Los dirigentes de CCOO detenidos junto a Marcelino
Camacho en 1972 recuerdan los tensos momentos de la represión
ANA REQUENA AGUILAR MADRID 07/11/2010
Poco antes de las diez de la mañana del 24 de junio de 1972, Fernando Soto
y Paco Acosta llegaron en coche a Pozuelo de Alarcón (Madrid). Habían pasado la
noche viajando desde Sevilla para evitar controles y apenas habían descansado
unas horas en Despeñaperros. Ya en Madrid, un colaborador los recogió en la
plaza de Colón y los condujo, después de dar varias vueltas para evitar
seguimientos, hasta Pozuelo. Una vez allí, los dos amigos caminaron hasta el
convento de los Oblatos: los estaban esperando.
Era una reunión histórica. Allí ya estaban Marcelino Camacho, Nicolás
Sartorius, Eduardo Saborido, Francisco García Salve, Juan Muñiz Zapico, Miguel Ángel
Zamora, Pedro Santiesteban y Luis Fernández Costilla. A su término, los diez
serían detenidos, encarcelados y encausados en el llamado Proceso 1.001.
Su delito era formar la cúpula dirigente de Comisiones Obreras. El Tribunal de
Orden Público les impuso unas condenas que sumaban 162 años de cárcel.
El objetivo central de aquella reunión en Pozuelo de Alarcón era debatir un
documento sobre unidad sindical cuyo borrador había redactado Nicolás
Sartorius. "Era un documento bastante largo, sobre la unidad del
movimiento obrero ante las condiciones de la dictadura, y la necesidad de que
no se dividiera el mundo del trabajo, de que el movimiento de Comisiones fuera
independiente de los partidos políticos y no fuera la correa de transmisión de
nadie", recuerda Sartorius, ahora vicepresidente de la Fundación
Alternativas, pero con una larga trayectoria sindical y política que le ha
llevado a ser, entre otros cargos, diputado por el Partido Comunista e
Izquierda Unida.
En la lucha
La mayoría de los que participaron en aquel encuentro clandestino ocuparon
durante años cargos relevantes en Comisiones Obreras y continúan de una u otra
forma involucrados en la vida sindical, creyendo firmemente en la lucha de los
trabajadores. El grupo también ha sufrido pérdidas: a la muerte de Marcelino
Camacho hace algo más de una semana hay que sumar la de Juan Muñiz Zapico, que
falleció en un accidente en 1977, y la de Luis Fernández Costilla, que murió
hace cerca de seis años.
Eduardo Saborido dedica su tiempo al Archivo Histórico de la Fundación de
Estudios Sindicales de CCOO en Andalucía. Precisamente él fue quien descubrió
que la policía había dado con ellos esa mañana de junio: "Tenía que irme
antes para traer un dinero que íbamos a repartir y cuando llegué a la puerta ví
a la policía. Me pidieron la documentación y les dí mi carné falso. Empecé a
pensar en que a los demás les iban a pillar desprevenidos y eché a correr para
avisarles". Cuando avisó a sus compañeros, muchos optaron por esconderse.
Zamora intentó huir por el tejado. Acosta se metió en un armario. Camacho y
Sartorius bajaron juntos las escaleras. Todos corrieron la misma suerte: fueron
detenidos y llevados a la siniestra Dirección General de la Policía en la
Puerta del Sol de Madrid.
"Marcelino intentaba tranquilizarme en las primeras horas de la
detención", cuenta Zamora, que ha ocupado diferentes cargos en Comisiones
de Zaragoza y al que le queda un año para jubilarse en el servicio de
publicaciones de la universidad de la capital aragonesa. Finalmente, el
Tribunal de Orden Público les juzgó el 20 de diciembre de 1973, coincidiendo
con el asesinato del entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco.
"El asesinato nos perjudicó, a nosotros y al movimiento que se había
creado contra el proceso", afirma Sartorius. Paco Acosta rememora el tenso
ambiente de ese día, con manifestaciones de extrema derecha que pedían la
cabeza de los diez sindicalistas. "Teníamos el tembleque del temor a la
muerte", dice. Actualmente, Acosta colabora con su compañero Eduardo
Saborido en el Archivo Histórico en Andalucía. Su otro compañero andaluz,
Fernando Soto, fue diputado y senador autónomico y ahora emplea su tiempo en
ayudar a recuperar la memoria histórica.
Los diez compañeros fueron a parar a la cárcel de Carabanchel, donde
continuaron reuniéndose y matando el tiempo haciendo gimnasia, leyendo mucho y
dando clases de idiomas, historia o economía. Sartorius recuerda que la
llamaban "la universidad de Carabanchel". Un año después, el Tribunal
Supremo rebajó considerablemente sus condenas. Tras la muerte de Franco en
1975, el indulto del rey Juan Carlos los sacó de la cárcel.
Marcelino, el líder natural
"Nos ha dejado una huella indeleble", dice de Marcelino Camacho
Pedro Santiesteban, también vinculado durante mucho tiempo al Partido Comunista
y todavía colaborador de CCOO en Euskadi. Todos sus compañeros recuerdan a
Camacho como un hombre afable, incansable en sus ideas, siempre optimista.
Fernando Soto habla de su implacable tenacidad, "como un martillo pilón".
"Incluso en la cárcel no paraba de buscar resquicios para seguir
luchando", dice.
Paco Acosta fue su vecino de celda durante dos años y no
se cansaba de escuchar sus análisis sobre la actualidad. "Para mí fue un
maestro", asegura. Miguel Ángel Zamora recuerda su tesón y su lectura
concienzuda de la prensa. "Siempre pendiente de los pequeños detalles
personales", añade. "Era una persona sencilla, optimista hasta decir
basta. Era el líder natural, había riqueza de debate interno y él propiciaba
este ambiente. Tenía una gran sabiduria del mundo del trabajo", le
describe Sartorius. "Decir Marcelino era decir Comisiones Obreras",
resume Eduardo Saborido, que hace apenas unos meses descubrió que aquel
convento contaba con una puerta falsa por la que, quizá, hubieran podido
escapar.
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