Un afgano de 41 años relata las atrocidades que sufrió durante los cinco años que estuvo preso en Guantánamo
ANTONIO PAMPLIEGA Sirobi 08/09/2011
Si el suicidio no estuviese prohibido por el islam, no solamente yo, sino cada uno de los prisioneros de la cárcel, habríamos cometido suicidio", se sincera Ezatullah Nasrtayar con Público. Esa cárcel a la que se refiere y que lleva grabada a fuego en su memoria no es otra que Guantánamo.
El símbolo de la lucha contra el terror que el expresidente estadounidense, George W. Bush, legó al mundo fue, y aún hoy sigue siendo, un lugar de infausto recuerdo para miles de hombres que fueron trasladados hasta la prisión cubana acusados de colaborar con Al Qaeda o de cometer actos terroristas. Algunos pudieron recuperar su vida; otros, como Nasrtayar, no.
"Desde que salí de allí no he podido recuperar mi vida. No he podido volver a trabajar porque todavía estoy traumatizado", afirma. "Después de estar durante cinco años en Guantánamo, cuando me pusieron en libertad nadie me pidió perdón. Y claro, si no me pidieron perdón, ¿cómo me van a dar algún tipo de compensación económica?", pregunta irónico Nasrtayar.
La vida de este afgano, de 41 años, cambió en marzo de 2003 cuando un pelotón de soldados estadounidenses irrumpió en su casa y lo detuvo. "Todavía no sé por qué fui arrestado ni bajo qué cargos. No sé en qué tipo de pruebas se basaron para la acusación a la que tuve que enfrentarme. No tuve opción de que mi proceso fuera revisado por ninguna organización de derechos humanos. Sigo sin saber en base a qué me arrestaron, sólo me dijeron que estaba detenido por pertenecer a Hizb-e-Islami y por tener contactos con los talibanes", se lamenta.
Nasrtayar, al igual que miles de afganos, pertenecía al partido islámico Hizb-e-Islami, uno de los más importantes de Afganistán. Durante la invasión soviética, Hizb-e-Islami fue apoyado económicamente por Estados Unidos, que proveyó a los muyahidines con dinero, armas y suministros para luchar contra la Unión Soviética.
Ezatullah Nasrtayar, famoso y respetado en la localidad por ser uno de los comandantes más activos durante la guerracontra los soviéticos, recibió una oferta de Hamid Karzai cuando este accedió al poder.
"Era el representante local del proceso de Desarme, Desmovilización y Reintegración. Trabajaba para el Gobierno recogiendo armas a los talibanes que nos las entregaban y decidían rendirse. Yo guardaba las armas en mi casa junto con el dinero que tenía para pagar a las 50 personas que trabajan para mí", relata.
Cuando los norteamericanos registraron la casa de este antiguo muyahidín encontraron un arsenal y mucho dinero. "Esas dos pruebas no son suficientes ni justificables para las acusaciones ni los cargos que me imputaron", se queja antes de añadir: "No puedo acusar a mi Gobierno de haberme vendido porque es una marioneta en manos de Estados Unidos".
"Muchos afganos han muerto en bombardeos de la OTAN y el Gobierno afgano no ha podido hacer nada contra ellos. Sí, mi Gobierno me vendió; pero no tuvo elección", concluye resignado.
El infierno de Guantánamo
Tras estar preso durante 18 días en la cárcel de Bagram al norte de la capital, Kabul "donde nos maltrataban psicológicamente poniendo música muy alta para que no pudiésemos dormir" fue trasladado en un avión, junto con otros 30 afganos a la prisión de Guantánamo, en Cuba.
"Nos bajaron del avión con la cabeza tapada y las manos esposadas. Nos desnudaron, nos pusieron el mono naranja y nos llevaron a una celda de aislamiento donde estuvimos encerrados durante un mes. Pensé que eran mis últimos días de vida", confiesa recordando sus primeras horas en el funesto centro de detención.
Durante el primer mes en la cárcel, Nasrtayar, estuvo en un bloque de aislamiento con numerosas celdas, en las que había "un preso en cada celda". Tras esos 30 primeros días en Guantánamo, los soldados estadounidenses lo trasladaron a otro de los muchos campos en los que estaba dividido el complejo y donde los presos eran desplazados en función de su actitud.
"Estuve un tiempo en los campos 1 y 2, donde la vida era normal. El campo 3 fue una experiencia horrible. En el 5, las condiciones no eran muy malas y en el 4 la vida era difícil", relata con precisión Nasrtayar, que pasó cinco años en Guantánamo.
Tres años después de recuperar la libertad, este afgano de 41 años aún tiene pesadillas de sus vivencias en el campo 3 de la cárcel. "No nos daban suficiente comida, ni pasta de dientes, ni cepillo; no teníamos suficiente ropa, dormíamos en el suelo y los soldados nos maltrataban psicológicamente de manera constante. Había un área, dentro del campo 3, que nosotros llamábamos Rumi y donde te quitaban la ropa y te dejaban desnudo sin dejar que te vistieras. Guantánamo es el infierno en la tierra", denuncia.
"Nos interrogaban constantemente aunque a mí nunca me llegaron a pegar. Pero sí vi con mis propios ojos cómo los guardias pegaban a otros prisioneros. Les empujaban y les pegaban cuando los llevaban a la sala de interrogatorio. Si se resistían, les pegaban en medio del pasillo. Y les tiraban spray en los ojos y en el cuerpo para inmovilizarlos", recuerda un abatido Nasrtayar.
"En Guantánamo, los afganos vivimos experiencias terribles. Nos torturaron y algunos murieron, pero insisto: no puedo acusar a mi Gobierno, porque no estaba en posición de hacer nada por nosotros", puntualiza.
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