'The Poster Workshop' fue el principal taller británico de donde salieron los carteles que alimentaron los movimientos reivindicativos entre 1968 y 1970
Si redes sociales como Facebook y Twitter han demostrado su importancia en las recientes revueltas del mundo árabe, en aquellas lejanas protestas de 1968 difundir consignas y mensajes no era tan rápido, ni tan sencillo, ni tan económico. En un verano convulso, donde la revolución esperaba a la vuelta de la esquina y existían mil motivos para alzarse en defensa de una causa, un grupo de idealistas se unió para crear The Poster Workshop (el taller de carteles) en un sótano de Camden Town, en Londres. Inspirados por la imprenta del Atelier Populaire de la escuela de Bellas Artes de París y gracias a un pequeño taller de serigrafía, infinidad de colectivos dieron forma gráfica a sus reivindicaciones de una manera rudimentaria pero relativamente rápida y económica.
"La mayoría de aquellos carteles se perdieron en una inundación a finales de los 70", afirma Sarah Wilson, una de sus componentes y la persona que, junto con Jo Robinson, está detrás de su página web. Hoy es una pintora de 66 años, cuando llegó al taller apenas contaba con 24. De todos aquellos originales apenas conservan una veintena que podrían acabar pronto en el Victoria and Albert Museum de Londres, con quien mantiene conversaciones para donar los fondos; "el resto son fotografías" tomadas de la colección de Peter Dukes, uno de los miembros fundadores a quien localizaron hace 10 años antes de perder su rastro de nuevo.
Desde verano de 1968 hasta fines de 1970, y bajo la premisa de "paga lo que puedas", acudieron en busca de carteles toda clase de grupos que se movilizaban por multitud de causas, desde los derechos civiles en Estados Unidos o Irlanda del Norte hasta la lucha contra el apartheid, las subidas en los precios del alquiler o distintos movimientos de liberación de todas partes del mundo, opositores a la guerra de Vietnam, compañías de teatro y de cine radicales, asociaciones estudiantiles...
"Éramos más altruistas y menos materialistas. Pensábamos que la igualdad era más importante; estábamos intentando hacer del mundo un lugar mejor". Wilson llegó al taller tras visitar Argelia, Cuba y París; unas experiencias que influyeron decisivamente en ella. "Creo que fue en Argelia donde empezó todo. El país había sido liberado poco antes y la gente me preguntaba mucho, ya que yo había crecido en Sri Lanka, otro país colonizado, y eso me hizo pensar", recuerda. "También estaba en París en abril del 68. Luego volví a Londres, porque quería hacer algo útil y político con mi arte". Tanto ella como el resto de miembros de The Poster Workshop tenían sus propios trabajos y su labor en el taller era completamente voluntaria. "Teníamos veintipico años y nos parecía que había trabajos de sobra, el alquiler era barato, no había problemas haciendo auto-stop... Podías obtener el dinero que necesitabas. Hoy, en cambio, la vida parece mucho más cara y con mucha más pobreza. El hueco entre los más ricos y los más pobres ha crecido".
Las protestas, recuerda Wilson, no fueron tan grandes ni tan relevantes como las de París, pero aún así hubo numerosas huelgas y movimientos de protesta contra el racismo, la opresión y la injusticia. Aquellos fueron años "con una energía increíble, creíamos que se iba a producir un gran cambio pronto". Las revueltas de los países árabes le recuerdan a las de entonces por el mismo efecto dominó. "Unos países inspiraban a los siguientes".
Aunque la mayoría de los carteles salieron del taller de Candem Town, en varias ocasiones les pidieron crear talleres en algunas universidades -como la London School of Economics- e incluso en Irlanda del Norte, adonde acudieron a petición de People's Democracy, una organización política de derechos civiles que defendía a la minoría católica. "Contaban tanto con protestantes como con católicos y también profesores de universidad", cuenta Wilson. En agosto de 1969, acudieron a una isla del oeste irlandés a petición de la Liga de la Tierra, quienes querían unos carteles para protestar por la venta de tierra de cultivo a las grandes corporaciones, que iban a construir unos campos de golf. Imprimieron los posters sobre una mesa al aire libre, y los secaron colgados de cuerdas tendidas entre los árboles. Era una organización muy reservada y celosa de su identidad, así que dos hombres remaron a la isla cuando estuvieron listos y se llevaron con ellos todo rastro de los carteles, incluidos borradores y plantillas.
La mayoría de las veces, la labor de los voluntarios de The Poster Workshop se limitaba a hacer los carteles, no a colgarlos, aunque había excepciones. "En Irlanda del Norte, por ejemplo", recuerda Wilson, "la situación era muy difícil. Recuerdo un joven que fue apresado poniendo carteles y fue enviado a la cárcel durante tres años; hubo muchas protestas". Y a veces, si el encargo provenía de un grupo de activistas negros, también se encargaban de la distribución. "Para ellos era más complicado porque había entre siete y ocho veces más probabilidades de que la policía los arrestara que siendo blancos", afirma.
Wilson no olvida las condiciones de trabajo en el taller, precarias y muchas veces peligrosas. Los disolventes eran tóxicos e inflamables, y no llevaban ninguna máscara: "A pesar de ello, mucha gente fumaba. Hoy esos líquidos serían ilegales". Después de aquellos años, Wilson colaboró también con movimientos feministas, y participó en la protesta que, con bombas de humo y harina saboteó el certamen de Miss Mundo de 1970, conducido por Bob Hope y televisado en directo por la BBC. Hoy, Robinson y Wilson centran sus esfuerzos en recuperar más originales.
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