Un seminario repasa la represión sufrida por las sociedades agrarias a partir de 1936
DIANA MANDIÁ - Santiago - 10/09/2011
Mitin agrarista |
Preguntar en Arzúa por el asociacionismo de los labradores durante la Guerra Civil y el franquismo es enfrentarse a un complejo proceso de desmemoria. Ni siquiera ayuda mucho que este municipio esté enclavado en una de las comarcas gallegas de más arraigada tradición agrícola. "No hay un 10% de la población de Arzúa que sepa que aquí hubo hasta tres sindicatos", reconoce la profesora Ana Cabana, encargada de la conferencia inaugural de un seminario que ayer se clausuró en el municipio coruñés, Cincuenta anos de Sindicalismo Agrario en España, organizado por el grupo de Historia Agraria e Política do Mundo Rural de la Universidade de Santiago.
Terminada la contienda, quedaba destruir todo germen de societarismo campesino y para ello sirvieron tanto las detenciones o las ejecuciones como la difusión de tópicos paternalistas, que ahondaron en la idea de un campo individualista y sumiso ante el poder. "¿Cómo iban a escuchar los labriegos de Galicia, que tenían lo suyo -sus vacas y sus tierras- a los mercaderes del comunismo, cuyo único lema se cifraba en lanzar denuestos contra la propiedad privada?", propugnaba el falangista Luis Moure Mariño en Galicia en la guerra (1939), una publicación dedicada a justificar la naturalidad con la que las sociedades agrarias abrazaron el levantamiento fascista.
En realidad, la desaparición de los sindicatos agrarios durante y después de la Guerra Civil fue de todo menos natural, consecuencia de una violenta represión, física y psicológica, que borró de un plumazo la experiencia agrarista y obligó a los sindicatos organizados en los últimos años del franquismo a empezar prácticamente de cero, sin apenas referentes ante el desafío de una población rural recelosa de significarse políticamente. "Se quemaron los documentos de las sociedades y aquellos que habían participado en el movimiento escondieron su pasado. Las asociaciones que sobrevivieron se convirtieron en meros lugares de administración o de seguros para el ganado, el perfil más bajo del sindicalismo", expone Cabana.
El heterogéneo mapa del sindicalismo agrario de preguerra no agradaba al nuevo régimen "por lo que significaba de lugar de socialización y de iniciación política". La desaparición física de sus líderes más carismáticos fue una acción de gran didactismo: al veterinario Benigno Álvarez, fundador de una red de sociedades agrarias en el campo ourensano, lo arrastraron ya muerto por los caminos de Ourense; Enrique Jaso, de Tui, fue paseado; Antón Alonso Ríos, el único diputado agrarista de la historia de Galicia, murió en el exilio; Dionisio Quintillán, de Poio, acabó encarcelado y expedientado por "responsabilidades políticas", y Bernardo Miño Abelenda, creador de la Asociación de Obreiros Agricultores en Betanzos, fusilado.
De las 881 personas represaliadas durante la guerra en Ourense por sus vínculos con asociaciones, 71 eran líderes agrarios. "Era una medida de gran calado. El líder era el que gozaba de más predicamento, en muchos casos el único que sabía leer", reflexiona Cabana. El siguiente paso fue la incautación de los bienes de los sindicatos; aunque la mayoría eran modestos y ni siquiera tenían locales propios, en algunos casos contaban con un patrimonio más que envidiable e incluso financiaron escuelas, mutuas ganaderas y nuevas técnicas agrarias. La Sociedad Agraria de Lavadores, que en sus años de municipio independiente tuvo un regidor agrarista, fue una de las agrupaciones más potentes. El nuevo régimen se hizo, por ejemplo, con la Casa del Pueblo de Betanzos o los inmuebles de cinco sociedades de Redondela, además de ganado, dinero en metálico o maquinaria agrícola.
Erradicadas las sociedades incómodas y después de una década de vacío, el franquismo intentó encuadrar el agro en las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos, más una maniobra política que una acción útil para el progreso de las zonas rurales. "El sindicalismo vertical era corrupto y nunca atendió a las necesidades del campo", señala la historiadora. Según Cabana, los esfuerzos del régimen por vincular sindicatos y violencia acabaron provocando el desafecto del agricultor y, sobre todo, una negación tal del pasado que ni siquiera mediante entrevistas orales son capaces los historiadores de precisar la verdadera magnitud de la represión. "Preguntamos y nos dicen que antes de las Hermandades no hubo sindicatos agrarios, cuando nosotros sabemos que sí hubo. La memoria social y personal lo borra", explica Cabana.
Por esta razón, cuando grupos como el Sindicato Agrario Galego, Comisións Labregas y Comisións Campesiñas empezaron a organizarse en la clandestinidad en la etapa final de la dictadura, lo hicieron sin ser del todo conscientes de la experiencia de principios de siglo. El agrarismo se había perdido en 1936.
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