El juzgado territorial ignora el hallazgo de esqueletos
con orificios de bala
Futuros criminólogos visitan la fosa
Entre las víctimas de los falangistas hay cuatro mujeres
y un chico de 16 años
EVA LARRAURI
Espinosa de los Monteros 5 ABR 2012 - 23:01 CET
En un macabro rectángulo de apenas ocho metros cuadrados se cuentan nueve
esqueletos, todos boca abajo; uno de ellos corresponde a un menor, un chico de
16 años de nombre Claudio Sainz. Entre la tierra rojiza, a un metro de
profundidad, las botas que llevaban el 20 de octubre de 1936 las víctimas
asesinadas por los falangistas en Espinosa de los Monteros (Burgos) han
aparecido bien conservadas. A solo 200 metros, hay otra fosa
con los restos de cuatro mujeres. El proceso de exhumación comenzó
el pasado lunes y aún queda trabajo para el equipo de especialistas que
encabeza el forense Francisco
Etxeberria, a los que se ha unido un grupo de 30 alumnos de la Universidad del País Vasco (UPV) y de la Autónoma de Madrid.
Familiares de las víctimas aseguran haber notificado el pasado 22 de
febrero al juzgado de la zona, el de Villarcayo, la inminente exhumación. Pero
ningún juez ha visitado las fosas. Un auto del
Tribunal Supremo del pasado 28 de marzo establece que son los jueces
territoriales los que deben practicar diligencias y personarse en
las fosas en estos casos. En Espinosa de los Monteros aún no han visto a
ninguno.
Para los estudiantes, la apertura de la fosa es su primer trabajo de campo,
el paso a la práctica de los conocimientos adquiridos en sus clases de Criminología
y Antropología Física. Virginia Jiménez, alumna de Etxeberria en el segundo
curso de Criminología en la UPV, anotaba este jueves en una ficha todos los
detalles del horror que se ha descubierto al cavar entre la acera y el jardín
de la casita blanca que ocupa el número 12 de La Riva, uno de los pocos casos
en los que la fosa se encuentra en un entramado urbano. “Tratamos de no perder
la más mínima información para trasladarla a la investigación en el
laboratorio”, explicó. Antes de la descripción de la fosa y de elaborar un
croquis sobre la situación de los restos, los estudiantes recopilaron
testimonios de familiares de los muertos. “Es la parte que corresponde a la
psicología forense, conocer cómo viven en el entorno de las víctimas el proceso
de hallazgo de los restos y su exhumación”, añadió. Es lo que los estudiantes
de Criminología consideran “una buena clase práctica”.
A solo 200 metros de ese jardín, la aparición de una peineta en uno de los
cráneos demostró que tenían razón los vecinos de Espinosa de los Monteros
cuando apuntaban a esa zona cuando se hablaba del lugar donde fueron a parar
cuatro mujeres, asesinadas en el pueblo un día después que los hombres.
Virginia Jiménez y sus compañeros de investigación han descubierto en la
primera fase de su trabajo que los restos presentan fracturas en el cráneo por
entrada de bala, y huesos rotos en las extremidades, algunas previas y otras
posteriores al fallecimiento, lo que lleva a interpretar que parte de las
roturas fueron causadas por el maltrato anterior al fusilamiento. Entre los
restos de las mujeres buscarán pruebas que determinen si una de ellas estaba
embarazada. “Era la esposa de un preso fugado de la cárcel de Burgos, asesinada
en represalia por lo ocurrido con su marido”, relataban los estudiantes después
de conocer los detalles por el testimonio de los familiares allí presentes.
Estos les han contado que se llamaba Amelia y era la nuera de Celestino
Zorrilla, otro de los ajusticiados, enterrado en la fosa de La Riva. Zorrilla,
propietario de una fábrica de alpargatas, murió a manos de los falangistas del
pueblo por “socialista”. El menor hallado en la fosa fue acusado de pasar
información al bando republicano.
No han encontrado ni restos de balas ni de sus respectivas vainas, por lo
que se afianza la hipótesis de que no fueron asesinados en el mismo lugar donde
fueron enterrados. “Es parte de la investigación que se desarrollará en el
laboratorio”, señaló una de las especialistas de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi. Las fotos que han realizado los técnicos y los estudiantes en
prácticas han documentado el proceso y los detalles.
La zona se urbanizó hace unos 45 años. Hasta entonces no era más que un
camino a las afueras del pueblo, donde se sabía con tanta certeza que estaban
enterradas las víctimas de los falangistas que cada 1 de noviembre los
familiares acudían a poner flores, como si fuera una tumba del cementerio.
Cuando se construyó la vivienda unifamiliar en la parcela donde se ocultaba la
fosa, respetaron el entorno.
Además de los estudiantes de Criminología, también acudieron a ver la fosa
una decena de alumnos del máster de Antropología Física de la Complutense. El
forense Francisco Etxeberria recuerda que a los grupos que han trabajado en las
zanjas donde se arrojaron las víctimas del franquismo se han ido uniendo
técnicos de distintas especialidades, pero hasta ahora nunca se habían
incorporado estudiantes.
Después de cuatro días de trabajos la expectación ante la
excavación se había reducido el jueves al mínimo en un día frío y lluvioso. La
primera reacción al ver los esqueletos en el hueco abierto entre una acera y un
jardín privado era el silencio. “Asistir a la apertura de una fosa común es una
experiencia que cambia para siempre la apreciación”, defiende Etxeberria. El
forense ha acumulado la suficiente experiencia en la apertura de más de un
centenar de fosas del víctimas del franquismo para saber que los familiares no
exageran al relatar lo que les han transmitido. “Se ha vuelto a demostrar que
lo que cuentan, lo que se recuerda en los pueblos, es cierto”, dice. También
sabe con certeza que la visión de la apertura de una fosa común cambia para
siempre la forma de enfrentarse a la memoria histórica. Los estudiantes como
Virginia Jiménez lo atestiguan.
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