La crisis y la división marcan el 20º aniversario del
comienzo del conflicto
Saraxevo, abril de 1992 |
Bosnia-Herzegovina no celebra ninguna fiesta nacional porque los políticos
no se han puesto todavía de acuerdo en una fecha idónea. Cuando se cumplen 20
años desde que el 6 de abril de
1992 unos francotiradores serbios tirotearan una manifestación
independentista en Sarajevo y comenzara una cruel guerra, el país sigue
dividido en dos entidades que parecen irreconciliables: la Federación
Croata-Musulmana y la República
Serbia. Dos servicios de correos, dos empresas de teléfonos móviles,
organismos públicos duplicados y una ausencia total de sentimiento nacional
compartido definen hoy un país que ha restañado las heridas físicas, pero no ha
logrado ni mucho menos la reconciliación.
“Ni siquiera Ivo Andric, el único
premio Nobel de la antigua Yugoslavia, nacido en Bosnia, sirve como referente
que unifique a musulmanes [hoy llamados bosniacos], serbios y croatas”, señala
el teólogo y diplomático Dejan Mackovic. Ni la selección de fútbol logra
aglutinar a los 3,8 millones de habitantes que se reparten por un territorio
algo mayor que Aragón. Tal vez solo la música, ese turbo folk balcánico tan
ruidoso y popular, consigue convocar a jóvenes de las tres etnias en torno a
Goran Bregovic u otros intérpretes. “Si hablamos del futuro existe consenso en
que Bosnia debe integrarse en la Unión Europea, pero si abordamos el pasado
cada comunidad defiende una versión diferente”, explica Mackovic, de origen
serbio, que a sus 32 años ha residido en varios países.
No ayuda mucho que la enseñanza en colegios e institutos responda en la
práctica a criterios étnicos y que los libros de historia, por ejemplo,
ofrezcan planteamientos muy distintos sobre una guerra que causó más de 100.000
muertos y dos millones de desplazados entre abril de 1992 y diciembre de 1995,
cuando se firmaron los acuerdos de Dayton (Ohio) que pusieron fin a la
contienda. Desde el sur del país, la croata Antonella Medak, como tantos otros,
culpa a los políticos nacionalistas —la inmensa mayoría— de aprovecharse de la
situación para mantener sus privilegios. “Aquellos que ocupan el poder”,
comenta, “son los mismos que hace 20 años. No me refiero solo a los políticos,
sino también a los líderes religiosos, culturales o económicos”.
A propósito de economía, todos los habitantes de Bosnia-Herzegovina
coinciden en que la única salida para abandonar el largo túnel
de la posguerra pasa por la UE, como ocurrió con sus vecinos
Eslovenia y Croacia. Con un paro que ronda el 40% de la mano de obra y unas
generaciones jóvenes que solo piensan en emigrar, el club de Bruselas aparece
como un horizonte deseable a pesar de la terrible crisis europea. Con una
mirada en la media distancia Ricard Pérez Casado, ex alcalde de Valencia y
administrador europeo en la posguerra de Mostar, capital de Herzegovina, resume
lo que muchos opinan sobre las trabas para la economía bosnia. “Las industrias
clásicas anteriores a la guerra”, señala, “no se han recuperado del todo y
sectores con futuro, como el turismo, no cuentan con infraestructuras
necesarias. Además, por encima de todo, el capital extranjero se muestra
reticente a invertir en Bosnia, un país dividido en dos entidades y con una muy
compleja maquinaria administrativa y política”.
Nacido en 1972 en la mártir
Srebrenica, donde las milicias serbias asesinaron a unos 8.000
varones musulmanes en el verano de 1995, el bosniaco Sabahet Brdarevic destila
realismo, al tiempo que infunde optimismo desde su casa de Sarajevo. “Mis
padres regresaron a Srebrenica y ahora viven allí en paz”, según sus palabras.
“Todos los políticos bosnios”, afirma, “hablan de nacionalismo para no abordar
los problemas reales de la gente que no son otros que el paro, la crisis o la
corrupción. El nacionalismo es una cortina de humo. Por otra parte, está claro
que no hay alternativa a ingresar en la UE y antes en la OTAN, como paso
previo. Es lo único en lo que todos estamos de acuerdo”.
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