domingo, 22 de abril de 2012

Los tuaregs ponen puertas al desierto


El pueblo libertario del Sáhara se ha convertido al nacionalismo y quiere fronteras para su propio Estado
Se han opuesto durante más de dos milenios a cualquier cosa que oliera a fronteras, gobierno o Estado. Su patria, decían, no tenía límites administrativos ni otro amo que aquel que la recorriera a lomos de camello. Esa patria era el gran desierto que se extiende entre la costa mediterránea del norte del África occidental y central y el serpenteante río Níger. Ahora, sin embargo, los tuaregs, el pueblo de pastores guerreros de los turbantes, los velos y las túnicas de color añil, reclaman su derecho a constituir su propio Estado en una porción del inmenso Sáhara, la que corresponde a la zona septentrional de la República de Malí. Lo llaman Azawad.
Los tuaregs, o una amplia porción de ellos, parecen haberse convertido al nacionalismo decimonónico con dos siglos de retraso. El pasado 1 de abril, guerreros tuareg del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA) conquistaron Tombuctú, la legendaria ciudad del oro y la sal fundada por sus ancestros hacia el siglo XI. Desde allí proclamaron la “completa liberación” de Azawad y el fin de su “ocupación” por la República de Malí, con capital en Bamako, a 700 kilómetros al sur. Solicitaron —sin el menor éxito, de momento— el reconocimiento internacional de su nuevo Estado.
Siempre maestros en las relampagueantes incursiones guerrilleras a larga distancia, solo que ahora a bordo de todoterrenos y camionetas en vez de camellos, los combatientes del velo azul han expulsado a las fuerzas regulares de Malí, compuestas en su mayoría por africanos subsaharianos, del territorio que llaman Azawad, de la dimensión de Francia, en tal solo el primer trimestre de este año. Clave en ese triunfo militar ha sido el refuerzo de dos o tres millares de tuaregs que eran mercenarios de Gadafi y que regresaron al Sáhara con abundantes armas y municiones.
La gran novedad es que, por primera vez de modo tan explícito, los tuaregs, a través del MNLA, formulan una reivindicación estatal ante el resto del mundo. Dos hechos han sido claves en esa conversión al nacionalismo de los nómadas libertarios. Para empezar por la más reciente, el reconocimiento internacional de la independencia de Sudán del Sur ha quebrado el dogma de la intangibilidad de las fronteras estatales heredadas del colonialismo europeo, asumido como fundacional en 1963 por actual Unión Africana. Aunque los tuarega saben que, por su condición de pueblo de origen bereber, reputado como belicoso y practicante a su manera de la religión musulmana, su separatismo cuenta con muchas menos simpatías en Occidente que el de Sudán del Sur.
El fracaso de todos sus alzamientos armados de las últimas décadas contra el poder de Bamako ha sido el otro hecho que ha ido introduciendo en la conciencia tuareg la idea de la necesidad de organizarse y expresarse bajo las banderas convencionales del nacionalismo y la autodeterminación. En 1960 Francia concedió la independencia a la República de Mali en los territorios al norte y el sur del río Níger, aunando así a los nómadas tuaregs septentrionales con pueblos subsaharianos meridionales. Ese Estado, de fronteras tan artificiales como tantos otros en el continente, ha estado gobernado desde entonces desde Bamako y por dirigentes subsaharianos que han ninguneado a las regiones y gentes del norte.
En el último medio siglo, los tuaregs se rebelaron en numerosas ocasiones contra su miseria y marginación, contra los intentos de sedentarizarlos a la fuerza y arrebatarles su identidad. Exigían el derecho a ocuparse de sus propios asuntos, pero más o menos genéricamente, sin fijarse un objetivo político concreto. Y siempre fueron aplastados por el Ejército regular de Malí. De esas amargas y sangrientas lecciones parece haber surgido el MNLA, que presentó cartas credenciales ante el mundo el 16 de octubre de 2011, comenzó su rebelión armada el pasado enero y, el 1 de abril, conquistó Tombuctú, la intersección entre el Sáhara y el Níger.
Sumido en una profunda crisis, Malí ha terminado perdiendo buena parte de su zona septentrional a manos de los tuaregs, entre los que se cuentan los combatientes del MNLA y grupos salafistas más o menos vinculados a Al Qaeda. Las relaciones entre los nacionalistas del MNLA y los yihadistas son misteriosas, como lo ha probado la cesión de Tombuctú por los primeros a los segundos. La presencia de yihadistas en la confluencia del Sáhara y el Sahel inquieta, lógicamente, al mundo, aunque no es una novedad en la zona. En otras épocas -por ejemplo, el yihadismo de los subsaharianos fulani del siglo XIX- el África occidental ya ha conocido violentas subidas de fiebre integrista.
Entre uno y dos millones de almas, repartidos por cinco países africanos (Argelia, Libia, Malí, Níger y Burkina Faso), los tuaregs, que en su idioma propio se llaman a si mismos los imoshag —los libres, los nobles— y jamás han aceptado otra organización que la de su linaje familiar, quieren ahora tener su propio Estado.

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