Relato de un grupo de curas que abrió fosas de fusilados
y reprobó la actitud de la Iglesia con Franco
Familiares cos restos de 29 fusilados en Cervera del Río Alhama, 1978 |
No quisieron esperar más, y a la muerte de Franco, un grupo de viudas e
hijos de fusilados se lanzaron a la búsqueda y apertura de las fosas donde los
asesinos habían arrojado a sus familiares. En Navarra y La Rioja, arrodillados
en la tierra, sin más herramientas que una pala y las propias manos, les
acompañaban algunos sacerdotes. Sacerdotes como Victorino Aranguren, Eloy
Fernández, Dionisio Lesaca, Vicente Ilzarbe... que ayudaron a aquellas viudas a
desenterrar a sus maridos y que en los funerales que oficiaban en su memoria
pidieron perdón por el comportamiento de la Iglesia durante la Guerra Civil:
“Esta sangre nos salpicó también”, “si decimos que no hemos pecado, hacemos a
Dios mentiroso”, “desde aquí, yo, sacerdote, aunque pecador, os pido perdón en
nombre de la Iglesia...”.
“Participé en muchas exhumaciones. Era muy impactante. Las viudas decían:
‘Ese es mi marido, que era un poco chambo’, ‘ese otro es el mío, que le puse yo
esa medallita...”, recuerda hoy Victorino Aranguren, sacerdote, de 80 años.
“Besaban los huesos como si fueran reliquias y me pedían que los besara yo
también. Todos tenían el cráneo agujereado por el tiro de gracia”.
Lo llamaron Operación Rescate. “Les cogimos por sorpresa. Aprovechamos el
inicio de la democracia para hacer algo que queríamos hacer desde hacía mucho”,
añade. En septiembre de 1971 había hecho un primer intento para que la Iglesia
“reconociera el daño causado y pidiera perdón” en la Asamblea Conjunta de
Obispos-Sacerdotes, celebrada en Madrid. Aranguren redactó la propuesta, que no
obtuvo los votos suficientes (dos tercios) para salir adelante.
Estos curas recibieron presiones y cartas muy desagradables, “de seglares y
de curas”, aclara Aranguren. “Nos llamaban sinvergüenzas. Otros sacerdotes nos
decían que parecía mentira que no justificáramos la guerra del 36. Muchos
estaban convencidos de que había sido una cruzada [en una pastoral conjunta en
julio de 1937, los obispos declararon el golpe militar “cruzada religiosa
salvadora de España”], algo muy bueno, porque después de la guerra vino un
resurgir de las prácticas religiosas, que desde mi punto de vista era un
resurgir un poco engañoso. Los obispos estaban ciegos. No veían la falta de
libertades. La Iglesia siempre tiene el peligro de apoyarse en el poder, y se
apoyó mucho en Franco”.
En aquella asamblea de 1971, a iniciativa de este grupo de sacerdotes
navarros, se habló del derecho de reunión, de asociación... “Franco prohibió la
segunda edición del libro que salió de aquella asamblea porque decía que en
España se estaban violando derechos humanos. Hubo una campaña muy grande de
desprestigio hasta que hombres del Gobierno y de la Iglesia enterraron la
asamblea”.
En 1974 encargaron a los historiadores Víctor Manuel Arbeloa y José María
Jimeno Jurío una lista de fusilados en Navarra. Después crearon una comisión
conjunta de sacerdotes y familiares. A veces eran estos últimos los que acudían
a los curas para pedir ayuda y otras veces era al revés. “Íbamos a visitar a
las viudas, a contarles que podíamos recuperar los restos y celebrar un funeral
y veíamos a familias aterrorizadas, absolutamente humilladas, que no se
atrevían ni a hablar entre ellas de lo que les había sucedido”, explica
Aranguren. A veces, los sacerdotes también hablaban con los asesinos. Aranguren
recuerda que tras un funeral en el que dijo que no habían encontrado a todos
los fusilados que buscaban, uno de los pistoleros fue a hablar con él. “Vino a
verme a las tres de la mañana. ‘Yo estaba allí’, me dijo. Y esa misma noche,
con una linterna, me llevó al sitio donde estaba enterrado ese fusilado que nos
faltaba. Tenía las manos atadas con alambre”.
Hasta 1981, estas comisiones de sacerdotes y familiares recuperaron a 3.501
fusilados en 56 pueblos de Navarra y 10 de La Rioja. Tras los funerales se
levantaron en los cementerios “monumentos muy similares a los que ya tenían los
muertos del bando nacional, que habían sido elevados a la categoría de mártires
y héroes mientras los fusilados de izquierdas habían caído en el olvido”,
recuerda el sacerdote Jesús Equiza.
En Arnedo (La Rioja), el párroco se negó en redondo a participar en algo
parecido. “Y fueron los sacerdotes navarros los que nos ayudaron y los que
celebraron el funeral”, recuerda José Urbano Muro, nieto de fusilado. “Recuperamos
los restos de 51 fusilados. Los asesinos eran vecinos. Y el día del funeral,
atravesamos el pueblo y la gente bajaba las persianas al paso de los ataúdes.
Aún había muchísimo miedo”, agrega.
También eran del mismo pueblo los que mataron a los 29 de Cervera del Río
Alhama, entre ellos, tres mujeres y un chaval de 15 años. Las víctimas dejaron
“52 hijos sin padres”, recuerda José Vidorreta, que tenía seis meses cuando
mataron a su padre, e impulsó en 1977 uno de los primeros homenajes a los
fusilados. “El sacerdote Tomás Navarro nos ayudó a trasladar los restos y
pronunció un discurso muy emocionante en la plaza del pueblo. Él sí nos ayudó,
pero los curas de La Rioja no habían hecho nada para evitar los fusilamientos.
Al revés”, dice.
Terminadas las exhumaciones y los funerales, los sacerdotes Victorino
Aranguren, Dionisio Lesaca y Eloy Fernández publicaron en una revista de las
Comunidades Cristianas Populares Historia de una ignominia y de una
rehabilitación algo tardía, donde explicaban aquella experiencia:
“Sentíamos en carne viva el largo silencio de la Iglesia (...)aquellos hombres
no eran malos, tenían unos nobles ideales republicanos y fueron injustamente
asesinados (...). Cuánto dolor hemos palpado en estas familias porque vieron
que la Iglesia jerárquica española apoyaba la Guerra Civil, se identificaba con
los sublevados contra la República y no impidió estas muertes. Y porque fueron
los matones los que frecuentaban las iglesias y se tenían por buenos y
católicos, a veces amigos de los curas. No. La guerra civil del 36 no fue una
cruzada religiosa, salvadora de España (...). Fue fundamentalmente lucha de
intereses económicos contrapuestos (...), cortar brutalmente una revolución
social que, corrigiendo deficiencias, podía haber traído una sociedad más
justa”.
Eran la excepción. Todavía lo son. El presidente de la
Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, es contrario a la ley de
memoria histórica. “Si en todas las provincias se hubiera hecho entonces lo que
se hizo en Navarra y La Rioja, hoy no seguirían llenas tantas fosas y cunetas”,
opina Aranguren. “Es una humillación que sigan ahí. Y una obligación de la
sociedad sacarlos. Muchos obispos creen que no debería tocarse este asunto, que
es reabrir heridas, cuando es justamente lo contrario”. Este sacerdote cree que
el exjuez “Garzón iba por el buen camino” y agrega: “Pienso en la pacificación
en Euskadi con ETA y en el ejemplo admirable que dieron esos familiares de los
fusilados, que perdonaron a la Iglesia, a los que mataron, a todos. Hay que
pedir perdón a las víctimas, y las víctimas tienen que aceptar también ese
perdón. Aunque cueste”.
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