El escritor recorre la memoria de España en 'Las cuatro esquinas'
JUAN CRUZ - Madrid - 19/05/2011
Este hombre se llama Manuel y duerme hasta las cuatro de la madrugada. Desde esa hora se llama Manuel Longares, es escritor y se sienta ante un ordenador y en el silencio más absoluto escribe historias que tendrían otro destino si él fuera extranjero o altivo. Pero es un tipo tímido que renunció al periodismo y se ha dedicado, en el silencio de las madrugadas a escribir los episodios nacionales de su generación, la que nació cuando empezó la posguerra. Él es de Madrid, de 1943, y su último libro, Las cuatro esquinas (Galaxia/Círculo), relata lo que queda del franquismo ("el franquismo está ahí, lo tocas") en cuatro estampas.
De madrugada escribe, y luego sale a caminar. Longares es un hombre de largos paseos que le permiten mirar. Este libro, que transcurre en la inmediata posguerra, en pleno franquismo, en la transición y en el momento actual, a través de cuatro miradas, a veces autobiográficas, podía ser firmado, sucesivamente, por Ettore Scola, Marco Ferreri y Rafael Azcona, Berlanga y Carlos Saura, tan definida es la mirada plástica de los relatos. "¡Exagerado!", dice el escritor. "A lo mejor lo que pasa", explica Longares, "es que cada narración tiene un lenguaje privativo del mundo que retrata". Hay porterías franquistas, torturadores de la transición (y del franquismo), músicos ancianos que se resisten a abandonar su universo de prebendas mediocres. "Yo creo que para contar las cosas hay que tener una voz y un mundo. Si tienes un mundo y no sabes expresarlo, mal. Y si te sabes expresar pero no tienes un mundo detrás eres un sacamuelas".
Una de las estampas, la más escalofriante, ocurre en la transición, cuando la policía de Franco no sabía a qué lado irse, y seguía torturando. Un trasunto de Enrique Ruano, el estudiante que fue asesinado por los sicarios franquistas, es el personaje que anima desde atrás este tránsito que no acaba. ¿Qué tienen en común esas cuatro épocas, Longares? "El franquismo. Es la columna vertebral de todo. El recuerdo del franquismo sigue siendo indeleble, está ahí, lo tocas. Sigue condicionando actitudes y respuestas. Como sólo terminó por la muerte física, tiene vigencia, sobrevive aunque la estructura sea distinta, aunque la gente no quiera saber nada de eso".
¿Tanto? "Creo que está palpable, aunque sea una atmósfera. Hay algunas cosas que pasan que te hacen decir '¡franquismo!', es franquismo, no se acabó. Ha sido la clave educacional de nuestra generación hasta que se hizo mayor y anciana".
La literatura, dice Longares, "es imaginación y memoria"; así que con esos ingredientes, y con el conocimiento de lo que ha pasado en estos setenta años de franquismo, se ha sentado de madrugada a desafiarse a contar historias siguiendo un ritmo que dicta Pío Baroja: "El fondo insobornable". ¿Qué eso? "Cuando te pones a escribir te sale ese fondo que va dictándote lo que debes hacer. Tienes unas vivencias, y te salen cuando escribes, de manera natural, eso es el fondo insobornable".
Ese es el fondo, la música que domina Las cuatro esquinas, donde, por cierto, hay muchísima música, "sin música yo no podría vivir". Pero el antecedente es Romanticismo, la novela con la que Longares clausura (en 2001) su etapa experimental para contar qué pasó en los barrios más franquistas cuando Franco estaba a punto de morir. Allí se moría Franco, aquí sigue vivo, en cierto modo. "Hay un trasfondo que engancha con aquel momento, claro. Ocurre porque son setenta años de la vida española marcados por aquel ser. Hay una historia política detrás, pero también está lo que es la vida: la infancia, la adolescencia, la madurez, la vejez". Sorprende que, habiendo ese trasfondo tan ideológico, todas las historias de Las cuatro esquinas sean acerca de gente normal, de gente de pie. "Es que siempre voy a pie... No soy realista, pero sí creo que hay que tener ciertos detalles de realismo para la hacer la atmósfera todavía más surrealista. Por eso es muy importante saber cuántos escalones había que bajar para que a una chica perseguida por un viejo verde pierda el botón de una blusa. ¡Tiene que salir echando hostias!". La escena ocurre en la plaza Ernesto y Rodolfo Halffter, ante el Auditorio Nacional, y está incrustada en el último episodio de Las cuatro esquinas, que a Longares le inspiró la muerte y el entierro de Pablo Sorozábal. ¿Qué pasó con Sorozábal? "Ah, ¿no lo sabes? Lo vi en el telediario. Ha muerto el maestro Sorozábal. Y cuando le están enterrando una señora coloca un transistor al pie de la tumba. Sorozábal había sido director de la Banda Municipal de Madrid durante la República y eso nunca se lo perdonó el Régimen. Cuando murió ya era la democracia, pero no fueron los maceros, ni la Banda de Música, que yo sepa... Pudo ser desidia, pero esas cosas son como si Franco siguiera ordenando. Pero ahí estaba aquel corazón de mujer que llegó con aquel transistor para que este hombre, que ya no podía enterarse, bajara a la tumba con su música".
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