El Reina Sofía presenta una retrospectiva que recorre seis décadas de la obra de la artista japonesa
ÁNGELES GARCÍA - Madrid - 09/05/2011
Claes Oldenburg, George Segal, James Rosenquist y, sobre todo, Andy Warhol compartieron el escenario artístico del Nueva York de los sesenta con Yayoi Kusama (Nagano, 1929). La artista japonesa acaparaba la atención del mundo del arte por sus las Accumulation Sculptures, una forma de representación masiva e infinita de penes, lunares y espejos. Pero como muchos de los personajes de la literatura japonesa, el peso de la realidad le hizo reconducir el disfrute de la fama y el éxito y en 1973 decidió volver a su país natal para instalarse como paciente externa en un manicomio y seguir trabajando en un pequeño taller. El antiguo hospital sobre el que se asienta el Reina Sofía parece el mejor lugar posible para la antológica que hasta el 12 de septiembre se expone en la primera planta del museo con obra realizada a lo largo de seis décadas. Coproducida con la Tate Modern de Londres, la misma muestra se podrá ver en el Centre Pompidou, el Whitney Museum y la propia Tate Modern.
Frances Morris, directora de colecciones de la Tate Modern, ha comisariado una exposición en la que se recrean las infinitas obsesiones de la artista. Dibujos, pinturas, collages, esculturas, instalaciones, películas y performances han sido recreadas en un ambiente que invita a adentrarse en las pesadillas y fantasmas de Kusama.
Manuel Borja-Villel, director del museo, asegura que las experiencias alucinatorias de Kusama han pesado demasiado sobre la fama de la artista. Cree que ella se enfrentó a un número, tal vez demasiado alto, de barreras. De entrada, mujer y extranjera (corría en quimono por las calles neoyorquinas), manifestó su rechazo por el entonces omnipresente expresionismo abstracto norteamericano, "un movimiento patriarcal, expansivo y autoritario ante el que ella creó sus delicadas redes infinitas".
Kusama dio la espalda a muchas más cosas. Por ejemplo, al consumo, que tanto adoraba Andy Warhol. Sus repeticiones tienen que ver con su protesta contra el endiosamiento de la obra exclusiva y única. "Fue", remata el director del museo, "una precursora del arte feminista. Sus performances, protagonizadas por mujeres, eran una negación del yo y un ensalzamiento de la mujer como colectivo".
El bosque creativo de Yoyoi Kusama está poblado de autorretratos, corazones, flores negras, selvas oscuras, sillones cuajados de penes, chaquetas de plata cargas de flores y varias instalaciones que son el resultado de su búsqueda infinita del espacio en sus Infinity Mirror Rooms, unos fascinantes espacios en los que los sueños y las pesadillas se multiplican hasta acabar con la presencia del espectador.
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