xoves, 28 de outubro de 2010

Crónica clandestina de la resistencia francesa


En 'Calle de los maleficios', Yonnet narra la "otra historia" de la ocupación de París 
SILVIA CAMPILLO Madrid 16/10/2010
Cuando Hitler entra en París en junio de 1940, ocho meses después de que lo anunciase, acepta a Philippe Pétain como nuevo jefe de Estado en el gobierno de Vichy, que no tardó en emitir 26 leyes y 24 decretos contra los judíos en nombre de un nacionalismo excluyente.
La política de Vichy era algo más que la expansión de la ideología alemana basada en la raza aria: para el gobierno de Pétain, la limpieza incluía a los comunistas, a los que respaldaban la lucha del general De Gaulle y a los resistentes al régimen alemán. Cualquiera era susceptible de convertirse en sospechoso si algún vecino lo denunciaba debido a alguna antipatía.
Entre ellos estaba el periodista Jacques Yonnet, detenido por los alemanes en 1940. Pronto escapó y regresó a París para incorporarse a la actividad clandestina de la Résistance. De su experiencia con sus miembros, los no franceses para Vichy, nació Calle de los maleficios (Sajalín Editores), que ahora se publica por primera vez en España.
La otra crónica
La Rive Gauche de París fue refugio de gente de dudosa reputación durante los años de la Ocupación. Yonnet se convirtió en su cronista. Cronista del cura Trigou, excomulgado después de pasearse desnudo por un tren abarrotado de adolescentes, o del Gitano, que le hizo conocer los ritos de su "tribu": "Teníamos una copa llena de vino. Con una cuchilla de afeitar, realizamos una ligera incisión en nuestra muñeca izquierda. Cayeron algunas gotas de sangre en el vino tinto, que nos bebimos de cuatro tragos, dos cada uno. A partir de entonces, el Gitano se llamaría Gabriel", relató Yonnet.
Las vivencias y los sueños de aquellos que no contaban para el futuro glorioso de la Francia amiga de Hitler, quedaron reflejados en el diario de Yonnet, publicado por primera vez en 1954. En él se aprecia la agonía de un cronista al ver cómo París perdía la "alegría de vivir" de la Belle Époque. "París permanece alerta. La ciudad, inviolada en su interior, está tensa, hosca y despectiva. Ha reforzado sus fronteras interiores, igual que se cierran los compartimentos estancos de un navío ante una amenaza. Ya no se ve la relación confiada y amistosa que existía hasta hace sólo unos meses entre los barrios", escribía.
Un paseo por Londres
"Hay que pasearse por el majestuoso Londres en tiempos de guerra, una ciudad que vive con los dientes apretados y con los puños cerrados, para darse cuenta de que París es un poco puta", comentó Yonnet en marzo de 1944, cuando realizó un viaje a la capital británica para ser testigo de los bombardeos. Su vida estuvo marcada por una vocación periodística irrefrenable, que le llevó a involucrarse al máximo en su labor de observador. Pero a él le interesaba la otra historia. La historia minúscula de un país que se había vendido.
Cuando los alemanes (a los que llamaba "personas-que-no-saben-nada") abandonan París en agosto de 1944, Yonnet se mostró escueto: "¡Uf! Los alemanes se han ido sin demasiados daños. Es un milagro. Y aquí me tienen, periodista y oficial a la vez, destinado a la Seguridad Militar. Todas las noches, en el periódico, escribo grandes odas laudatorias; en concreto, me han encargado relatar en folletines épicos los episodios de la liberación de París. Si escribiera lo que pienso en realidad, me lincharían". Después pasa a retratar las penurias que los nazis habían dejado en la ciudad. Durante la ocupación francesa, más de 10.500 personas fueron ejecutadas y 65.000 encarceladas.
Cambian los roles
En 1945, después de que Hitler se suicidara, Pétain fue condenado a cadena perpetua debido a su avanzada edad. Las tornas habían cambiado y ahora los marginados, los líderes de la resistencia clandestina, se convertían en héroes que abrieron el camino a los que más tarde se colgaron la medalla. Como Hemingway, que esperó a 1964 para decir: "París es una fiesta que nos sigue". A esas alturas ya estaba todo hecho.
Los burdeles habían dejado de ser escondite de furtivos, los bistrots se pintaban con un toque burgués y los cafés se convertían en escaparate de intelectuales estetas. La ciudad volvía a ser capital de la alegría y los viejos combatientes se perdían en la memoria hedonista de sus descendientes.
Jacques Yonnet también fue víctima del olvido popular, ejerciendo su labor periodística con discreción, como Robert Doisneau y Raymond Queneau. Este último calificó precisamente, en 1966, Calle de los maleficios como "el mejor libro jamás escrito sobre París".

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