hasta el puerto de Vigo pero de allí no pasaban, así que "lo tiraban al mar". "La ría es uno de los mayores yacimientos de wolframio que existen", concluye este investigador del CSIC.
"La primera bici que compró mi padre fue trabajando un fin de semana en la mina", evoca la regidora. "Había cantina. Y baile los domingos. Las bañeras de pies de los patrones", en lujosos chalés de factura germana hace mucho tiempo expoliados, "eran hermosas". Sobre todo a los ojos de quienes no tenían dónde lavarse.
El Ayuntamiento de Carballeda de Valdeorras albergaba "la vieja ilusión" de rehabilitar aquellas construcciones en ruinas y fundar un "centro turístico" sobre la explotación del wolframio. La alcaldesa dice que nunca llegó a haber dinero para hacerlo. Tampoco se hizo nada por buscar la financiación fuera. Jamás se le presentó un proyecto a la Xunta, ni se controló el tamaño de la escombrera. En realidad, ni siquiera está claro a quién pertenecen las edificaciones, ni esas estribaciones de la Serra de Camporromo, junto a Pena Trevinca, en las que se asientan. "Hace diez años traté de investigarlo y no llegué saberlo", reconoce González.
La maquinaria herrumbrosa la adquirió Pizarras Europeas en el 63, y los barracones y las construcciones industriales, hoy por hoy, son de las ovejas que se resguardan en ellas en invierno. Valborraz es tierra de nadie, o de todos. Quizás por eso abusan tanto algunos. Para explicarlo, García Tato se retrotrae a 1486, cuando aquellos montes pasaron del conde de Lemos al marqués de Villafranca. En 1509, éstos arrendaron el derecho a explotarlos a los pueblos de Casaio y Lardeira, y todo siguió en paz hasta finales del XIX, cuando un ingeniero belga descubrió que había wolframio.
Tras el paso de los alemanes, compró todos los derechos, los del pueblo y los del marquesado, el empresario Ulpiano Rodríguez Galloso, pero fue "presionado físicamente" por los vecinos y terminó vendiendo las tierras al segoviano Félix Segovia Amaya. Esto ya ocurrió en 1973, cuando la extracción de pizarra había relevado a la de wolframio. Los pizarreros tenían que pagarle derechos a este señor, y un día le tendieron una emboscada. "Lo esperaron en el camino, cogieron una caterpillar y lo despeñaron". A los dos días apareció vivo. Algún vecino lo salvó, pero desde entonces ya no se volvió a hablar de títulos de propiedad en aquel monte.
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