Una exposición en el Museo de Arte Moderno de París repasa todas las facetas del pintor holandés
ANA TERUEL - París - 30/03/2011
Fauvista, anarquista y mundano. Así define a Kees Van Dongen, el pintor holandés que retrató como pocos los locos años 20 parisienses, el Museo de Arte Moderno de la ciudad de París, en una impactante exposición que pretende abarcar todas sus facetas. Esta sigue el recorrido del artista y gran vividor desde las calles de su Rotterdam nativo, pasando por los cabarés de Pigalle hasta llegar a los salones burgueses de la capital francesa. La muestra participa así también en la recuperación de esta figura libre y algo marginada en la historia del arte contemporáneo, difícil de encasillar, pero cuyo uso descarado de los colores fuertes sitúa como uno de los grandes representantes del movimiento fauvista.
"Queríamos recordar que Van Dongen ha sido un artista mayor de principios del XX, que destaca por su libertad y por la rapidez y variedad de su evolución", explica Fabrice Hergott, director del Museo parisiense. Para ello concentra alrededor de un centenar de pinturas y dibujos, incluidas sus viñetas de prensa y sus grandes carteles de presentación de espectáculos. Más sorprendente, incluye también una parte de sus cerámicas, de las que realizó cerca de una cuarentena. Con ellas, al igual que gran parte de sus contemporáneos, trataba de convencer a los más reticentes de la validez del arte moderno.
Variada y extremadamente rica, la muestra destaca por su intensidad, consecuencia de su apuesta por limitarse a los mejores años del artista: desde 1895 hasta 1931. Recuerda sus primeros dibujos y pinturas antes de instalarse en la capital francesa en 1899. Se detiene por su paso por el Montmartre de Picasso, con quien compartió residencia y taller en el mítico Bateau Lavoir, así como modelo, Fernande Olivier. Y culmina con su mudanza al Montparnasse del periodo de entre guerra, donde se consagró como anfitrión de sonadas fiestas selectas y como retratista del adinerado mundo artístico y aristocrático; una suerte de Andy Warhol de los años 20.
En todo el recorrido, se explora sus experimentaciones con los diferentes estilos, como el neo-impresionismo de Paul Signac, antes de dejar paso a los retratos de poses y colores característicamente fauvistas. Expone también sus Luchadoras (1908), su respuesta a las Las señoritas de Aviñón de Picasso, donde demuestra su falta de interés por el cubismo. El todo deja patente su amor confeso por "la vida, el arte y las mujeres", a las que retrata vestidas o desnudas, siempre con enormes ojos pintados de negro. Abarcan desde las voluptuosas mujeres de las clases más populares hasta las afinadas y elegantes burguesas, cubiertas de joyas y accesorios.
La muestra se detiene bruscamente en 1931, antes de la caída en desgracia del artista. Deja así de lado sus últimos 37 años, en los que se le acabó la inspiración y se volvió reiterativo. "Hemos decidido centrarnos realmente en lo mejor de su obra", relata Hergott. También elimina el episodio que le dio el último empujón fuera del círculos artísticos de moda. Se trata de un viaje organizado por el escultor Arno Breker a la Alemania nazi de 1941, a cuya invitación cometió el error de responder favorablemente.
Aunque centrada en su periodo parisiense, la muestra también recuerda su vena orientalista. Entre 1910 y 1913, viajó a España, Marruecos y Egipto, donde acentuó su gusto por los colores y los detalles. Será de hecho el retrato de una mujer adornada por un precioso mantón de flores español el que será censurado en 1913 del salón de otoño y que contribuyó en afianzar su fama de provocador. Sobriamente titulado Le tableau, el lienzo fue retirado por la policía que consideró indecente la representación desnuda de la modelo, su esposa Guus.
Muchos le reprocharon al joven anarquista sin un duro que llegó a la capital francesa, atraído como "un faro" por la que era entonces capital mundial artística, el haber traicionado sus valores y haberse dejado llevar por el brillo del París más selecto. Acusado de "bohemio disfrazado de pijo", él nunca negó su gusto por la buena vida. Como escribió en 1927: "Vivir es el cuadro más bonito. El resto no es más que pintura".
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