La mejor manera de explicar la arquitectura a los niños es construyéndoles una buena escuela. El colombiano Carlos Pardo lo ha hecho. En Medellín, no lejos de la Biblioteca España que Giancarlo Mazzanti clavó en la cima del monte de Santo Domingo Savio como un tótem desgajado en tres piedras, Pardo optó por la estrategia contraria: se hundió en la topografía del terreno para dejar libre una plaza pública y acercarse, desde su escuela-acantilado, a las vistas de la ciudad.
En realidad lo que hizo este proyectista (del estudio Obranegra Arquitectos) fue aprender de la arquitectura espontánea del barrio. Las terrazas, las escalinatas, los balcones solucionan aquí los recorridos de la escuela, la adentran en el paisaje y le confieren sentido del lugar, pertenencia comunitaria.
Pardo nos explicó el proyecto mientras un grupo de hombres limpiaba el hormigón con mangueras de agua a presión, colgándose por los muros de contención sin casco y con un arnés rudimentario. En Medellín uno aprende que la aplicación estricta de las normas rara vez deja avanzar la arquitectura. Pero el progreso también es seguridad y derechos laborales.
La plaza-mirador, resultado de convertir en colegio el soporte de ese vacío y de levantar sobre pilotes un auditorio para reuniones comunitarias, invita al juego y ofrece un espacio público de más de 3.000 metros cuadrados donde no hay otro. Así, el colegio, que costó 600€ por metro cuadrado, tiene amplios pasillos y un continuo acceso a las vistas y al exterior. Por eso está bien iluminado y ventilado, abierto a la luz y al viento y cerrado al exceso de sol con celosías de madera. Organizado con una distribución que optimiza la luz natural, la escuela une su arquitectura a la del barrio (sumándose a su forma de colonizar el monte) al tiempo que la separa (ofreciendo distancia: los vacíos y los huecos que el monte no tiene).
Carlos Pardo habla de una geografía habitable en la que el paisaje se convierte en parte fundamental de la cotidianidad de los habitantes. El antiguo alcalde de Medellín que promovió la construcción de 10 colegios y la mejora de más de un centenar (Sergio Fajardo) estaba convencido de que la educación de sus habitantes puede cambiar una ciudad.
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