Solo la reconciliación y la moderación de Aung San Suu Kyi puede retirar a los militares a los cuarteles
El sueño de millones de birmanos que durante años lloraron el encierro de su líder se ha cumplido: Aung San Suu Kyi ha sido liberada. Se abre ahora el largo camino del deshielo entre este icono de la democracia y la Junta Militar, que se ha visto obligada por la presión internacional no solo a dejar a Suu Kyi en libertad sino también a dar un paso atrás y colgar el uniforme para seguir gobernando.
De la capacidad de la Nobel de la Paz por reinventarse para los nuevos tiempos que corren en el país dependerá en buena medida la suerte de una oposición castigada y dividida que aún tiene encarcelados a muchos de sus dirigentes políticos: unos 2.100 prisioneros de conciencia. La llamada Mandela asiática tendrá que hacer honor al apelativo y emprender, como el dirigente africano, la senda de la reconciliación para devolver la esperanza y la confianza en el futuro a sus conciudadanos, agotados por la represión de casi medio siglo de dictadura, iniciada tras el golpe del general Ne Win, en 1962. Una amplia mayoría de los 50 millones de habitantes de Myanmar -como los militares rebautizaron el país en 1989- no ha conocido otro régimen que el castrense.
Pero Suu Kyi no lo tendrá fácil. A ningún observador se le escapa que las elecciones celebradas el domingo pasado no tenían como objetivo el fin del poder militar sino una redistribución de este. La Junta no se arriesgó, como en las elecciones de 1990. Entonces, Suu Kyi, al frente de la Liga Nacional para la Democracia (LND), se hizo con 392 de los 489 escaños del Parlamento. Ahora, el 25% de escaños tanto a nivel central como regional se lo han reservado los militares que, además, invitaron a muchos de los suyos a colgar el uniforme para llenar las listas -a las que concurren civiles- de la formación política que han alimentado en estos años: el Partido de la Unión Solidaria y el Desarrollo (USPD, en sus siglas en inglés).
Aunque Suu Kyi se ha mantenido firme hasta lograr su liberación "incondicional" y no ha aceptado "ningún tipo de rebaja" en sus derechos políticos, está claro que los generales van a vigilar muy de cerca sus movimientos. Si la dirigente opositora opta por la confrontación en lugar de la moderación podría ser encerrada de nuevo, sobre todo en este delicado periodo de transición, hasta la formación del nuevo Gobierno y la elección del nuevo jefe del Estado, que puede demorarse hasta tres meses.
Algunos de sus antiguos compañeros de la LND no entendieron la decisión de Suu Kyi de pedir el boicot de las elecciones en lugar de aprovechar la oportunidad para tener una presencia, aunque fuera pequeña, en este primer Parlamento. La negativa a participar en los comicios facilitó a los militares el desmantelamiento de la LND y abrió una profunda brecha en la oposición democrática, una parte de la cual se presentó a los comicios por distintas formaciones como la Fuerza Democrática Nacional, el Partido Democrático y una plataforma étnica.
La división de los demócratas, las dificultades impuestas por el régimen y el fraude masivo, según las denuncias, en los distritos en los que la oposición gozaba de mayoría, redujeron al mínimo las posibilidades de esos partidos. Cuando la comisión electoral anuncie los resultados definitivos tendrán que decidir si los aceptan o si, finalmente, se suman al rechazo que abanderó la líder de la LND.
Encajonada entre India y China y cortejada por los dos gigantes asiáticos, Myanmar no logra poner en marcha el desarrollo acelerado que se vive en su región. El régimen, consciente de la necesidad de romper su aislamiento y de poner fin a las sanciones internacionales impuestas por Occidente, aceptó la celebración de elecciones, pero no está dispuesto a dejar el poder. Aung San Suu Kyi, de 65 años, tendrá que utilizar toda su capacidad táctica para volver a unir a la oposición interna, atraerse a la exiliada y utilizar su prestigio ante la población para impulsar una necesaria reconciliación nacional. Solo por esta vía, y a través de la moderación y el diálogo, conseguirá retirar a los uniformados definitivamente a los cuarteles.
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