Un 20% de los israelíes son árabes. Cuentan, en el papel, con los mismos
derechos y deberes que la población judía. La realidad es otra: viven como
ciudadanos de segunda
SERGIO LEÓN Madrid 30/03/2012
Como cada 30
de marzo, se conmemora el Día de la Tierra Palestina para protestar
contra la ocupación israelí, que, desde 1948, marca el inicio de un
enfrentamiento histórico. Para muchos judíos significó el año en el que por fin
encontraron su hogar. Para los palestinos, el día en el que el Imperio
Británico se retiró de su tierra supuso el inicio de su catástrofe, o nakba.
Israel ha dividido Palestina y se ha establecido en la región formando un
estado heterogéneo, donde los saltos de una clase a otra son abismales.
Por encima de todos están los judíos originarios de Europa Occidental. A otro
nivel está el resto de la población hebrea, no tan bien considerada como los
llamados ashkenazíes. Y por debajo de todos ellos se encuentran los
árabes de religión no judía, otras víctimas de un conflicto con más de 60 años
de historia.
Israel ha
quintuplicado su población desde el 48, un vertiginoso crecimiento que ha sido
posible gracias a una alta tasa de natalidad y al desembarco de tres millones
de judíos. Sin embargo, al Gobierno israelí se le presenta un gran desafío:
prepararse para convertirse en un país binacional. Y es que la población árabe
israelí, mayoritariamente musulmana, crece a un ritmo sumamente superior
a la de los judíos. Mientras éstos últimos tienen una media de 2,7 hijos, los palestinos
en Israel rozan los cuatro. La población árabe, que es ya de 1,5
millones de personas (en un Estado de algo más de 7 millones), pronto podrá
constituirse en el 30% de la población total, frente al 20% actual.
A los
cientos de miles de árabes que decidieron permanecer en sus casas cuando las
tropas británicas se marcharon de Palestina se les concedió la ciudadanía, pero
nunca la nacionalidad, ya que Israel se considera Estado Judío y ellos no lo
son. La discriminación en Israel no es una mera sensación, sino el producto
de una relación desigual, la cual puede apreciarse en el nivel de educación, el
tipo de ocupación profesional y, definitivamente, en el nivel de vida.
"En teoría, desde 1952 son iguales ante la ley y disfrutan de los
mismos derechos y deberes que los judíos, pero esto en la práctica no es
así", explica Marcos Rebollo, periodista y experto en Oriente Próximo y
que ha desarrollado gran parte de su carrera entre Gaza y Cisjordania, los
territorios ocupados.
La tierra,
para el judío
Las
diferencias de oportunidades entre comunidades son evidentes y medibles según
parámetros concretos. El 70% de la población árabe israelí es pobre, uno
de cada tres niños pasa hambre, el paro asciende al 25% y sólo el 17% de las
mujeres árabes trabaja, frente al 52% de las hebreas, según informes de
Mossawa, ONG de defensa de los derechos civiles de los árabes israelíes
reconocida por la Comisión Europea.
Una de las
medidas discriminatorias pasa por la tierra. Cerca del 92% del suelo de Israel
es propiedad del Estado y administrada por la llamada Autoridad de la Tierra de
Israel. Este organismo está constituido bajo unas normativas que niegan el
derecho a residir, a abrir un negocio y muchas veces a trabajar a los que no
son judíos. Por si eso no fuera poco, el crecimiento de
los asentamientos de colonos es una realidad que continúa en marcha,
pese a las
condenas de la ONU, para garantizar que el suelo del estado de
Israel esté poblado por ciudadanos judíos.
Para que la
vinculación del territorio árabe a la población judía se hiciera del todo
efectiva, las destrucción de las casas palestinas se ha convertido en un
fenómeno, aparentemente exclusivo en Cisjordania o Jerusalén Este, que
también se da en áreas fuera de los territorios ocupados. Desde el último
tercio del año 2000 se ha intensificado la destrucción y demolición de los
inmuebles de la población árabe. El ejército israelí ha arrasado miles de
hectáreas de tierra agrícola palestina, que constituye el recurso básico de su
economía. Se han arrancado árboles frutales y destruido cientos de
invernaderos, sistemas de irrigación, bienes e instalaciones y equipamientos
agrícolas, además de decenas casas y otras infraestructuras.
Árabes no
judíos y judíos israelíes viven separados y cuando les toca compartir una
ciudad no lo hacen revueltos. En Israel funciona un sistema con dos lenguas
oficiales: el hebreo y el árabe. Los árabes israelíes suelen vivir al norte del
país, en la zona de Galilea, o al sur, en el desierto del Neguev, aunque
también hay ciudades mixtas donde las dos comunidades viven separadas dentro de
sus propios barrios o ghettos.
La cuestión
militar
Los árabes
israelíes pueden votar pero sus partidos en la Knéset (el Parlamento
israelí) "apenas tienen reconocimiento y eso que entre los tres
(Ra'am-Ta'al y Hadash obtuvieron cuatro escaños y la restante formación árabe,
Balad, obtuvo tres en las últimas
elecciones israelíes celebradas en febrero de 2009) suman más de 10
diputados", comenta un ex soldado israelí que abandonó su casa en Israel
para vivir "más tranquilamente", como dice él, en España.
Nunca un
partido árabe ha entrado en alguna coalición de gobierno, con lo que la
población a la que representan queda al margen de las decisiones políticas. Y
es que, como explica Rebollo, "sólo los judíos de la diáspora tienen
derecho a entrar en Israel, establecerse y conseguir así la nacionalidad. Con
ella, consiguen beneficios financieros, pero que varían según el país del que
procedan, ayudas, que en ningún caso, llegan a los palestinos del 48 (en
referencia a las 160.000 personas que no abandonaron sus casas cuando se
constituyó el estado de Israel)".
Otro ejemplo
de política discriminatoria es la derivada de la formación militar. Los jóvenes
que acaban la mili se benefician de créditos, becas, prestaciones o, incluso,
trabajos públicos. Ayudas que no reciben los árabes israelíes al no pasar por
la formación militar. "El ejército es la institución básica del estado, en
torno a la cual rige la vida de todos los judíos israelíes que alguna vez
en su vida se convierten en soldados (los judíos ortodoxos están exentos de la
formación militar)", dice Rebollo, experto en Oriente Próximo.
"Los
árabes no hacen la mili porque no les llaman", explica Rebollo.
"Sería impensable que le dieran un fusil a un palestino para que sirviera
y acabara disparando contra sus hermanos de Gaza o Cisjordania",
continúa. La formación militar dura tres años y en el último es obligado ir a
los territorios ocupados. "La confrontación era una práctica más bien
rutinaria. La instrucción militar en estas zonas es esencial para entender el
papel del Ejército", comenta el exsoldado, que prefiere guardar su
identidad en el anonimato. "Lo tengo muy claro. ¿Qué es lo que diferencia
a un soldado israelí de un miliciano palestino? Pues que unos son mucho más
eficaces matando que los otros", concluye.
En este
escenario de violencia justificada o injustificada y de desigualdad de
oportunidades, Israel se rige bajo un Gobierno que ha colocado al frente de la
cartera encargada de las negociaciones de paz con las autoridades palestinas,
la de Exteriores, a un "racista confeso", Avigdor
Lieberman. "La presión que sobre estos ciudadanos de
identidad confusa ejerce el Gobierno y buena parte de la sociedad israelí se
materializa en muchos otros campos, como el sanitario, donde no hay
inversión hospitalaria en zonas árabes o el educativo: se borra su
historia", comenta Rebollo.
La
gente de Gaza y Cisjordania ya se empieza a contentar con menos, con lo
inmediato: que le dejen llegar al trabajo, que quiten ese control, que le dejen
emigrar de Gaza, que suavicen el bloqueo... "En Israel hay racismo, los
palestinos del 48 son considerados como terroristas. Las iniciativas de
integración no serán efectivas mientras no haya una evolución real",
concluye el experto. Iniciativas que pasan de puntillas por un territorio
estremecido, mientras que los posibles
acuerdos de paz no facilitan decisiones políticas que tengan en
consideración el fin de violentas discriminaciones ya históricas.
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