martes, 6 de setembro de 2011

Recordar y olvidar


ENRIQUE GIL CALVO 20/08/2011
Historia. La memoria histórica se ha convertido hoy en un objeto de culto por múltiples razones, entre las que destacan la necesidad de superar el Holocausto a escala global y la necesidad de superar la Guerra Civil a escala española. Todo lo cual ha abierto un complejo debate público que es a la vez científico (controversia entre historiadores), político (polémica sobre los derechos de las víctimas) y hasta jurídico (como en el caso Garzón), pero desde luego siempre mediático, dada la profusa celebración de todo evento conmemorativo. Pero es que, además, entre memoria histórica y discurso mediático hay una evidente afinidad electiva, dada la común metodología que ambos géneros emplean para rememorar lo ocurrido.
En efecto, para narrar el pasado hay que recurrir a un procedimiento análogo al montaje cinematográfico. Ante todo, proceder al découpage o fragmentación selectiva de los hechos narrados: ¿qué debe ser recordado (para imprimirlo en la memoria) y qué olvidado (para dejarlo en elipsis)? En segundo lugar, hay que proceder a la edición de los hechos rememorados, empezando por su puntuación secuencial: ¿cuál fue su origen (planteamiento), cuál su sintaxis consecutiva (nudo argumental), cuál su clímax crítico (conflicto dramático), cuál su desenlace? Y hay que elegir un encuadre interpretativo, identificando los vértices del triángulo agonístico (plano-contraplano según el eje de cámara) que oponen a "nosotros" contra "ellos" según la perspectiva del narrador que dirige la mirada del espectador. Un encuadre (framing) que siempre es moral, dado que reinterpreta el conflicto que opone a los antagonistas en términos de justo/injusto, legitimidad/ilegitimidad. Por eso la memoria histórica siempre resulta sectaria, retraduciendo la historia real a una película de buenos y malos.
Pero no es el caso del libro que nos ocupa. Precisamente, para evitar ese posible sesgo tendencioso, su autor contrapone las diversas memorias plurales que se enfrentan entre sí, sin tomar más partido entre ellas que el derivado de la veracidad. Pues en efecto, hay que distinguir entre la memoria veraz de los hechos reales y la memoria falaz de los mitos (falsos hechos históricos), que muchas veces se confunden y revuelven en el relato mediático que tiende a dar gato por liebre. Y tras descartar las falsificaciones, García Cárcel pasa a contrastar las opuestas memorias históricas con que los españoles han venido reinterpretando su pasado, desde sus orígenes fundacionales (en que algunos comenzaron a reconocerse como nosotros los españoles, nosotros los catalanes, etcétera) hasta sus desenlaces provisionales en el presente actual (cuando las memorias están divididas en función del nosotros y ellos ocupados en torno al clímax de la guerra civil). En este último punto es donde quizá se pueda echar de menos alguna mayor atención sobre la memoria histórica de las víctimas del franquismo, ayer elípticamente ignorada por la generación de sus hijos y hoy públicamente reivindicada por la generación de sus nietos, sin encontrar más reparación que la insuficiente Ley aprobada por las Cortes y el indignante procesamiento del juez Garzón.
Entre ambos extremos (planteamiento y desenlace), la crónica de las sucesivas memorias históricas que aquí se ofrece resulta necesariamente sintética, dada la opción pluralista escogida desde un principio que obliga a García Cárcel a seleccionar sólo algunas de las múltiples líneas de conflicto (cleavages) que han dividido las memorias históricas de los españoles. Ante todo, el conflicto entre centro y periferia, es decir, la polémica de la España plural, aquí representada sobre todo por los conflictos vasco y catalán. Después, el conflicto entre derecha e izquierda, o sea la polémica de las dos Españas, que se amplían a tres si consideramos las memorias neutral e imparcial (en la que se sitúa el autor). Y por fin el conflicto más sugestivo de todos entre "adanistas" (voluntaristas que pretenden rehacer la historia a discreción partiendo de cero) e "historicistas" (fatalistas del determinismo teleológico, ya sean conservadores con "memoria auto-satisfecha" que sacralizan el pasado o progresistas con "memoria doliente" que maldicen el fracaso congénito). Y es en esta última polémica entre los dos encuadres antitéticos de quienes propugnan una "historia corta", haciendo de la memoria una mera invención interesada, frente a quienes proyectan una "historia larga", convirtiendo la memoria en una predisposición hereditaria (path dependency), donde destaca a mi juicio lo más brillante de este libro notable.

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