El músico regresa a Sudáfrica un cuarto de siglo después
para participar en un documental
La historia de 'Graceland' supone el triunfo de la fusión
en el pop de consumo masivo
Hace 25 años el mundo era muy distinto a como lo conocemos hoy en día. Es
una verdad de Perogrullo, pero parece casi imprescindible llover sobre mojado
al enfrentar la historia de un disco como Graceland de Paul Simon. Solo un dato: cuando ese LP
salió al mercado aún quedaban cuatro años para el advenimiento de
Internet —la Enciclopedia Británica sitúa en 1990 el momento en el que la red
de redes "comienza a hacerse visible para el público general"—.
Además, en 1986 hacía apenas cuatro años que el CD había comenzado a
comercializarse y sus precios eran tan exagerados entonces que la mayoría del
público español llegó a Graceland a través del vinilo y el casete.
Pero más vintage que todo eso —y tal vez más importante—, es que
entonces todavía nadie podía teclear en Google una palabra como, por ejemplo,
Mbaqanga. La mayoría de la cultura musical de entonces se adquiría a través de
la radio, la tertulia y sobre todo del préstamo 1.0 que hacía engrosar
las colecciones de miles de jóvenes y no tan jóvenes en casetes que dejaban de
ser vírgenes para terminar conteniendo los sonidos de discos prestados bajo el
juramento de devolución.
Cuando los sonidos Mbaqanga, Isicathamiya —entre otras cosas— llegaron
impresos en los surcos de Graceland a millones de hogares del mundo,
casi nadie sabía que aquello venía directamente de Sudáfrica contendiendo
influencias de los antiguos ritos Zulús. Lo que Paul Simon consiguió fue algo
que, a mediados de los ochenta, se podía considerar casi un milagro. En aquel
momento triunfaba la música hecha por grupos espontáneos que casi no sabían
tocar, era la década del glam y del tecnopop, de la
despreocupación y la frivolidad. Aquello era lo que estaba de moda, al menos en
España. Así que por entonces ser fan de la llamada world music era casi
sinónimo de ser un bicho raro. “Antes de Graceland, la música de
Sudáfrica había sido una gran desconocida fuera de aquel país, excepto para una
pequeña minoría de amantes de las músicas del mundo”, palabra de Peter Gabriel.
Justo el año en el que apareció Graceland, Joe Strummer daba por
finalizada la vida de The Clash. Dos años más tarde, el periódico Los
Angeles Times publicó una entrevista en la que Strummer decía:
“No me gusta la idea de que gente que no sea adolescente haga discos. Los
adolescentes hacen los mejores discos. Salvo Paul Simon. Salvo Graceland.
Él ha tocado una nueva tecla aquí y pese a que está escribiendo para la gente
de su edad, ese disco es algo nuevo”.
Cuando Graceland ve la luz Paul Simon tiene 45 años y en su
biografía le cuesta separarse de sus años de Simon y Garfunkel. En 1979 lanza
la colección de canciones One Trick Pony destinadas a convertirse más
tarde en la banda sonora de una película. El disco obtuvo un éxito moderado que
no remontaba su carrera en solitario. Garfunkel también lo intentó con Fate for Breakfast y Scissor Cut de 1981
con el que se da un batacazo de tal calibre que lleva a ambos músicos a
reunirse el 19 de septiembre de 1981 en el mítico concierto de Central Park
en Nueva York donde repasaron, fundamentalmente, los grandes éxitos
de su carrera como dúo, aunque también cantaron varias de sus canciones en
solitario. En el 83 Simon regresa con Hearts and Bones un
precioso disco que sin embargo no consigue tener el éxito esperado. La sombra
de Simon y Garfunken continuaba siendo demasiado alargada.
Tal vez entonces se acordara de Boston. Del comienzo de su primera gira
triunfal en solitario. Quizás recordara que en 1974 subió al escenario a un
grupo de músicos de Argentina y Uruguay que había conocido en París en 1965.
Con ellos, con Urubamba, realizó algunas de las versionas más hermosas de Duncan, The
Boxer y El Condor pasa
(If I could) y junto al godspell de los Jessy Dixon Singers,
el cantautor de Nueva Jersey había firmado uno de los discos más sencillos y
sublimes de su carrera grabado en directo: Live Rhymin’. Tal vez era
hora de volver a la investigación y la búsqueda fuera de sus propias fronteras
Regresamos al préstamo 1.0. Paul Simon había estado escuchando
música sudafricana en cintas de un grupo llamado The Boyoyo Boys, del
guitarrista Ray Phiri y de Joseph Shabalala de Ladysmith Black Mambazo que
le había regalado una cantautora amiga llamada Heidi Berg con la que trabajaba
—ella será la que encabece la lista de agradecimientos de Graceland—.
Así que decide viajar a Sudáfrica donde encuentra todo un universo de ritmos y
artistas con los que colaborar. Un mundo que le llevará a ser pionero de lo que
luego se ha llamado fusión. En 1985 comienza a grabar en los Ovation Studios de
Johanesburgo con un gran número de músicos africanos como Forere Motloheloa,
acordeonista, junto a quien firma la música de The boy in the bubble,
primer corte del disco; General M.D. Shirinda coautor del terma I know what I
know; Jonhjor Mkhalali and Lulu Masilela que componen junto a
Simon Gumboots;
Joseph Shabalala que firma Diamonds on the
soles of her shoes y Homeless. Y otro gran
grupo formado por Ladysmith Black Mambazo, The Gaza Sisters, Chikapa
"Ray" Phiri, Demola Adepoju, Baghiti Khumalo, Vusi Khumalo, Lulu
Masilela, Youssou N'Dour, Makhaya Mahlangu, Babacar Faye y Assane Thiam que
trabajan como impagables músicos de estudio.
Por otro lado, Paul Simon graba en los estudios Abbey Road de Londres, los
Amigo y Master-Trak Entreprises de Los Ángeles y The Hit Factory de New York. A
todo lo puesto en pie en Sudáfrica le falta todavía la fusión con la tradición
musical de Estados Unidos. Así que Simon busca colaboraciones infalibles como la preciosa voz de Linda
Ronstadt en el magnífico tema Under african skies; The Everly Brothers, Good rockin dopsie and the Twisters
y Los Lobos con los que el cantautor mantuvo una agria polémica por la autoría
en los créditos de All around the
world (the myth of fingerprints) la canción en la que aparecían
tan solo como músicos. De esa coctelera nació Graceland. Un bombazo del
que se han vendido más de 14 millones de copias en el mundo y que supuso un
antes y un después en la fusión de estilos de diferentes culturas para el
público masivo que quedó encandilado en la era preinternet.
Desde principio de los 80 Sudáfrica había estado sujeta a un boicot
internacional contra el régimen del apartheid y el Congreso Nacional
Africano y la ONU declaran a Simon persona non grata por haber roto el
boicot al atreverse a grabar en Suráfrica y con músicos sudafricanos justo en
uno de los momentos más crudos y más represivos contra la población negra del
país. Fue una postura que le ofreció a Simon un extra de publicidad gratis,
pero también una polémica que, a posteriori, resultaba un tanto absurda, puesto
que lo que el músico estadounidense logró fue poner en valor y ofrecer un
altavoz impagable a una parte importantísima de la cultura negra que estaba siendo
aplastada. En 1987 Simon anunció en Londres que ambas entidades habían
reconsiderado su postura y le habían borrado de las listas negras. Justo a
tiempo para el comienzo de una de las giras más triunfales de Paul Simon. Un
auténtico fenómeno de masas que le llevó a recorrer el globo durante dos años.
El pasado mes de enero se estrenó en el festival de Sundance el documental Under african skies de
Joe Berlinger en el que el músico regresa 25 años después a Sudáfrica para
rememorar la creación de Graceland y su influencia a lo largo de los
años, así como sus controversias con el asunto del apartheid. La cinta ganó el
premio del público en el pasado festival South by Southwest (SXSW).
El documental se comercializará junto a una reedición del disco en edición de
lujo que se lanzará esta primavera. Además, el 15 de julio en el londinense
Hyde Park, Simon interpretará Graceland con la ayuda de Ladysmith Black
Mambazo en el Hard Rock
Calling festival.
Paul Simon explicó hace años, cuando su gira Graceland
recaló en España, con sus propias palabras, cuál era el secreto para que aquel
disco hubiera calado tan profundamente en el público: “He intentado dar un
nuevo aspecto a distintas formas de música sudafricana, y si me preguntas por
qué, no sabría qué responder; simplemente me enamoré de la música sudafricana”.
Con su siguiente trabajo, The Rhythm of
the Saints, volvió a intentar la fórmula con los sonidos de
Brasil, pero no fue lo mismo. Nada como un padre llevando a su hija a conocer
la casa de Elvis —la historia que cuenta la letra de Graceland—. Nada
como la llamada de África.
Un buen repaso a un disco fundamental. Gracias!!!
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