La presidenta del Consejo de Mujeres Afganas denuncia la
traición de Occidente
No importa qué le preguntes, Fatana Ishaq Gailani empieza casi con la misma
súplica todas sus respuestas: “Queremos paz. Afganistán necesita paz”. Tiene 52
años y lleva 33 luchando contra la guerra que devasta su país y tortura a su
población. Nacida en el seno de una de las grandes familias afganas y casada
con un Gailani (descendiente del fundador de la respetada orden sufí de
Qadiriya), Fatana se niega a contestar si pertenece a la etnia pashtún,
vilipendiada por Occidente porque en ella nació el movimiento talibán y etnia a
la que pertenecen el 42% de los 30 millones de afganos. “Soy afgana. Somos afganos.
Eso es lo único importante. La división entre pashtunes, tayikos, hazaras... la
fomentaron los invasores, soviéticos primero, y luego, estadounidenses”.
Fatana se exilió en el vecino Pakistán tras la Revolución de Abril de 1978,
que instauró un Gobierno comunista y abrió las puertas a la invasión soviética.
La entrada del Ejército Rojo provocó el éxodo de más de tres millones de
afganos. “Cada día llamaban a mi puerta cuatro o cinco refugiadas afganas.
Vivían en campos sin agua, ni electricidad, sin asistencia médica ni escuelas.
Y yo las llevaba a buscar un médico que pudiera atenderlas u operar a sus
hijos. Muchos lo hacían gratis. Así, poco a poco, comencé a implicarme en sus
problemas y con fondos de mis amigos en Alemania fundé la primera escuela en
los campos de refugiados y luego dos clínicas”, dice mientras come a trocitos
el lenguado, que ha pedido “muy, muy hecho” y que, aunque parece una suela,
asegura que está “muy rico”. Los centros y proyectos del Consejo de Mujeres de Afganistán
(AWC, en las siglas en inglés) atienden ahora a decenas de miles de afganas.
El marido de Fatana, sobrino de Pir Gailani, líder de una de las siete
guerrillas de la Alianza Muyahidin, financiada por EE UU y Arabia Saudí,
combatió hasta que las tropas soviéticas salieron de Afganistán. Después
abandonó las armas y se dedicó a luchar por la paz. Es miembro del Parlamento.
“Si tuviéramos paz”, vuelve a insistir Fatana, “podríamos abrir cientos de
tiendas donde vender todo lo que cosen las mujeres a las que enseñamos”, desde
vestidos a chales, pasando por bolsos y mantas. “Pero con guerra es muy difícil
vender”, lamenta, para volver a coger brío y contar que con el dinero obtenido
de dos premios internacionales ha financiado “los microcréditos de 12.000
mujeres”. La presidenta del AWC vino a España para participar en el II
Encuentro con Mujeres que transforman el mundo, organizado por el Ayuntamiento
de Segovia.
Fatana volvió a su Kabul natal en diciembre de 2001 para
participar en la Loya jirga (asamblea de notables), que se celebró tras
la caída del régimen talibán. Después participó en la Conferencia de Bonn, en
la que Occidente se comprometió a restablecer la justicia, la democracia, los
derechos humanos y de las mujeres en Afganistán. “Les creí, pero han pasado 10
años y solo han construido cuarteles. Occidente ha traicionado a Afganistán. EE
UU impuso a Hamid Karzai, quien está desvalijando el país y hundiéndolo en las
mafias de la droga, y Washington lo sabe y le apoya. Es una vergüenza que EE UU
deje Afganistán sin cumplir sus promesas, pero ya no confiamos. Quiero que se
vayan ya del país todas las tropas extranjeras. No me asusta negociar la paz
con los talibanes”.
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