En 'Calle de
los maleficios', Yonnet narra la "otra historia" de la ocupación de
París
SILVIA
CAMPILLO Madrid 16/10/2010
Cuando Hitler entra
en París en junio de 1940, ocho meses después de que lo anunciase, acepta a Philippe
Pétain como nuevo jefe de Estado en el gobierno de Vichy, que no tardó en
emitir 26 leyes y 24 decretos contra los judíos en nombre de un nacionalismo
excluyente.
La política de Vichy era
algo más que la expansión de la ideología alemana basada en la raza aria: para
el gobierno de Pétain, la limpieza incluía a los comunistas, a los que
respaldaban la lucha del general De Gaulle y a los resistentes al
régimen alemán. Cualquiera era susceptible de convertirse en sospechoso si
algún vecino lo denunciaba debido a alguna antipatía.
Entre ellos estaba el
periodista Jacques Yonnet, detenido por los alemanes en 1940. Pronto
escapó y regresó a París para incorporarse a la actividad clandestina de la
Résistance. De su experiencia con sus miembros, los no franceses para
Vichy, nació Calle de los maleficios (Sajalín Editores), que ahora se
publica por primera vez en España.
La otra crónica
La Rive Gauche de
París fue refugio de gente de dudosa reputación durante los años de la
Ocupación. Yonnet se convirtió en su cronista. Cronista del cura Trigou,
excomulgado después de pasearse desnudo por un tren abarrotado de adolescentes,
o del Gitano, que le hizo conocer los ritos de su "tribu":
"Teníamos una copa llena de vino. Con una cuchilla de afeitar, realizamos
una ligera incisión en nuestra muñeca izquierda. Cayeron algunas gotas de
sangre en el vino tinto, que nos bebimos de cuatro tragos, dos cada uno. A
partir de entonces, el Gitano se llamaría Gabriel", relató Yonnet.
Las vivencias y los sueños
de aquellos que no contaban para el futuro glorioso de la Francia amiga
de Hitler, quedaron reflejados en el diario de Yonnet, publicado por primera
vez en 1954. En él se aprecia la agonía de un cronista al ver cómo París perdía
la "alegría de vivir" de la Belle Époque. "París permanece
alerta. La ciudad, inviolada en su interior, está tensa, hosca y despectiva. Ha
reforzado sus fronteras interiores, igual que se cierran los compartimentos
estancos de un navío ante una amenaza. Ya no se ve la relación confiada y
amistosa que existía hasta hace sólo unos meses entre los barrios",
escribía.
Un paseo por Londres
"Hay que pasearse por
el majestuoso Londres en tiempos de guerra, una ciudad que vive con los dientes
apretados y con los puños cerrados, para darse cuenta de que París es un poco
puta", comentó Yonnet en marzo de 1944, cuando realizó un viaje a la
capital británica para ser testigo de los bombardeos. Su vida estuvo marcada
por una vocación periodística irrefrenable, que le llevó a involucrarse al
máximo en su labor de observador. Pero a él le interesaba la otra historia.
La historia minúscula de un país que se había vendido.
Cuando los alemanes (a los
que llamaba "personas-que-no-saben-nada") abandonan París en agosto
de 1944, Yonnet se mostró escueto: "¡Uf! Los alemanes se han ido sin
demasiados daños. Es un milagro. Y aquí me tienen, periodista y oficial a la
vez, destinado a la Seguridad Militar. Todas las noches, en el periódico,
escribo grandes odas laudatorias; en concreto, me han encargado relatar en
folletines épicos los episodios de la liberación de París. Si escribiera lo que
pienso en realidad, me lincharían". Después pasa a retratar las penurias
que los nazis habían dejado en la ciudad. Durante la ocupación francesa, más de
10.500 personas fueron ejecutadas y 65.000 encarceladas.
Cambian los roles
En 1945, después de que
Hitler se suicidara, Pétain fue condenado a cadena perpetua debido a su
avanzada edad. Las tornas habían cambiado y ahora los marginados, los
líderes de la resistencia clandestina, se convertían en héroes que abrieron el
camino a los que más tarde se colgaron la medalla. Como Hemingway, que
esperó a 1964 para decir: "París es una fiesta que nos sigue". A esas
alturas ya estaba todo hecho.
Los burdeles habían dejado
de ser escondite de furtivos, los bistrots se pintaban con un toque
burgués y los cafés se convertían en escaparate de intelectuales estetas. La
ciudad volvía a ser capital de la alegría y los viejos combatientes se perdían
en la memoria hedonista de sus descendientes.
Jacques
Yonnet también fue víctima del olvido popular, ejerciendo su labor periodística
con discreción, como Robert Doisneau y Raymond Queneau. Este
último calificó precisamente, en 1966, Calle de los maleficios como
"el mejor libro jamás escrito sobre París".
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