Una biografía repasa la vida de José Pasín, el primer
concejal obrero de Compostela
DIANA MANDIÁ
Santiago de Compostela 16 ABR 2012 - 22:44 CET
Mediado septiembre de 1892, la quinta ciudad de Compostela, la que no era
ni clerical, ni noble, ni universitaria, ni comercial, sino que llegaba a los
arrabales artesanos plagados de chabolas, entró en el Teatro Principal, un
púlpito laico pero vetado al obrero raso, para escuchar un mitin del
republicano Pi i Margall, que acababa de participar en la inauguración del
curso universitario. Entre el público estaba José Pasín, hijo de 14 años de un
cerrajero y de una labradora del barrio de Santa Marta y, pese a sus orígenes
humildes, prometedor aprendiz de ebanista. Con los años, el adolescente se
convertiría en el primer concejal obrero del Ayuntamiento de Santiago (1911),
en teniente de alcalde de Compostela (1931-1934), en el artífice de un plan
para frenar la degradación de los soportales de las calles y urbanizar la zona
nueva en armonía con el casco histórico y en uno de los miembros del
dispositivo de vigilancia que desde el golpe de estado de Franco protegió la
catedral y los conventos de Santiago de posibles asaltos. “Por lo menos en este
episodio, el patronato del Santiago “Y cierra España”, tan sobado por la mítica
del nacionalcatolicismo, nada tuvo que ver con la preservación de la riqueza
monumental de Compostela, tal y como de manera interesada había proclamado el
fanático sacardote Silva Ferreiro”, contradice el historiador Dionisio Pereira
en José Pasín Romero: Memoria do proletariado militante de Compostela,
una biografía del sindicalista editada por la Fundación 10 de marzo, presentada
ayer en Santiago.
El encuentro de Pasín con Pi i Margall, a quien siempre consideraría
su mayor ídolo político, coincidió con el nacimiento del Centro Unión
Republicana, del que el compostelano fue asiduo visitantes desde sus inicios.
En el antiguo edificio del Tribunal de la Inquisición, el joven entró en
contacto con la prensa obrera y con otros trabajadores en los que despertaba la
conciencia de clase. Por entonces habían pasado veinte años de la primera
manifestación obrera de Santiago, protagonizada por 150 zapateros que, además
de marchar por las calles de la ciudad histórica reclamando la solidaridad de
otros trabajadores, montaron un efímero taller colectivo en la rúa das Orfas
para ofrecer calzado a precios más bajos que en los talleres de la patronal. “Lo
único que podía hacer competencia en altura a las torres de la Catedral era la
chimenea de la Tintorería España”, ejemplifica Pereira para explicar el tibio
sentimiento de clase en una ciudad que durante la juventud de Pasín carecía de
un proletariado a la manera de Vigo o Ferrol. La clase trabajadora en
Compostela, marginada de la gestión de los asuntos públicos y alejada del
centro monumental, era una mezcla de artesanos y jornaleros que trabajaban la
tierra en las épocas de mayores aprietos. En 1987, la ciudad tenía 2.600
trabajadores por cuenta ajena, el 12% de su población; con todo, el paro era
endémico, sobre todo en invierno y, las condiciones de vida de los obreros,
penosas.
“Frente al Círculo Católico, Pasín
es el representante más eximio del pensamiento no alineado”, recalca el
historiador Lourenzo Fernández Prieto, coordinador de Nomes e Voces, el
proyecto universitario dedicado a arrojar luz sobre las víctimas de la
represión franquista en Galicia. La revisión de la figura de José Pasín echa
por tierra el estereotipo de la Compostela “levítica”, la ciudad adormecida de
clérigos e hidalgos. “Es la ciudad en la que se desencadena la segunda
cuestión universitaria [el conflicto científico sobre la introducción de la
teoría darwinista en la univerisdade, que acabó con la expulsión de profesores
krausistas de Santiago]”, prosigue Fernández Prieto. La inexistencia de un
proletariado industrial, un tejido social poco proclive a la afirmación de clase
o el peso del todopoderoso Montero Ríos dieron lugar a un movimiento obrero
“peculiar”, configurado “en sociedades de resistencia cimentadas en el orgullo
de oficio, de origen gremial”. En 1916, José Pasín fundó la Federación de
sociedades obreras y agrícolas de Santiago y pueblos comarcanos, a medida
que la población asalariada crece en número y en la calle el ambiente se
crispa. Los seis agricultores muertos y los 40 heridos por una acción de la
Guardia Civil en Porto do Son, en otoño de ese mismo año, no son más que un
ejemplo. El Ayuntamiento pretendía repartir el déficit municipal entre las
parroquias, decisión que encontró el enérgico rechazo de los vecinos.
Pasín, que con el estallido de la Guerra Civil y los 58
cumplidos escapó al monte durante tres años —atrás quedaron dos hijos
fusilados, Modesto y Marcelino— escribió sus propias memorias, de las que
pueden leerse diversos fragmentos en la obra de Pereira. “Es un homenaje que
debemos a los que hicieron posibles los avances sociales y laborales, los que
ahora están en riesgo por culpa del capitalismo depredador y sus servidores
políticos”, recalca Pereira.
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