Se publica en español ‘Recordando los sesenta’, biografía de un escritor que vivió el espíritu ‘beat’ y en la que ofrece un recorrido por una década marcada por Vietnam, el LSD y la contracultura
GONZALO DOMÍNGUEZ Madrid 12/09/
“El sol se ocultaba tras la cima del iceberg más cercano, los vientos se alzaron y a las seis estaban ya en lo más alto de la escala Beaufort. El viento nos daba por estribor y el barco tenía una inclinación crónica hacia la izquierda. Cuando bajé a dormir, subí a mi litera y me eché a leer un rato. […] En uno de esos momentos me di cuenta de que era más feliz de lo que había sido nunca”.
Robert Stone (Nueva York, 1937), sintetiza en ese sentimiento de libertad y descubrimiento el espíritu beat y hippie del que tomó parte durante la década de los sesenta. Esa imagen de libertad sobre el océano Antártico es también el comienzo de sus memorias, Recordando los sesenta, que serán publicadas en castellano por la editorial Libros del Silencio el próximo mes de octubre. Recordando los sesenta es también un recorrido por una generación de escritores que marcó la literatura y por un país que vivía unos tiempos convulsos y de cambio político y cultural de los que Stone fue testigo privilegiado.
Encandilado por la esencia de la generación beat, Stone siguió los pasos de Jack Kerouac y se embarcó en la marina mercante americana en 1955. Durante el tiempo que permaneció al servicio de las fuerzas armadas estadounidenses, recorrió gran parte del mundo, hasta su regreso a Nueva York en 1960.
El país al que regresó era una nación en ebullición, marcada por la Guerra Fría, el nacimiento del rock and roll, el movimiento hippie y el racismo. Precisamente los odios raciales y el movimiento por los derechos civiles es una constante que se convierte casi en hilo conductor de Recordando los sesenta.
El propio Stone tomó parte, menos de la que la perspectiva del tiempo le dicta, en el movimiento y llegó a ser arrestado tras la publicación de su primer libro. El racismo salpica las páginas igual que salpicaba la América que queda plasmada en sus memorias, situando a la población negra como ciudadanos de segunda abocados, en muchos casos, al vagabundeo.
Del periodismo a la poesía
Nueva York era, en los comienzos de la década, la ciudad de los beat. La cafetería de la galería Seven Arts era el centro neurálgico de la primera hornada de escritores de esa generación, la de los años cincuenta que Keraouc, siempre presente, había liderado. En el Seven Arts se daban cita a diario Allen Ginsberg, Gregory Corso, Ray Bremser, Ted Joans y el propio Kerouac. Allí leían su poesía y generaban un ambiente creativo difícilmente igualable.
Contagiado de esa atmósfera, Stone, entonces dedicado al periodismo, comenzó a leer su propia poesía dejándose cautivar de nuevo por un Kerouac, cuya obra era “como un augurio de la vida y del mundo que nos esperaban por delante”.
El mundo que tenía ante sí Estados Unidos lo comenzó a contemplar Stone desde la ciudad de Nueva Orleans, comienzo de un viaje vital y geográfico al modo del que quedó plasmado en el icónico En el camino. Nueva Orleans era un fondeadero de inmigrantes y puerto de mar en el que la influencia católica y latina era muy alta. Una ciudad introspectivamente sureña, pero mucho más urbana que la mayoría de las ciudades estadounidenses, según Stone.
En la ciudad del Misisipi retrata también el neoyorkino las condiciones a las que los trabajadores norteamericanos estaban sometidos. Cadenas de montaje al más puro estilo de Tiempos modernos de Chaplin, donde las pausas estaban controladas, las condiciones laborales eran insoportables y donde despedir fulminantemente a un trabajador sólo significaba una reducción temporal de la velocidad de la cinta de la cadena de trabajo. La justicia social era entonces un sueño “que tan sólo tenía ciertas connotaciones, más allá de la muerte, la hambruna, la peste y la guerra”.
Un viaje de leyenda
Ya adentrado en la década de los sesenta, Stone, entonces casado y con una hija, se mudó a San Francisco. En aquel tiempo conocida como “Bagdad de la bahía”, la ciudad californiana se había convertido en icono, centro y difusor del movimiento hippie, “una extraña vibración que recorre la nación y pone a la gente en marcha”, dijo Scott Mckenzie en su mítica canción.
Íntimamente ligados a la llegada del universo hippie, el LSD y el peyote hicieron su aparición en Estados Unidos y también en el mundo personal de Robert Stone. El efecto de los sueños de ácido se sumaba a la atracción de la época por el mundo de los nativos americanos y sus culturas chamánicas. Stone describe sus experiencias con estas drogas alucinógenas subrayando que despertaban “las células reptilianas de nuestro cerebro, esas que todos compartíamos con el Gran Lagarto del Amanecer de los Tiempos. El Lagarto se hacía presente [...] inconfundiblemente precolombino, un furioso Chac Mool despreciando los requerimientos de la esclerótica”.
En San Francisco, Stone entró en contacto con Ken Kesey, el último gran escritor de la generación beat. Kesey vivía entonces en la pequeña localidad de La Honda y su primera novela le había dotado de una gran popularidad entre la comunidad literaria de California. “Ciertos estados alterados debieron influir en la elaboración de Alguien voló sobre el nido del cuco –opera prima de Kesey–”, afirma Stone.
La vivienda de Kesey se conviritió en un nuevo Seven Arts que contaba con la presencia de viejos beatniks como Neal Cassady, inspiración de Dean Moriarty en En el camino. Los poetas de la zona se reunían allí y leían poesía emulando el legendario bar neoyorkino.
En 1963, “había ya un buen número de trotamundos inquietos holgazaneando alrededor de La Honda; [...] simplemente esperando, en realidad, a que Kesey les dijese qué hacer a continuación”. Animados y con Kesey como líder, un nutrido grupo se subió a un autobús que es en sí mismo una de las imágenes más reconocibles del mundo hippie y una leyenda estadounidense, el Further.
Ese autobús representa a la perfección la mutación del espíritu beat en la década de los Rolling Stones. “Si estabas dispuesto a admitir la idea de Jack Kerouac de que
George Shearing era dios, entonces el autobús iba a por ti. [...] Como dice el dicho, si puedes recordarlo, es que no estuviste allí”. Estas dos afirmaciones entrelazan el espíritu beat y hippie del que quedó influida la sociedad literaria americana desde entonces. En Nueva York, destino final del vehículo, organizaron una fiesta a la que acudió Kerouac, inspirador primero del viaje. Según comenta el propio Stone, “llevado por la rabia ante nuestra salud y nuestra juventud y nuestra despreocupación –pero, sobre todo, por los celos hacia Kesey, que había secuestrado a su adorado compinche, Cassady–, nos menospreció a todos”.
Una panorámica del mundo
Las memorias de Robert Stone también son un viaje más allá de la fronteras estadounidenses, un trayecto vital en el que se plasman las realidades de los países que recorrió. México, Inglaterra, Francia, Vietnam o España quedan reflejados en las peripecias viajeras de Robert Stone.
Todavía miembro de la marina estadounidense, el escritor neoyorkino quedó fuertemente impresionado por la realidad sociopolítica del Apartheid surafricano. Su experiencia en Durban describe el horror de una práctica que sólo terminó en 1994. Allí, Stone presenció como, con total impunidad, los policías surafricanos robaban, disparaban y escaldaban con ácido a sus compañeros negros y filipinos.
En España, tuvo la oportunidad de presenciar una corrida de toros. Fascinado por la figura de Hemingway, siguió todas las emociones que el escritor de Oak Park recomendó. Eso sí, algunos de los marineros que acompañaban a Stone prefirieron salirse del guión establecido y jalear al toro.
México supuso otro hito en la historia personal de Robert Stone. Allí acudió junto al matrimonio Kesey, que había tenido problemas con la ley en EEUU. Stone quedó fascinado por un país en el que “la pobreza, la formalidad, el fatalismo y la violencia parecían poblar” toda la nación.
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