Rusia recuerda, 50 años después, la explosión de un misil en el cosmódromo
de Baikonur que allanó el camino de EEUU hacia la conquista de la Luna
MANUEL
ANSEDE MADRID 30/10/2010
Era la noche
del 24 de octubre de 1960. En un punto secreto de las estepas de Asia Central,
yacían decenas de cadáveres churruscados. La flor y nata de la ingeniería
espacial soviética, los hombres destinados a poner al primer ser humano en la
Luna, se acababan de evaporar en una nube de fuego. Por el suelo quedaban sus
dientes, sus medallas, las llaves de sus casas.
La última
obra del diseñador de cohetes Mijaíl Yángel, un misil balístico
intercontinental R-16, acababa de estallar en la misma plataforma de
lanzamiento desde la que, tres años antes, se había enviado con éxito el primer
artefacto humano a orbitar la Tierra, el satélite Sputnik 1. En un minuto, la
URSS había pasado de liderar la carrera espacial a casi renunciar a la hazaña
de pisar la Luna antes que EEUU.
Rusia
conmemoró el pasado domingo los 50 años transcurridos desde el llamado Desastre
de Nedelin, la peor catástrofe de la historia de la investigación espacial. Murieron
unas 120 personas, más del doble que en el accidente de la central nuclear
de Chernóbil. Y un centenar más que en la explosión del transbordador espacial
Challenger de la NASA en 1986. Allí estaban los ingenieros que apretaron el
botón de despegue del Sputnik y diseñaron parte de sus entresijos. Acabaron
desintegrados o convertidos en pelotas de carne sin pelo ni ropa. "La
gente murió con un dolor espantoso, básicamente quemados vivos, pero el país y
el resto del mundo no aprendió casi nada de esta terrible catástrofe y de sus
héroes", explicó esta semana la agencia espacial rusa Roscosmos en un
comunicado.
Secreto
absoluto
Durante 30
años, el accidente permaneció prácticamente en secreto. El Partido Comunista no
podía permitir que el mundo supiera que su tecnología punta había fallado
como una escopeta de feria. Nikita Jruschov, heredero de Stalin, ordenó
silenciar el accidente la misma noche del 24 de octubre, con los cadáveres de
sus soldados y científicos todavía esparcidos por el suelo kazajo. El mundo no
podía saber nada. El Día de la Gran Revolución de Octubre, el 7 de noviembre,
estaba cerca y la catástrofe no podía manchar las celebraciones.
No era tarea
fácil. Uno de los muertos era el comandante de las Tropas de Misiles
Estratégicos, el mariscal Mitrofan Nedelin, que estaba al frente de los ensayos
con el R-16. El Gobierno soviético envió un comunicado asegurando que Nedelin
había muerto en un accidente aéreo y lo enterró con honores. Más de 80
cadáveres se enterraron en una fosa común.
El español
Luis Ruiz de Gopegui estaba entonces al otro lado del Telón de Acero. En 1969,
cuando Neil Armstrong puso su pie y el de toda la humanidad sobre la Luna, Ruiz
de Gopegui era director de la estación de la red de la NASA de seguimiento de
naves tripuladas en la localidad madrileña de Fresnedillas de la Oliva. "Entonces
no se sabía nada, yo me enteré en los ochenta por una revista de
EEUU", recuerda el físico de 81 años. "Fue el mazazo final que
permitió que EEUU llegara primero a la Luna", sostiene.
Un torrente
de rumores
La URSS no
quería que la noticia traspasara el Telón de Acero, pero los satélites espías
de EEUU detectaron una explosión en el actual Kazajistán. Algunos medios de
comunicación occidentales publicaron informaciones confusas sobre la catástrofe,
pero en seguida se diluyeron en el torrente de rumores que circulaba sobre el
programa espacial soviético, que hablaban de "cosmonautas que se lanzaban
al espacio y no regresaban, pero que eran mentira", según rememora Ruiz de
Gopegui.
Hasta 1989
no se conoció nada de manera oficial sobre el Desastre de Nedelin, bautizado
así por el historiador espacial James Oberg, ex científico de la NASA, para
subrayar la implicación del militar en la catástrofe. "El comandante
había violado todos los protocolos de seguridad cuando ordenó a los
técnicos entrar en la plataforma de lanzamiento. Quizás para apoyar su orden él
mismo les acompañó y murió con los demás cuando el misil explotó",
explicaba Oberg en un artículo de la revista especializada Air & Space
Magazine en diciembre de 1990.
Moscú no
abrió la boca hasta 1989, cuando la URSS se desmoronaba. Entonces, el
semanario Ogonyok, partidario de la glásnost -la política impulsada por
Mijaíl Gorbachov para aflojar el puño de hierro del Partido Comunista-, publicó
el primer artículo sobre la tragedia. La URSS desclasificó el archivo y el
mundo conoció los espeluznantes detalles del accidente.
En la
primera etapa de la carrera espacial, el éxito dependía de los misiles
balísticos intercontinentales, diseñados para llevar una bomba atómica a Moscú
o Nueva York, pero cuya tecnología era apta para emprender la exploración de
los vecinos de la Tierra. Uno de estos cohetes, el R-7, convertiría en 1961 al
cosmonauta Yuri Gagarin en el primer ser humano en salir del planeta.
Nedelin
quería regalar a Jruschov un arma más poderosa que el R-7, desarrollado
en la década de 1950, para presentarla en el aniversario del día grande de la
Revolución Bolchevique. El 21 de octubre de 1960, bajo la dirección del
mariscal, el misil R-16, de unos 30 metros de longitud, se colocó en la
plataforma de lanzamiento. El personal de la base, hoy abandonada a las afueras
del cosmódromo de Baikonur (Kazajistán), comenzó a llenar el depósito.
Cuando todo
parecía listo, los técnicos comprobaron que el tanque chorreaba combustible,
unas 145 gotas por minuto, según detalla el experto ruso Anatoly Zak en una de
las mejores revisiones del desastre publicada en Russianspaceweb.com. Los
técnicos consideraron que la fuga no suponía un peligro y decidieron seguir
adelante. En los siguientes días, aparecieron más chapuzas: válvulas
estropeadas, fallos en el sistema eléctrico y arreglos efectuados a toda prisa.
Un héroe de
guerra
La noche del
24 de octubre, los retrasos se acumulaban y el Kremlin llamaba por teléfono a
Nedelin para averiguar qué estaba ocurriendo. Todo estaba listo. Las
autoridades se encontraban en la estación de control, a unos 800 metros de la
plataforma de lanzamiento. El mariscal se levantó y se acercó al misil para
comprobar qué pasaba. Y se llevó a su ejército de subordinados con él.
"Todavía
hay discusiones sobre el comportamiento de Nedelin el día del lanzamiento. Sus
colaboradores más cercanos defienden su decisión de acercarse a la plataforma
como un ejemplo de su dedicación al programa. Sin embargo, otros veteranos
creen que la actitud de Nedelin no sirvió para nada que no fuera distraer al
personal y comprometer la seguridad del lanzamiento", señala Zak. El
mariscal, que había sido distinguido como Héroe de la Unión Soviética por su
labor en la Segunda Guerra Mundial, pidió una silla y se sentó a 15 metros
del misil.
A las 18:45,
media hora antes del momento señalado para el lanzamiento definitivo, unas 250
personas pululaban alrededor del cohete. Tras un cúmulo de fallos, uno de los
motores se puso en marcha y la chispa alcanzó el depósito de combustible.
La película
de la explosión, unos pocos segundos grabados por un cámara soviético, es
sobrecogedora. La bola de fuego devora todo lo que encuentra y algunas
personas salen de ella envueltas en llamas. El responsable de la investigación
del desastre, Leonid Brézhnev, que llegaría años más tarde a liderar la URSS,
prometió que no habría sanciones. "Todos los culpables ya han sido
castigados", aseguró. Yángel, el diseñador del misil, se salvó de milagro.
Estaba tan nervioso que abandonó la plataforma para fumar un cigarro.
Otras
tragedias que conmovieron al mundo
Los
primeros de EEUU
El 27 de enero de 1967, fallecían los primeros astronautas
estadounidenses, Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee, durante unas pruebas de
lanzamiento del vehículo ‘Saturno’ del Programa Apolo. Los micrófonos
recogieron los gritos de los tres tripulantes, cuando la cápsula se incendió.
La
maestra astronauta
El 28 de enero de 1986, el transbordador ‘Challenger’ se iba a convertir
en el primero en llevar a un ciudadano de a pie. Se escogió a la maestra
Christa McAuliffe. El ‘Challenger’ explotó ante los familiares de los siete
tripulantes y los alumnos de la maestra.
De regreso
También fueron siete los tripulantes muertos en la desintegración, a su
regreso a la Tierra, del transbordador ‘Columbia’, en febrero de 2003.
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